Perder el tiempo no gustaba a los piratas, menos si éstos, a parte de realizar sus tareas, se entretenían inventando historias que hacían pasar por suyas propias, creando un ambiente propicio al jolgorio y las risas. Aquella mañana en la que la atmósfera aún retenía tensión dados los últimos acontecimientos, un hombre de altura considerable y rasgos mezclados entre orientales y latinos, no tuvo más remedio que abandonar el dolor del abdomen provocado por las carcajadas y acudir al camarote de Sadie mientras enrollaba un cabo en su antebrazo, dejándolo bien amarrado al mismo y el cual se mantuvo quieto cuando puso en sobre aviso a Sadie. El recado fue sencillo, de fácil comprensión: Nathan reclamaba su presencia en el camarote de forma urgente, sin lentitud y de inmediato. Un encogimiento de hombros a modo de respuesta fue lo que el mandado recibió a cambio, pero al menos eso le permitiría regresar a su zona de confort con el resto de compañeros dedicados a la mar.
Sadie se vistió con transparencias: una especie de bata blanca, lista y larga con un trozo suelto de la tela como cinturón, debatiéndose en si acudir al reclamo o usar el hecho de desobedecer igual que un potente hostigamiento. Pero definitivamente, se decantó por ir, recogiéndose el pelo en un moño despeinado y encrespado en la estrechura del pasillo recto que terminaba justo en el camarote del capitán. Pasando de llamar con educación, entró directamente. Lo poco preparada que estaba su mente la hizo estrellarse con un Nathan sudoroso y semidesnudo de cintura para arriba. Su piel brillaba como el oro de un botín robado y, si no tenía ya suficiente con la resistencia que ponía en no caer en sus brazos, ahora se encontraron a través del reflejo del espejo donde, con un cuchillo, Nathan terminaba de apurarse la barba, enseñando orgullosamente la cicatriz vertical tallada al sur de su labio inferior, custrido a base de alcohol, humedad y sal marina.
Pero Sadie cometió un pecado más, un error irreparable de muchos que todavía faltaban por cometer: recorrió, con sus ojos, la espalda descubierta del capitán, bajando a dichas piernas en cuero y a las botas sucias y pegajosas.
—Voy a tomar en cuenta tu consejo —dijo él, agitando el cuchillo abarrotado de pelos fuertes, negros y dispersos en la palancana—. Vas a bañarme.
Con la ayuda de una toalla, se secó las manos y se dirigió a un sillón que si mal Sadie no recordaba, era de la biblioteca. No obstante, instantes antes de sentarse, chasqueó los dedos y frunció las cejas, notándosele a leguas su papel de despistado a interpretar.
—Pero primero serás tú quien me desnude —se humedeció los labios a punta de lengua, extendiendo los brazos—.
¿Bromeaba? Por supuesto que no. Sadie trató de asimilarlo, intentando averiguar cuál era el siguiente plan de Nathan. O puede que no hubiera ninguno y simplemente es que las cosas volvían a su cauce habitual. Dudosa aunque bufando, caminó con la sensación de que todo apuntaba a ser demasiado surrealista si no había propósitos de por medio. Pero Nathan supo tan bien barajar sus posibilidades, que en cuanto las manos de Sadie le erizaron el vello del torso al tocarlo por detrás, la obligó a que se situara delante de él. La clave era que desabrochara los herrajes y que sobara, sin querer, alguna parte indecente que extendiera al máximo su rubor y su incomodidad. El aleteo nasal imparable de la chica arrancó al pirata una sonrisa vacilona, señalando con el índice la plata que adornaba en el cinturón cerca de la cremallera. Hasta el mismísimo silencio se preguntaba si a ambos les cabía más estando encerrados en esas cuatro paredes acompañados del vapor del agua caliente que evaporaba y caldeaba la habitación.
Le costó, pues no lo hizo a la primera ni tampoco a la segunda. Los nervios le jugaban una mala pasada y sólo, el quinto intento logró desprenderlo de la maldita y pesada correa alrededor de esa cintura musculosa. Enseguida, Nathan pisoteó la madera con la bota izquierda, hinchando las rodillas de Sadie. Era placentero mirarla por encima como al principio.
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Kielhalen: Dulce Venganza (La Esclava blanca 2)
RomanceEsta historia cuenta las venturas y desventuras de Sadie, una niña de nueve años que es acusada de ser una víctima de brujería en la época de los colonos británicos en América Sadie se verá envuelta en una lucha interna y física por sobrevivir a pel...