IV

3.6K 381 71
                                    

●ღ●

Todo iba tranquilo, hasta que cruzaron un tramo deteriorado y el coche saltó.

Hannah abrió los ojos y se incorporó con brusquedad, lo que provocó que chocara con la parte de arriba del coche, su costado le dio un tirón que le hizo recuperar la consciencia de inmediato y ahogando un gemido volvió al sentarse.

—¿Señorita, os habéis hecho daño?

—No much... ¡Ay! —chilló, el cielo estaba de mal humor y no tardó en enviar sus truenos. ¿En qué momento se había puesto todo tan gris?

Lorand tuvo que desmontarse del área de las riendas y entrar a la parte de dentro de la diligencia en cuanto la lluvia empezó a caer.

—Puede que tardemos un rato aquí dentro... ¿Queréis que cerremos las cortinas?

—Tengo mucho frio... no hemos comprado mi vestido, solo tengo este camisón y estoy temblando.

—No tengo con qué abrigaros... lo que sí tengo es una botella de pálinka para que entréis en calor

Sin embargo, dos tragos de pálinka no fueron suficientes, aun luego de beber sentía mucho frío.

Lorand viéndola temblar no dudó en atraerla hasta sus brazos y conducirle un poco de calor. A Hannah le pareció un roce muy íntimo, pero no tenía ni el ánimo ni la condición de quejarse.

Y para qué mentir, se sentía muy cómoda.

—¿Cómo es el conde? —cuestionó, Lorand se tensó y esto no pasó desapercibido.

—Supongo que apuesto...

—No, me refiero a... si es amable, gentil...

—Kuna no es ni la mitad de bueno que eso. —Se sentía fatal al asesinar las ilusiones de la mujer, pero, jamás mentiría diciendo que Kuna era un manso corderito.

—No quisiera tener que casarme con un ogro. —Se lamentó haciendo una mueca.

—Entonces, no lo hagáis... no os caséis...

—No es tan fácil, es una orden real, no puedo solo rechazarlo y ya está. Es mi deber.

—Sí podéis hacerlo, podéis elegir si queréis que ese hombre sea vuestro marido o no.

—Estoy condenada.

—No tiene por qué ser así... nadie debería elegir con quien debéis casaros —lejos de estar escandalizada, Hannah sonrió estando en secreto de acuerdo con ese comentario—. Nadie debería desperdiciar su vida con alguien que no ama.

—Ojalá todo el mundo pensara como lo hacéis vos.

—¿Lo amáis?

—Ni siquiera le conozco, ¿Cómo he de amarle?

—Entiendo.

—Siéndoos sincera, tengo prisa por llegar... tengo, un asunto muy urgente.

—¿Hay alguna manera en la que pueda ayudaros?

—La verdad no lo sé, para eso estoy haciendo este viaje. Veréis, mi escolta... es mi hermano y se lo han llevado, me exiliaron del barco y lo tomaron a él cuando arribé en el puerto de Alemania, el capitán Hauser...

—¿Se han llevado a vuestro hermano?, ¿Y cómo es que me lo decís hasta ahora?

—No es asunto vuestro señor Lorand, ¿Para qué iría a decíroslo?

—Puede que no sea mi asunto, aun así pude haberos ayudado...

—Me temo que este tipo de ayuda le conciernen a mi futuro esposo, señor Császár —insistió, con una sonrisa tímida mientras resignado Lorand resoplaba.

—De acuerdo, lo entiendo pero...

—¡Oh!, la lluvia ha amainado —interrumpió con una sonrisa, mientras que el caballero respondía con una ceja enarcada a su abrupto cambio de tema—, ¿Falta mucho para llegar a casa del conde?

—No en realidad...

—Entonces, si no os importa, lleguemos por favor.

—De acuerdo.

Antes de llegar se detuvieron en una tienda y Lorand compró el primer vestido que encontró decente y presentable para una dama de su calaña y unos zapatos de su talla en la tienda paralela.

Era celeste, sin embargo no de seda, como el suyo, este era de algún otro tipo de material que no logró identificar. Le molestó tener que usar la incómoda tela, pero entendía que era mejor que andar desnuda y que no era tiempo de hacer el papel de niña caprichosa, así que con una bocana de optimismo, Hannah no tardó en cubrirse con los aspectos básicos del traje, ignorando el corsé y luego girándose incómoda hacia Lorand quien sin preguntar ató los lazos del vestido para darle los últimos toques.

No tenía otra opción era el único cerca que podía ayudarla, no perdería tiempo valioso debatiéndose si pedir o no ayuda.

Una vez lista, Hannah solo pudo pensar en aquel momento, en lo desastroso que quedaría su vestido cuando tocara el fango que se había formado por la lluvia, quiso pensar en eso, antes que en el cálido roce de los dedos de Lorand sobre su espalda.

Cuando llegaron, para su sorpresa, una parte estaba seca y por supuesto que ella se dirigió a esta zona, sin embargo, al ir caminando tropezó sin elegancia, cayendo en el suelo.

Lorand corrió de inmediato tras ella pensando que se había lastimado, mas, no se fijó y resbaló con el mismo fango, esta vez aterrizando sobre ella, quien hizo una mueca de dolor.

—Señorita Rainer... oh... lo siento, yo...

—No os preocupéis señor, y-yo debo entrar.

—Por supuesto —murmuró avergonzado Lorand. Solo dejadme... oh.

Al tratar de levantarse nuevamente volvió aterrizar sobre el pecho de ella.

Ambos se miraron durante unos segundos, los roces gentiles e inocentes estaban allí y quemaban en sus pieles, al contemplarse el uno al otro descubrieron la llamarada de locura que les sugería con sutileza que cometieran traición, que se olvidaran de la reina y del conde y se entregaran a sus deseos... sin resistir la tentación ni meditarlo mucho, él sostuvo su nuca y acarició sus cabellos sin decir nada, relamió sus labios invitándola a que se arriesgara, a que le diera permiso con sus pupilas dilatadas. Ella parpadeó y el con malicia sonrió. Entonces se acercó. Pero ella no podía permitirse besar a otro hombre que no fuera su prometido, no podía darse el lujo de ser conmovida por alguien más, una vez se enteró que iba a casarse decidió que tener amantes no iba a ser una opción para ella, aun si su marido la engañaba con otras mujeres, así que giró el rostro rechazándolo y de inmediato la realidad azotó al hombre. Quiso golpearse por faltarle el respeto de esa manera y ella tuvo la delicadeza de no decir nada, solo le pidió que la ayudara a levantarse.

Él pensó que ella lo besaría, por eso se arriesgó, pero fue necio al intentar besarla en la puerta del castillo de su futuro marido, no le dolió su rechazo, le dolió saber que probablemente la visión sobre él de aquella mujer cambiaría para mal. ¿Quién le mandaba a seducirla con descaro sabiendo que si era cierto que era noble, sería una dama recatada?

Se levantaron incómodos y no dijeron nada.

Ella quiso decirle que todo estaba bien, y agradecerle por su ayuda, pero la verdad era que estaba muy alterada por la reacción que había tenido su cuerpo ante el roce del lord.

—L-lo siento...

—No tenéis que decir nada mi lord —sonrió intranquila atusándose el vestido y preparándose para entrar en el castillo.

—Lo mejor es que entréis ahora... —se obligó a decir Lorand, nervioso.

—Por supuesto.

Guardó el recuerdo en lo más profundo de su mente, para disponerse a entrar sin retorno hasta el castillo del conde Báthory.

Boldog Szilva: Ciruela Feliz libro 1 [Sin Editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora