-Tienes que comer.
La verdad eso daba risa, yo siempre era el que te decía eso a ti, porque tú siempre de los siempres tenías la nariz metida en tus libros o en tus dibujos, pero ahora eras justamente tú la que me lo decía a mí...
A decir verdad, la chimichanga frente a mi daba asco... Todo en la vida daba asco.
-Come.
Volví a ignorarte... Tal vez si te ignoraba tu también me terminarías ignorando.
-Isaac de la Rosa, come ahora o tendré que obligarte -dijiste como una orden y con toda la seriedad del mundo, pero yo no aguanté la risa al escuchar la forma en que me llamaste.
-¿de la Rosa? ¿Y eso? -dije entre risas.
-Es para que suene más telenovelesco.
-Estás loca -te dije y fue tu turno de reír.
-No tienes idea... Ahora, come.
-No tengo hambre.
-¿Vas a desperdiciar esa comida?
-Se la puedo dar a los pájaros...
-Isaac...
En ese momento las lágrimas se formaron en mis ojos.
Tu no dijiste nada, simplemente torciste tus labios en una sonrisa comprensiva y te moviste para abrazarme de lado.
Eso me conmovió más y comencé a sollozar.
-¿por qué? -dije entre sollozos y tu me abrazaste más fuerte.
-No te puedo dar una razón valida -dijiste como si quisieras arrullarme.
-Es decir, no se lo deseo a nadie más, pero ¿por qué justamente a mi?
-No sé.
Me dejaste llorar y desahogarme por un rato.
-Come.
-¿es en serio?, acabo de llorar, aún ni puedo respirar bien, ¿y tú todavía quieres que coma?
-Así es. Come.
-Te odio -dije entrecerrando los ojos.
-Sí, sí, lo que tu digas... Pero es en serio, Isaac, tienes que comer.
Entrecerré los ojos pero al final acepté.
-Ahí vengo -dijiste y te levantaste dejándome solo.
Al rato volviste y vi que en las manos traías una bolsita de papel.
-Toma. Cómelos cuando quieras llorar.
Sonreíste y entonces timbraron.
-Ya me voy, cuídate y ojalá todo mejore pronto. Te quiero.
Chocamos las manos y te fuiste.
Al abrir la bolsita vi que estaba llena de chocolates Kisses de almendra y de gomitas de frutas.
Sonreí porque eran mis dulces favoritos y me fui a mi salón.
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Flores rotas.
Short StorySiempre decías que las flores eran como el amor. No importaba lo hermosas que fueran siempre terminaban marchitándose. Tal vez tenías razón...