Capítulo Veinte : Nuestra Pequeña Luz

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Estaban en el octavo mes y la panza crecía cada vez más. Boruto no podía creerlo. Aún se veía más hermosa que antes. Se había acostumbrado a dormir a su lado, acurrucada y con el vestido rojo, el cual se estiraba más. Sabían que tenían previsto que Hikaru naciera en Marzo. Y estaban a poco tiempo de que eso ocurra. La nieve ya no era tan intensa como antes. Era menos espesa y suave. El frío se iba dispersando. El invierno estaba finalizando. El rubio permaneció en la cama, con su esposa aferrada a su cuerpo, con la estufa encendida. En las últimas semanas, el humor de Sarada era más sereno, ya no se enojaba por todo, lo toleraba. Tampoco sentía miedo, tenía ansiedad de que el niño nazca pronto. En cambio Boruto, intercambió los roles, ahora era el que tenía miedo, el que la cuidaba más que antes, su preocupación iba en aumento. ¿Por qué?

Ese era el problema, Boruto tenía miedo al parto, seguramente, más que Sarada. Sabía que era la etapa más difícil del embarazo y tendría que ser fuerte para estar con ella. No podía abandonarla. Y no lo había hecho nunca. Volteó hacia su esposa, notó que su semblante estaba relajado, pero por alguna razón que desconocía, su mirada ya no era la misma de antes. La sentía apagada. Como si sus energías se hubieran consumido por completo. También la sentía más cansada que antes. Debía arrastrarse para ir de un lugar a otro, su cuerpo estaba débil, ya no era tan fuerte como antes. Se dio cuenta de eso esa mañana, cuando intentó levantar los peluches que le compraron para el bebé y todos los peluches se les cayeron de las manos. Soltó un quejido, abrumada, jamás le había pasado que las cosas se le caigan.

Boruto se asustó y fue hasta la habitación, porque se había escuchado un ruido en el piso de tatami, su panza estaba tan grande que apenas podía caminar, la ayudó a pararse. Se estaba riendo de su desgracia, no como antes, su voz era quebrada, débil. El rubio se asustó, notó que hasta su fuerza descomunal había disminuido, incluso su chakra. No podía creer que el embarazo le trajera tantos problemas juntos. La sujetó de la cintura y con la otra mano, la guió hasta la sala de estar, se sentaron en el sofá. Su párpados estaban caídos.

-Sara, ¿estás bien?-ella fingió una sonrisa.

-Estoy bien-acarició sus mejillas-. Boruto, ¿crees que nuestro hijo se parezca más a ti o a mi?-su pregunta lo desconcertó.

-Ojalá se parezca a ti-sonrió-. Igual a tu belleza.

-No seas tonto-rio débil-. Tu eres más guapo que yo.

El Uzumaki miró que sus labios estaban secos, sus ojos oscuros, ya no brillaban como antes. ¿Por qué? Acarició sus mejillas blancas y la obligó a que lo mirara, besó sus labios, con delicadeza, con afecto, lento. Ella le correspondió el beso, sin prisa, sin demanda. Solo fue un beso inocente. Se fundió en sus ojos azules y se acurrucó en su pecho.

-Boruto, lo siento.

-¿Por qué?

-Nada.

Boruto acarició sus flequillos, los corrió hacia un costado y ella se restregó sobre su pecho, no tardó en quedarse dormida en esa posición. Se sorprendió por el hecho de que durante todo el embarazo durmió mucho más de lo normal. Deslizó sus manos por su vientre, acariciando a su niño, entonces sintió la patada, el movimiento brusco. El bebé se estaba acomodando. Esbozó una sonrisa, fue lo más hermoso que sintió en su vida, fueron los ocho meses y medio más lentos que vivió en su vida, compartiendo y disfrutando cada segundo con ella, esperando pacientemente el nacimiento de su preciado hijo. Se quedó dormido a los minutos.

En la última semana del octavo mes, Sarada estaba más nerviosa y cansada que otras veces, se quedaba contemplando el jardín de su casa, en silencio, con el semblante caído; acariciando a su hermoso niño, hablando sola. El rubio cocinaba en la otra punta de la casa, estaba preparando un estofado caliente, casero, con todos los ingredientes favoritos de la Uchiha. Terminó de picar la carne, lo arrojó a la cacerola y siguió agregando ingredientes. Tenían fecha para dentro de dos semanas, pero la pelinegra estaba segura que nacería antes, la panza ya no la aguantaba y quería que naciera ya. Caminó de un lado a otro con los pies descalzos, enfundada en el hermoso vestido rojo, de tela suave, con los cabellos desaliñados. Se detuvo frente al vidrio, sintió la patada de su bebé, luego algunas lágrimas se deslizaron por su rostro. No supo por qué.

Océano Escarlata (BoruSara)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora