Capítulo Veintiuno : Ausencia

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No sabían qué harían en Jomae, simplemente, quería huir de Konoha. Sentía que no había motivos para quedarse. Porque los que tenía ya no existían más. Sarada se había ido, su sueño no tenía sentido, y todo le recordaba a ella y a su maestro. ¿Para qué quedarse? Sí, era egoísta de su parte, había dejado atrás a su familia. La familia que lo iba a apoyar y a ayudar con la crianza de Hikaru. Y todo eso no le importó. Solo quería estar solo con su bebé. Quería estar alejado, no quería que nadie se viera involucrado, no quería que nadie lo viera llorar, ni encerrarse en un profundo pozo del cual costaría salir. Hikaru era la única esperanza que le recordaba por qué había amado tanto a esa mujer. Sarada lo fue todo y mucho más. Era indescriptible.

El tren llegó a destino y el ruido de la bocina lo despertó de golpe. Abrió los ojos con pesadez, bajó la mirada y se cruzó con los cabellos oscuros de su niño. Hikaru dormía como un ángel en sus brazos. Le dolían los músculos por haberse dormido en una mala posición. Estiró la espalda y miró por la ventana. Sin dudas llegaron a Jomae. Bostezó y sus párpados cayeron. Se sentía perdido, sin ganas de nada, lo único que lo mantenía en pie era su hermoso bebé. Acarició sus mejillas, su piel era cremosa como la de Sarada, esbozó una sonrisa.

—Al final gané yo. Saliste idéntico a mamá—soltó una leve risita.

Bajaron del tren y lo primero que hizo fue caminar hasta la entrada a la aldea. Hasta que el hombre le pidió la identificación, no estaba seguro de por qué acudiría en ayuda a Satoru, solo fue la primera persona en la que pensó. El conocía al hombre enmascarado. Necesitaba saber información sobre el clan Niimura. Porque podía traerle problemas en el futuro si sabían que su hijo era uno de ellos, tal como le decían, una mezcla. Sin emabargo, ni siquiera todo eso fue el motivo por el que decidió venir a Jomae, tan solo necesitaba verlo y tener una extensa charla con él. Sentía que lo comprendía y que podría ayudarlo a sanar.

No sabía por dónde comenzar a buscar, así que decidió ir a un restaurante para sentarse a comer. Satoru no le había dado la dirección de su casa. Solo sabía que vivía en la aldea. Sería un dilema preguntar a cada persona que viera pasar. Primero debía atender a su bebé. Gracias a los médicos había aprendido todo sobre la paternidad y al menos, los folletos que sacaba Sarada cuando iba a las revisiones, le sirvieron como guía. Al sentarse en el bar, cargó al niño en sus brazos y ojeó el menú, cuando pidió la orden, continuó leyendo uno de los folletos. Suspiró.

—Esto será difícil—soltó de golpe.

En el restaurante estaban escuchando las noticias. Su padre estaba siendo entrevistado preguntando por él. Boruto ladeó la cabeza. No podía creer que todos estaban buscándolo. No volvería a Konoha. No por ahora. Soltó un fuerte suspiro y miró a su bebé. Miraba para todos lados, las luces le llamaban la atención, sonrió. Cuando le trajeron la comida, él le tuvo que dar la mamadera, después pagó la cuenta y se retiró. Imaginó que Satoru estaría en algún bar solo que no se animaba a entrar porque llevaba un bebé en brazos y ese lugar no era saludable para su hijo. Caminó sin rumbo por la aldea, cruzó por una plaza y al llegar a la esquina, lo vio. Lo pudo reconocer con su sombrero tan característico. Sus ojos se iluminaron y corrió hasta él.

—¡Señor Satoru!

Sin embargo al voltear hacia él, se dio cuenta que no lo eran, sus facetas eran distintas y era más joven. Boruto se disculpó avergonzado y enseguida giró hacia dirección contraria. Resopló y se sentó en uno de los bancos, agotado. ¿Cómo lo encontraría? Estaba cansado y quería descansar. Cerró los ojos sin darse cuenta y al abrirlo, se dio cuenta que había pasado un tiempo, lo peor fue que al hacerlo no tenía a Hikaru en sus brazos. Se inclinó hacia adelante de golpe y miró hacia ambos lados:

Océano Escarlata (BoruSara)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora