- Cap 6 -

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–¿Bon? ¿No te duele, verdad?– preguntó una rubia con preocupación mientras con delicadeza pasaba una esponja con maquillaje por el rostro del chico

–Descuida, sabes que he tenido peores– consoló haciendo una pequeña sonrisa, no convenciendo del todo a su amiga

–Sabes que debes tener más cuidado– aplicó otro poco de base de maquillaje

–Aun no entiendo porqué gane, digo, no es como si en algunos días ya tenga superfuerza... O no lo sé, simplemente no lo entiendo– cambió su expresión por una incomprendida, dirigiendo sus manos hacía el bolsillo de su suéter, como inspeccionando que el pedazo de papel de la noche anterior siguiera ahí –Tampoco entiendo por qué me daría una dirección que queda a pocas cuadras de mi casa si nunca lo había visto– pensó

–Tal vez deberías ver el lado bueno, ganaste y así tal vez 'Él' no se ponga tan terco hoy– hizo el intento de convencerlo –Muy bien, es mejor que entremos al salón, está mañana hace más frío de lo usual– cambió de tema, guardando los utensilios de maquillaje en su mochila, la cual cerró y acomodó en su hombro para extender una mano hacía el peliazul, quien aceptó el gesto.

Así, ambos de dirigieron lo más pronto posible a las internas de la institución, esperando que el frío viento no llegará hasta ellos para reencontrarse con Meg y empezar un nuevo día.

Una helada y aburrida mañana era como podía describir aquel día. Puesto que estar en la escuela era otra repetitiva acción que debía volver a vivir cada día, algo que podría catalogarse como frustrante si no fuera porque sus amigas siempre tenían algo en mente para cambiar un poco su perspectiva sobre su rutina.

Si no era un postre nuevo, era compartir sus comidas, o hacerse bromas sin sentido, al igual que contar chistes y anécdotas sin parar.

Una pequeña parte de él admitía que le encantaba estar en esa institución. Pero otra parte lo hacía detestar estar allí.

Y todo era gracias a la actitud de todos los demás alumnos, que tenían la misma mediocre mentalidad que su padre y el barrio en el que vivía.

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–Ya llegué – pronunció después de varias horas el ojiverde una vez entró a su casa, con la esperanza de poder ir a su cuarto por su guitarra e ir a algún lugar tranquilo a tocar.

–¿Hijo?– resonó una voz reseca –¡Ven acá muchacho!– espetó, creándole una gran mueca al chico que daba por pérdida una entretenida tarde –Sientate conmigo– palpó sin cuidado el espacio libre a su lado del sillón

–Hijo, supongo que sabes que estoy contento de tu asombrosa pelea de ayer. ¡Lo dejaste inconsciente con un par de golpes! Todos se sorprendieron, pero yo sabía que ganarías– aclaro su garganta con un trago a alguna lata –Si seguimos así todos en este asqueroso barrio entenderán la grandeza de los Smith– proclamó con una sonrisa victoriosa alzando su brazo –Ahora toma una lata del refrigerador y ven a celebrar con tu padre –

–¡No! Gracias papá. Prefiero, descansar... Ya sabes, para después entrenar y seguir ganando– tartamudeo con nervios, dejando escapar una extraña risa al final de su oración

–Igual la comida ya está hecha, así que está bien– regresó su mirada al televisor, ignorando así la presencia del menor

Bon ante eso, prefirió correr hasta su cuarto lo más rápido que pudo, no queriendo obtener de nuevo la atención de su padre.

No cuando siempre lo hacía temblar con cada palabra que decía.

Cuando llegó, cerró la puerta con sigilo y se recargó en ella como si evitará que alguien entrará.

"Parece que te ha ido bien" marcó un mensaje de texto en su celular, el cual lo hizo saltar de un susto "Espero que disfrutes tu tarde hoy, ya hice la comida, sobrará para la cena" decía al conjunto de una carita feliz

"Muchas gracias, Toddy" regresó aún con algo de nervios dejándose caer al suelo amortiguándose con la madera detrás de él.

Una vez estuvo en el piso con las piernas extendidas movió sus pies de izquierda a derecha en un repentino compás. Intentando pensar en que podría hacer en su pequeño tiempo libre, por lo que vagó sus ojos por toda su habitación dándose la libertad de observar con detalle algunas cosas. Hasta que ¡Bingo! Su guitarra postrada debajo de su cama sólo dejaba ver el mango de la estuchera entre las sabanas que colgaban. Después de todo, su idea de tocar no se había ido al caño por completo.

Y no lo pensó dos veces para arrastrarse por ella y regresar a su posición para deslizar el cierre y sacar con delicadeza una guitarra acústica de un color café resplandeciente.

Cerró los ojos y sabiendo que su padre no lo escucharía ante todo el escandalo de la televisión colocó sus dedos entre los trastes para comenzar a deslizarlos con cada rasgada que su otra mano daba ante las cuerdas. Comenzando a perderse entre la dulce melodía que creaba, la cual dejaba fluir su sentir con cada segundo que pasaba.

Fue en ese momento en que recordó la emoción que le causaba tocar guitarra, el como sus manos viajaban de un lado a otro y el como su ser se envolvía a cada segundo ante las ansias de seguir tocando, de seguir creando aquella suave melodía única y original. Su mente detuvo cualquier pensamiento que lo preocupará y lo indagaba entre sus más bellos recuerdos. Pensó en sus amigas, en la linda Joy, en la correcta Meg, en la compresiva Toddy, en como ellas eran su más preciada familia. Y también pensó en él, en aquellos miles de cabellos morados, en sus ojos rojos y su piel pálida, en la dulzura de sus palabras y su amigable actitud.

El pensar en él sólo hacía que sus dedos fueran más rápidos, que su música fuera tan privada y llena de sentimientos que sólo se dejaban fluir con libertad entre las paredes de su cuarto.

Pensar en él lo hacia sentir así, libre, libre de el palabrerío de su padre, de sentirse presionado por todos.

Pensar en él lo hacía sonreír.

Y de repente el rasgue se detuvo, dejando a un Bon con los ojos abiertos ante la repentina idea que llegó a su mente. –Y si...– rebuscó entre sus prendas después de dejar su guitarra a un lado de él –¿Podría ser?...– pensó al encontrar el doblado papel el cual miró fijamente frunciendo el ceño con los labios decaídos.

No volvió a decir nada, se limitó a guardar su guitarra, sacudirse el pantalón y salir con cautela de su casa.

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