• V •

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—¿Eliot? ¿Qué ha pasado?

—No lo sé. No sé nada.

—No llores, muchachito. Quita esos ojos tristones —Habló Solebát.

Me reincorporé en la cama, apartando el cuerpo congelado de Alex. Dormía como un niño, pero no respiraba ni se movía. Me causó gracia verlo una vez más en ese estado, antes no me había dado la oportunidad de conocerle mejor así que no me causaba simpatía. Hombre o mujer, seguía siendo una persona divertida.

Filiae estaba sentada en la esquina de mi cama, sin rostro como el día que me salvó, acariciando a Solebát en su regazo. Lo confirmé, ambos eran más reales de lo que quería. Y estaban ahí, escuchándome llorar como una niña desvergonzada. Tenía miedo, seguía siendo una chica depresiva en el interior aún con el cambio de género. Filiae tenía razón, chico o chica, las cosas no cambian.

Sus labios delgados se hicieron presentes e informó:

—Me has llamado. Estoy aquí para escucharte.

La abracé, agradecida por su aparición. Me preguntó que sucedía, pero no pude responderle pues desconocía la respuesta. Me ayudó a vestirme correctamente y salimos esa noche a caminar, de nuevo por las calles que antes habíamos recorrido hasta detenernos en un edificio a ver la ciudad llena de luces centelleantes.

—Oh, esos son nuevos zapatos. —Decía Solebát mientras mordía mi nuevo par, y yo volví a empujarlo haciendo que comenzara a correr como loco en el edificio.

—Cuidado, puedes caerte y morir. —Hice el chiste tratando de sonar gracioso, pero aún me sentía decaído.

—No sería la primera vez —rió el cabrito—. Solía ser un panda y me caí de un gran bambú cuando visitamos la muralla China. ¡Fue asombroso! Malditos humanos egoístas, lo tienen todo, ¡incluso personas hechas piedra!

Hablaba de las estatuas, pero solo me limité a reír. Filiae esta vez señaló las luces de la ciudad, sin mirarme como acostumbraba.

—El reino dorado tiene edificios más grandes que estos, construidos de materiales extraños, rocas que contienen universos y se encuentran en un río interminable donde navegan las estrellas —al parecer le gustaba hablar de su lugar de origen, pues era lo único de lo que hablaba cuando la veía—. En el centro, se encuentra un palacio blanco y dorado con una puerta de cristal recreando la ilusión de fuego. Un hombre toca una trompeta para dejar pasar a quienes están cerca, y se reúnen muchos allí, junto a las fuentes de cabeza.

—Suena hermoso. —Murmuré, haciéndome chiquito, rodeando mis piernas con mis brazos para ocultar mi rostro en las rodillas. Agradecía que fuera de noche, así no daría más pena.

—Claro que lo es, mi lugar de nacimiento es hermoso como yo lo soy, jovencito. —Solebát se recostó a un lado mío, dejándome acariciarle.

Solté nubes de vaho, aunque yo no lo sintiera la noche era fría. Ahora de verdad todo estaba congelado. Todo parecía muerto a mi alrededor, excepto ellos. Aún tenía curiosidad por saber quiénes eran, pero nunca me atreví a preguntar más de lo que debía.

—En la tierra hay ciudades con rascacielos, construidos de metal, cristales, y otros materiales buenos que encuentran las personas en las minas. En esas minas también hay piedras preciosas, que sobrepasan el valor de muchas personas, pero son lo mismo que un simple centavo —explicó, recostándose en el suelo roñoso. De nuevo su rostro sin ojos—. Hay muchos edificios raros. Unos son blancos y altos, llenos de candelabros de cristal con luces brillantes y doce toros debajo de pilas de agua. Otros son llamados castillos en oriente, donde las personas hacen reverencias frente a una estatua dorada sentada en sus piernas y con el pecho descubierto, u otras donde hay zorros y carpetas rojas. Hay edificios viejos con símbolos en la cúspide, donde las personas se reúnen y toman asiento en bancas de madera para escuchar a un hombre en túnica. Lugares con formas extrañas llenas de jeroglíficos y otros donde hay estatuas de leopardos.

—¡También hay edificios oscuros con estatuas de chivos locos y personas vestidas de negro diciendo "alabado sea..."!

—¡Solebát! —Filiae llamó la atención del cabrito para que se callara. Él rió, diciendo que luego me contaría mejor y yo asentí riendo.

—¿Cuál de todos esos edificios es correcto? —Pregunté, abrumado por la variedad de lugares.

—Los humanos están vivos para saberlo.

—¿Por qué me lo cuentas?

Miré al cielo, las estrellas lejos, sabiendo que ella no me respondería. Algunas veces deseaba ser una estrella, intocable, lejos del mundo que conocía. Lejos de la cantidad de edificios y decisiones complicadas. No recuerdo que fue lo que me puso en esa situación, solo sé que antes parecía disfrutar cada día de mi vida, hasta que el día duraba poco y la noche me tragaba.

Yo era la luna huyendo del día, y también el sol huyendo de la noche.

¿Vivir o morir, Eli? —Filiae volteó su cuerpo hasta estar sobre mí y tomar mis cachetes como si fuera un pequeño niño—. Cualquier cosa que quieras ser o dejar de ser estoy aquí para cumplirla.

Esa era la oración que debía repetir antes de escuchar mi petición. Era la forma de que yo entendiera el poder que había en mis palabras. La miré, sonriendo de lado con pena.

—Pídeme un deseo.

—Quiero volver a ser un niño.

Pídeme un deseo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora