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Haylee

Estuve retorciéndome en mi miseria no sé durante cuando tiempo. Supongo que el suficiente como para que la mugrosa reina y el estúpido de su hijo se aburrieran de estar sobre mi a cada segundo.

Después de que mi cerebro procesara los últimos acontecimientos, me levante con entereza y dispuesta a volver a casa... es decir, escapar del hermoso castillo de los elfos, saber que mi escurridizo lobo estaba bien y tranquilizar a papá. Un plan perfecto.

Tres veces lo intenté. Escapar. Las dos primeras me detuvieron Ecco y Lahuen. En la ultima no corrí con la misma suerte y la reina terminó por castigarme con un baño de agua helada y varios golpes.

En fin, mis desgracias aparte.

Estoy determinada a huir de este lugar a como dé lugar. Aunque eso signifique soportar los crueles castigos de la reina alacrán.

Sonrío ampliamente al recordar como se descompone su expresión al oírme llamarla de esa manera.

Recorro uno de los grandes y desconocidos pasillo del castillo. No temo perderme aunque no reconozco ningún sitio ya que se que Ecco o Lahuen me siguen. Ellos me explicaron que al ser mis centinelas tienen la facultad de ocultarse entre las sombras para protegerme.

Lo que al principio me produjo escalofríos, imagino que si me tiro un gas en solitario ellos estan allí para verlo...y olerlo.

—Por favor, Hero— la voz de un hombre llega a mis oídos interrumpiendo mis pensamientos. Y como dice el dicho de que una raya más al tigre nada le hace, me acerco a chismear con cuidado. —Te lo ruego, habla con ella. No dejes que la lastimen.

El hombre llora y le ruega a Hero. ¿Sobre qué?

—Le prometí a tu hermana que la protegería —contesta. —Nada va a pasarle. Déjame hablar con mi madre.

—No...—El otro hombre llorisquea. —Tú sabes lo que le hará mi reina. Mera tendrá el mismo destino que su madre. Por favor, no dejes que nada le pase. Habla con la vampiresa, quizá ella...

El angustioso llanto cede de a poco, como siendo sofocado por algo.

Cuando me asomo veo a Hero de espaldas, él sostiene a alguien entre sus brazos con la cabeza gacha en un abrazo íntimo.

Momento. Ellos no pueden tener muestras de cariño, están prohibidas. ¿Qué sucede aquí?

—Mi señora —el susurro de Lahuen, en mi oído, me espanta. —Están buscándola.

—¿Viste eso? —pregunto realmente curiosa. —¿Lahuen?

—¿Desea mi señora que guarde ese hecho en mi memoria? —rebate con expresión inocente. Ella es buena en eso de ignorar cosas.

Niego.

—¿Qué sucede si te digo que no?

Me apresuro a regresar a la sala donde tengo permitido pasar el tiempo, y de donde no tendría que haber salido. Lahuen me sigue mientras corro por el pasillo, escuchando la voz de la reina y el característico sonido del uniforme de sus guardianas. La adrenalina se dispara en mis venas produciendo que me introduzca en la primera de las habitaciones que encuentro.

—Mi señora...no... —Lahuen intenta detenerme.

Cierro la puerta con cuidado para que no me encuentren. Cuando me giro me encuentro con un par de ojos color naranja que me observan asustados y curiosos. Una niña, una hermosísima niña me mira desde un pequeño sofá.

Le pido que haga silencio colocando mi dedo sobre mis labios. Ella asiente y no separa su mirada de la mía, quedándose muy quieta.

—Soy Haylee —susurro y ruego porque no llore o llame la atención. —¿Cómo te llamas?

Libérame [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora