CAPÍTULO 22 | A flor de piel.

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Es un terreno montañoso donde domina la tempestad, mi cuerpo está totalmente helado y coordino mis extremidades para correr a toda prisa entre la oscuridad. No debo detenerme. Estoy siendo perseguida por una figura negra con capucha; tiene una larga y pesada hacha en su mano con la que desea extinguir mi proceso homeostático que me mantiene viva. Él solo me quiere..., muerta. 

—Madre santa. —digo despertando de aquel tenebroso sueño.

Respiro con fuerza, mi corazón late a mil por minuto, presento sudoración por todo el cuerpo y tengo los nervios a flote.

Al percatarme de mis alrededores, está él. Observándome atento desde la puerta de la habitación. Parece cansado y está cubierto de manchas rojas por algunas zonas.

—Al fin despierta, bella durmiente.

Me lanza una diminuta sonrisa que me hace levantar de impulso.

—¿Dónde estabas? —digo preocupada.

—Solo me encargue de resolver, ya sabes, algunas cosas.

Ricardo responde con mucha naturalidad, lo que me hace incomodar un poco.

Visualizo el suelo en su totalidad y el cuerpo en óbito del policía maldito ha desaparecido. Todo se encuentra limpio y despejado, como si tales acontecimientos nunca hubiesen sucedido.

—¿Todo fue un sueño? —parezco confundida.

—No, fue más real de lo que parece.

Mierda, seguro fue él quien enterró el cuerpo de su propio padre. Eso explica la sangre derramada en su camisa y jeans azules.

Rápidamente, me coloco de pie y le brindo un fuerte abrazo.

—Lo siento, lo siento mucho. —susurro en su oído.

Aprieta mi delgado cuerpo entre sus brazos y llena sus pulmones de mucho aire, desea ser fuerte e intenta demostrarlo. 

—Descuida, nunca fue un buen padre.

Sus palabras caen en mi como un costal pesado, siento que mi corazón de divide en trozos y me hago más pequeña. Puedo sentirlo, conozco el sentimiento.

Me separo un poco hasta lograr ver su rostro.

—El mío tampoco lo fue. —al decir esto, planto un largo e intenso beso.

Nuestros sentidos se unen y comparten por algunos segundos el amor que ambos deseamos, nuestra infinita conexión nos hace perder la noción del tiempo y querernos cada vez más.

Ricardo separa sus labios de los míos y relaja sus tensos hombros.

—Debo ir por una ducha. —suena divertido.

Solo asiento y le permito el paso hacia el baño de la habitación.

Abre lentamente la puerta el mismo y entra sigilosamente. Estando allí, comienza a despejar cada una de las prendas de su cuerpo y las arroja al suelo.

Entre mis posibilidades visuales, puedo apreciar cada centímetro de su piel desnuda; la espalda gruesa bajando hasta sus glúteos muy definidos, luego prosigue sus muslos carnosos y finalizo en las pantorrillas marcadas.

Al escuchar el agua caer, mi cuerpo ya se había convertido en deseo y lujuria.

—Joder, está muy fría. —casi grita.

Intento evitarlo, pero suelto una corta carcajada por su comentario.

—Se hombre y dúchate. —le replico.

LA CHICA DEL BOSQUE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora