CAPÍTULO 19 | Adiós al inocente.

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—Isabel, estoy aquí, contigo.

Escucho sus dulces palabras resonar entre mis sentidos, se siente tan honesto y real que podría creerlo.

» —No te abandonaré.

Lo sé perfectamente, habitas en mis pensamientos a cada momento y no logro dejarte ir. Como quisiera oírte en el ahora y no desde este tonto sueño.

» —Hey, despierta, despierta.

Mi cuerpo se desestabiliza por completo dando un pequeño respingón. Al abrir lentamente los ojos puedo apreciarlo, frente a mí, muy atento. Parece angustiado y contento a su vez.

—Ricardo. —susurro.

Lleno de lágrimas mis ojos ante la felicidad que siento en este momento. Finalmente he alcanzado la luz de esperanza y decido tomarla con los brazos abiertos.

—¿Cómo han llegado aquí? ¿Están bien? —arruga su frente.

—Fue una terrible noche, pero logramos escapar a salvo.

Él pasa su mano suavemente por mi mejilla, se encuentra con algunos cabellos sueltos y me acaricia como ternura.

—Te eche de menos. —su voz se quiebra.

No tienes idea de lo mucho que deseaba tener tu presencia cerca de mí, también te extrañe.

—Ahora no estoy tan sola.

Le lanzo una mínima sonrisa y observo a mi pequeña Joanna que se mantiene dormida, es un ángel caído del cielo.

—Nunca lo has estado. —roza sus dedos delicadamente por el cabello de mi hija— Es muy preciosa..., como su madre.

Repentinamente, siento un golpe de dolor en mi vientre que me hace incomodar un poco. Sobre mi entrepierna se desliza algunas gotas de sangre y las considero algo alarmantes.

—Estás herida. —vuelve el tono preocupante— Debemos irnos.

¿Irnos? ¿A dónde?

—No es necesario, me encuentro bien.

Frunce el ceño y me fulmina con la mirada. No creo que esté dispuesto a discutirlo.

—Deja de mentir, no estás bien de salud y se donde pueden ayudarnos. —aprieta su mandíbula— Te quiero sana, ahora y siempre.

Respiro hondo y me dejo llevar ante sus palabras.

Nos da una mano para levantarnos de aquel arbusto y subimos a su potente caballo hacia alguna dirección que desconozco. Recorrimos por unos minutos sobre el bosque a la luz del día hasta que finalmente llegamos a nuestro paradero.

—¿Qué es esto? —digo anonadada.

—Es donde vivo, mi hacienda.

La entrada es enorme; tiene paredes de ladrillos color naranja, con un portón de madera y flores en sus alrededores. Es realmente hermoso.

Mientras avanzamos, Ricardo saluda con su mano amablemente al señor vigilante y algunos trabajadores. Al estar adentro, puedo admirar muchos caballos alimentándose del césped, patos cacarear cerca de un pequeño riachuelo y mucha vida silvestre mezclada con construcciones pintorescas.

—¿Todo esto es..., tuyo?

Digo sin poder creerlo, este lugar es increíble.

Él pura sangre se detiene sin previo aviso y una sirvienta muy amable me ayuda con Joanna al bajar. Ricardo hace lo mismo rápidamente y me toma de las manos.

LA CHICA DEL BOSQUE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora