La sonrisa de un ángel

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Honey

El primer recuerdo de Damien era el de un amplio mural en el techo de la iglesia, en el se mostraba a Jesucristo crucificado con sus apóstoles al rededor, la escena era algo fuerte para el pequeño Damien,  quien normalmente prefería apartar sus ojos escarlatas de la imagen de ese hombre torturado y sus apóstoles con rostros de pesar y dolor, su mirada se centraba en otro punto del mural, ahí, justo sobre el sangrante Jesús se encontraban los ángeles bajando del cielo, con sus rubios cabellos, ojos azules, mejillas sonrojadas y regordetas que bajaban del cielo con sus alas extendidas, eran hermosos, Damien gustaba de escabullirse a la iglesia solo para ver esa parte del mural, para contemplar a los ángeles cuyos ojos solo reflejaban bondad

¡tus ojos son rojos! rojos como los de Satanás ¡eres el hijo de Satan, hijo de Satan!

Había escuchado esas palabras de los otros niños cientos de veces desde que recordaba, había nacido así, con la melanina completamente ausente de las iris, sus ojos eran rojos y muy sensibles a la luz, sus ojos eran rojos y lo hacían ver distinto a los demás, su piel también era muy blanca, debido a la poca expocision al sol por su sensibilidad,  su piel lucia pálida al punto de parecer enfermiza, Damien era flaco, pálido y ojos rojos, tan distinto que muy posiblemente por eso lo hayan abandonado recién nacido en un basurero, sus ojos provocaban el rechazo de los otros niños, de los adultos incluso, nadie quería verle a los ojos

¡Hijo de Satan! ¡Demonio! ¡anticristo!

Los niños eran crueles e hirientes, Damien lo comprendió desde siempre, en aquel tiempo no tenia las agallas o la malicia para hacerle frente a esos niños, en lugar de eso solía ir a su refugio, ese viejo y abandonado confesionario en la iglesia del orfanato, solía esconderse ahí mientras abrazaba sus rodillas huesudas y escuchaba al coro de monjas practicar sus cánticos, Damien a través de las rendijas veía el mural del techo, evitando la imagen de Jesús y enfocándose en los angelillos que volaban a su alrededor, hermosos, rubios, de mejillas sonrojadas y ojos azules, eran la definición de belleza en la pequeña mente de Damien, podía observarlos por horas sin cansarse, los miraba atento con esos ojos rojos que tenia 

Sus ojos rojos reflejaban a Pip, lo veía jugar con sus perros en el jardín, Dante y Cerbero, sus bravos y letales canes jugaban con Pip como si fueran solo unos cachorros, como si reconocieran que el rubio era un ser celestial que no les haría daño y que podían bajar la guardia con el sin problemas, Damien suspiro tan solo con pensar en eso, reafirmándose que era cierto que la pureza podía incluso cautivar a la mas fiera de las bestias

-Damien ¡ven!- grito Pip sentado en el pasto junto a los perros que lamían sus manos

Damien asintió de inmediato, todo ese tiempo había estado observando a Pip jugar en el patio desde atrás de la puerta de cristal de la casa, recordando ese mural que tanto le gustaba de niño, Pip lo había llamado y el no dudo en ir, como si pudiera entrar en el mural y volar junto al ángel que tenia en frente

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 Las salas de Karaoke tenían la conveniente particularidad de ser privadas para quienes la contratasen, cuartos de distintos tamaños con sillones, una pantalla y micrófonos conformaban el espacio, al este de la ciudad se encontraba uno de esos salones de Karaoke, no era el mejor o el mas conocido pero eso estaba bien ya que lo hacia menos concurrido que otros, era el sitio perfecto para el encuentro

-reservacion a nombre de Feldspar-

La recepcionista del lugar levanto su mirada de la revista que leía y observo a un extraño chico con ropa desaliñada, cabello negro y revuelto bajo una gorra  de los broncos de Denver y un vaso de café en las manos, parecía algo lindo pero nada especial, la recepcionista dio un vistazo a su ordenador y verifico que sala estaba ocupada por el tal "Feldspar"

HoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora