oportunidad y trato

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III

Un jarrón azotó contra la puerta y cayó al suelo fragmentandose en pedazos. Las flores que habían en el quedaron derramadas y olvidadas sobre una posa de agua que yacía junto a los trozos del jarrón.

Ahora una patada resonó en la madera de la puerta seguido de unos gritos llenos de rabia y tristesa.

Era la descarga de tantos años de injusticia, un encierro que no tenía sentido, si quiera había recibido una explicación que justificara algo.

Su madre no lo habría concebido de haber estado allí, si la corte se enterara tampoco lo consentiría. Era un crimen que no tenía explicación, ella no estaba loca aunque en esos momentos lo parecía gritando, pateando y destruyendo cosas pero, jamás se había comportado de esa forma antes. Ahora ya no soportaría esto, cuando su padre regresara exigiría su libertad aún si eso significaba obtenerla bajo amenaza. Ella no era esa tonta de rapunzel sobre la que había leído en sus cuentos de niña. No esperaría a que apareciera alguien en mitad de la nada para rescatarla, de hecho, nunca había entendido como aquel personaje era tan débil y fantasioso como para dejar pasar su vida sin hacer nada cuando podía hacer algo con un poco de valentía.

Jane volvió a gritar mientras estallaba en llantos, odiaba el encierro, le sofocaba, la desesperaba, era mil veces peor que estar encerrada en su casa donde podía desplazarse de un lugar a otro a su antojo en vez de un solo cuarto.

La puerta se abrió, Jane paró de golpe y recogió un fragmento del jarrón el cual empuñó con la mano en señal de retaguardia.

Una mujer de piel oscura como la madera de ébano aparació en la habitación.

-niña, ¿Qué crees que estas haciendo?- Jane dejó caer el fragmento al suelo y corrió a abrazar a la mujer.

-¡Keah, mi padre me encerró!- se quejó la chica volviendo a llorar ahora de una forma desconsolada. La mujer acarició su cabello e intentó calmarla.

-ya lo sé, pero no le guardes rencor.

-me aburrí de todo- Keah tomó el frágil rostro de la chica entre sus manos y la miró. La mujer tenía unos profundos ojos oscuros que siempre habían podido calmar a Jane, era como si poseyeran el calor y pasividad de los de una madre. La chica consiguió respirar de forma tranquila aunque aún algunas lágrimas le recorrían las pálidas mejillas.

-resiste, es por tu propio bien

-quiero que me deje salir como lo hace la gente normal, solo es eso.

-lo sé, lo sé, cuanto lo sé. Piensa en tu padre, el te adora.-Jane negó con la cabeza recordando cuando él le había cerrado la puerta en la cara.

-cuando regrese le informare que me voy, llenaré mis maletas y me iré. Dile a Charles que ordene mis vestidos y...

-tu padre nos ordenó que nadie abriera la puerta o solo comeríamos pan y agua.

-maldito...

-no lo maldigas.

-entonces no deberías estar aquí, vete y cierra la puerta.

-solo dejame cepillarte el cabello y me iré,

-Keah por favor.- Keah sentó a Jane tras el tocador, abrió un cajón y extrajo un cepillo. Tomó el enmarañado cabello rojo que algunas horas atrás había estado perfectamente ordenado y tomado y comenzó a cepillarlo con cariño.

Jane se miró en el espejo en silencio, encontrarse con su propio reflejo parecía una especie de juicio del que no había escapatoria. Se enfrentó a si misma mientras sus ojos se encontraban con los de la Jane del espejo.

Clocks and TeaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora