VIII
Allie se sentó frente al escritorio. Una vela colocada sobre un candelabro negro en una esquina de la mesa le proporcionaba luz a la perfección. Tomó una hoja, la dejó frente a ella, levantó una pluma y la untó en el tintero.
Se dió dos segundos de aire con el instrumento para escribir en su mano y entonces comenzó.
las palabras fluían de su corazón como si hubiesen estado cuidadosamente guardadas ahí desde hace años. Tenía el presentimiento de que debía hacerlo, dejarse llevar, no saber por y para que, simplemente entregarse. Entregarse a una hoja, a las letras, a su pluma, fundirse con ellas como si en estas mismas Allie pudiera viajar a donde fuera que llegasen a parar algún día. Sí, podía sonar algo tonto pero, si alguna vez Allie había leído libros siempre sintió que sus creadores habían hecho el amor con sus historias o que bien estas mismas se habían enamorado de ellos hasta apoderarse de los pensamientos y llegar asi a la realidad. Un libro entonces, era un acto de amor. Como un hijo que nacía de la locura y los sueños a partir de las propias manos de su escritor. La tinta era la sangre, las hojas el cuerpo, la cubierta del libro la piel y la propia historia el corazón. A diferencia de los humanos, estos hijos eran diferentes, nada pedían pero sus historias daban, se dejaban acariciar por cualquier persona que quisiera leerlos y si se les destruía tampoco se quejaban, solo se dejaban morir sin oposición, eran como palomas mensajeras que podían durar eternidades o tal solo un instante.
Las letras fueron quedandose poco a poco en su orden al paso en que la pluma las creaba, sus cuerpos hechos por la delicada y a la vez marcada caligrafía de Allie eran realmente llamativos, cada palabra formada parecía realmente tener un proposito definitivo en esa línea, junto al resto de palabras, entre las prosas, todo sobre la hoja, nada podía cambiar el significado de aquello, no podía si quiera cambiarse la interpretación aunque si bien era bastante abstracta, conducía sin duda alguna a la misma idea.
Fueron exactamente seis páginas y aunque parecía de casualidad que en todas ellas hubiera la misma cantidad de letras "L" y letras "R" en realidad no lo era en lo absoluto.
Para finalizar, Allie derramó sin proponerselo una lágrima que como una marca personal de su alma dejó por concluida la carta.
Buscó un sobre entre el pequeño cajón bajo la cubierta del escritorio y allí depositó sus esperanzas escritas esperando fielmente a que estas cumplieran su trabajo. Cerró el sobre y lo dejó sobre el marco de la ventana para que la luz de la luna acariciara por un rato sus deseos mientras comenzaba a vestirse. Estaba segura, por primera vez segura, de que confiaría más allá de todo lo que conocía y creía ser lo único existente en cualquier vida.
Se cubrió con una capa azul, se colocó un pequeño sombrero con detalles de encaje, calzó sus guantes de cabritillo negro sobre las manos, retiró la carta del marco de la ventana y la escondió bajo su capa entre una pequeña bolsa de paño.
Bajó las escaleras ignorando a todos los presentes. Las ninfas le miraban curiosas mientras seguían cumpliendo las ordenes de sus hombres preguntandose que cliente la abría enviado a buscar y como es que se tomaba el atrevimiento de abrigarse tanto para una noche en la que era más que obvia que no iba a llevar prendas sobre su cuerpo por mucho tiempo.
Allie paso por sobre la puerta de hilos y desapareció agradecida de que madame no apareciera en el transcurso de su huida para frustrar sus planes, sin embargo, alguien más si intento detenerla.
-no puedes salir sola- le dijo Mike interponiendose entre ella y la puerta.
-puedo hacer mucho más que eso- respondió Allie a la defensiva, en realidad no era necesario ser hostil con Mike, pero por naturaleza había decidido contestar siempre así.
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Clocks and Tea
FantasiLa joven Emilie Jane ha vivido toda su vida encerrada en su hogar, lejos de la ciudad, en un prado donde solo hay silencio. Oculta por obra de su padre se decide a exigirle la libertad que tanto desea, tras un trato logra conseguir una posibilidad...