Segundo: Contigo

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Ella, aún vestida con el uniforme de su oficio, el cual era la policía, lloraba, sosteniendo todavía su pistola Smith & Wesson M37 Airweight, lamentándose los muchos giros que llegaba a dar la vida.

Yacía reposada en una silla pertenecienta al bar al que había asistido a ejecutar su más grande adicción, misma que había abandonado al conocer a aquel hombre, beber.

Lo único de su cuerpo que se movía era su mano, con la que jugueteaba con las restos del vaso hecho añicos con el que había estado tomando hasta ese momento en el que estrelló la copa contra la barra, añorando que ese ser volviese, que regresase a abrazarla y decirle que, pase lo que pase, él estaría con ella, sin importarle sus manias, sus vicios, ni su muy desgastado estado mental.

Esperaba que retornase de esa fría, oscura y húmeda tumba a la que ella misma lo había mandado de un balazo, con su pistola, en la cabeza, destrosando su atractivo rostro, aquel rostro que, desde la primera vez que lo vió, le llamó la atención, y aquel rostro que ya jamás volvería a ver en ningún otro lado más que en su memoria.

Tal pensamiento le atormentaba desde que había asesinado a su hombre, por lo que, ya sin poder tolerar más su propia tortura psicológica, cargó su arma, apuntó a su cabeza, y acabó con su sufrimiento.

Todo por está otra vez con él, hasta la muerte, y después de ella.

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