Vigésimo Noveno: Palpitaciones

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Qué bonitos eran sus latidos, y qué fuerte se oían, o mejor dicho, se sentían, pues al tener mis manos en su garganta, apretándola con fuerza, su ritmo cardíaco se apreciaba con precisión entre mis agarraderas.

Qué bonito era el silencio, y qué tranquilizador era, o mejor dicho, es y será, pues no habrán más latidos en ningun lado, ya que ningún corazón continúa trabajando cuando el cuerpo muere.

Y el corazón de aquella persona que alguna vez en el mío habitó, a quien con mucho amor cuidé, ya no emitía palpitaciones.

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