Capítulo X: Revelaciones

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La guerra había acabado. Habían pasado dos años desde que vi a mi familia y a Hed y dos meses desde que no veía ni a Arantza ni a los pirateados.

Javier y yo estábamos más cambiados, él pegó el estirón y se ganó algunas cicatrices por el cuerpo pero nada grave, en cuanto a mí no había salido tan bien parada, mi mano izquierda se había quedado totalmente inmovilizada debido a un incidente.

Bajamos del tren y comenzamos a hablar, entre los dos se había creado un gran vínculo de fidelidad, amistad y confianza, imposible de romper.

~¿Te has dado cuenta?~ preguntó de golpe Javier.

~¿De qué?~ le contesté.

~De todos los jóvenes que reclutaron de Xilogu, somos los únicos que hemos vuelto.~

Realmente no sabía muy bien si lo decía de forma divertida o si estaba apenado por ello, el tono que había utilizado no revelaba nada.

Xilogu no había cambiado en absoluto y seguramente sus habitantes serían los mismos.

A lo lejos vimos nuestra casa y en la terraza pudimos distinguir a Concha y Antonio en la mesa desayunando.

Teníamos que hacer una entrada épica, no podíamos simplemente ir y decir: "hola".

No nos dio tiempo a hacer nada ya que de pronto el perro de uno de los vecinos comenzó a ladrar y todo los pueblerinos que pasaban por allí nos vieron.

La gente comenzó a gritar emocionada y nosotros corrimos hacia Antonio y Concha, corrimos como si fuésemos otra vez niños, como si nunca hubiésemos cometido y vivido tantas atrocidades.

Ellos nos recibieron con los brazos abiertos y nos abrazamos.

En mi abrazo con Concha aproveché para susurrarle unas palabras.

~Te prometí que cuidaría de él y eso es lo que he hecho durante estos dos años.~

Otra vez fui sorprendida con un abrazo de oso, osa en este caso.

También salieron a recibirnos Melissa, Miguel y Rafa.

~¿Y Rosa?~ pregunté al no verla.

~Aquí estoy.~ dijo de pronto.

Rosa, mi abuela, estaba embarazada y por eso había ido más lenta que los otros. Ella estaba embarazada de mi padre, del hombre del que en unos años más adelante me abandonaría.

Y por fin apareció él, mi mentor, Hed. Corrí hacia él y lo abracé con todas mis fuerzas.

~Sabía que volverías.~ dijo con la voz rota por la emoción.

~Nunca te abandonaría... Padre.~ dije susurrando la última parte.

Todos entramos en casa y comenzamos a celebrar, celebrar que una nueva vida estaría con nosotros dentro de poco, celebrar que Miguel y Melissa se habían comprometido, celebrar que Javier y yo estábamos vivos.

A la hora de cenar, Rafa decidió abrir una botella de anís, la cual todas las mujeres de la familia se abstuvieron excepto yo, a pesar de la mirada de reprobación de Concha.

Miles de historias inundaron la habitación, desde como Javier salvó a unos soldados atrapados hasta como una vez tuvo que caminar por los pasillos semi desnudo porque alguien le había robado la ropa que tenía preparada para después de su ducha.

~¿Cómo te atreves a contar esa historia?~ gritó avergonzado Javier.

Todos estallaron en risas.

Yo lo sabía. Sabía que a todos los presentes les rondaba una pregunta por la cabeza que no se atrevían a formular.

~Oye Anitra, cuenta la vez aquella en la que saliste a altas horas de la noche de la habitación del general Manuel y todo el mundo se pensó que me estabas engañando.~ dijo riéndose, pero esta vez ya nadie se reía, solo él.

El Legado OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora