Capítulo IV: Chica de los recados

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En el poco tiempo que llevaba en Xilogu ya me había convertido en la chica de los recados. En un principio trabajaba para mi bisabuelo como secretaria pero por un giro de los acontecimientos (más aún si cabe) me convertí en la chica de los recados.

Ser la chica de los recados es un trabajo que ya tenia en el internado. Iba de aquí para allá, siempre con bolsas, de arriba a abajo.

En Xilogu era lo mismo solo que con una bicicleta. A veces me encontraba con gente que me ofrecían un buen trato, como por ejemplo yo les traía algo y ellos me daban el dinero. Ya se me conocía como la chica de los recados.

En el banco de mi bisabuelo hice una buena amistad, fue con una mujer llamada Marlene, se dedicaba en pocas palabras a corregir lo que yo hiciese mal. Mucha gente me contó que se decía que Marlene era una espía de los comunistas y que sólo estaba aquí para recoger información.

En mi estancia en Xilogu descubrí gracias a los Pirateados que el tiempo pasaba de distinto modo. Mientras que yo llevaba casi una semana en el pasado, en mi verdadero tiempo solo había pasado un día, esto me daría algo de ventaja con mis planes.

Javier y yo nos habíamos convertido en inseparables, supongo que era porque teníamos la misma edad y mismos gustos. También me llevaba genial con los otros miembros de mi familia incluso con Melissa, a pesar de todo lo que había hecho.

Un día estábamos todos en la sala de estar cuando llegó Javier corriendo.

~¡Necesito ayuda!~ gritó.

~¿Que te pasa hijo? ¿Estás bien?~ Concha se acercó preocupada su hijo.

~Mamá, lo siento, yo...~ Javier se puso a llorar.

Parece que la cosa iba en serio, nunca creí que vería a Javier llorando.

~Me han retado a un duelo.~ dijo por fin.

~¿A un duelo?~ gritaron mis bisabuelos.

~Ha sido don Humberto, el padre de la Mari, quizá se enteró de lo mío con su hija. Me dijo que si no me casaba con ella tenía que participar en un duelo.~ explicó.

~Debes casarte con ella.~ dijo Concha.

~¿Casarme? Antes me largo del país.~

Los tres se enzarzaron en una terrible discusión, en ese momento se me ocurrió algo, mi abuela me contó que Javier se había enfrentado a un duelo y que se había quedado sin una oreja. Podía evitar ese hecho y también todo lo relacionado con el banco de mí bisabuelo.

~¿De qué es el duelo?~ pregunté.

Los tres se giraron a mirarme.

~Esgrima.~ dijo Javier.

~Bien. Necesitarás un padrino, cuenta conmigo.~ dije.

~No, no, me niego a que los dos acabéis muertos.~ dijo Concha.

~Tranquila, Concha, no nos pasará nada si Javi sigue mis instrucciones.~ dije resaltando las últimas palabras.

~¿Acaso sabes cómo funciona un duelo?~ preguntó mi bisabuelo.

~Sí. Cada duelista tiene su padrino, si uno de los duelistas no se presenta, los padrinos se enfrentan.~ expliqué.

~¿Cómo sabes eso?~ preguntaron los tres a la vez.

~Eso no importa.~ dije mientras me levantaba del sofá.~Ahora tenemos que ir a un sitio.~

~¿Adónde vais?~ preguntó Concha.

~A comprar su billete de salvación para este duelo.~ dije con una sonrisa.

Al parecer nadie había entendido lo que había dicho porque se pensaban que íbamos a comprar un billete de tren a algún sitio. Javier y yo nos dirigimos a una tienda que estaba a las afueras del pueblo.

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