Capítulo VIII: La boda

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Allí estaba toda la pandilla reunida esposada y con miradas perdidas.

~Oye, Ramón, te necesitan en el distrito A.~ le dije al guardia que los custodiaba.

Este me miro unos minutos y procedió a marcharse.

Mi mirada entonces pasó de amable a aterradora.

~Pero, mira a quien tenemos aquí, si es la pandillita del pueblo.~ dije con aires de auto suficiencia.~¿Qué pasa os ha comido la lengua el gato?~

~Ayúdanos.~ dijo alguien.

~¿Y por qué debería hacer eso?~

~Si nos ayudas no diremos nada sobre Javier.~

~¿Javier? ¿Qué tiene que ver él con todo esto? Qué yo sepa Javier estuvo toda la tarde conmigo en casa. ¿O tenéis pruebas de lo contrario?~

Nadie contestó.

~Mirad, os voy ayudar a que no os caigan unos años de cárcel, pero para eso me tendréis que hacer un gran favor, ¿entendido?~

Durante horas conversé con ellos y les ayudé con su salvación, el problema era que ellos estaban asustados y yo necesitaba salvar a mi familia.

Unas semanas después:

Había llegado el gran día, la boda de mis abuelos, Rosa y Rafa, y todo el mundo estaba muy emocionado.

La casa estaba decorada por un montón de flores blancas. La mayoría del tiempo Rosa, Concha y Melissa lo pasaban en la habitación probándose vestidos.

Por otra parte podía ver a Antonio algo nervioso, era normal, no todos los días se casaba tu querida hija.

Rafa se fue unos días fuera del pueblo con su mejor amigo Luis y su hermano Miguel para celebrar que dentro de poco seria un hombre casado.

Una cosa que me sorprendió bastante fue el cambio de la actitud de Javier. Tras el fallido intento de robo, dónde nadie sospechaba que él hubiese estado implicado, estaba mucho más agradable con sus padres y siempre que podía intentaba agradecerme por todo.

Nunca pensé que tendría que dar la vida por él.

¿Cómo supe que era el gran momento? Cuando Concha nos gritó a Javier, Antonio y a mí que nos fuésemos a la iglesia. Pasaron las horas y la novia no llegaba, todo el mundo pensaba que ya no iba a venir, el novio estaba siendo tranquilizado por Luis y Antonio no paraba de mirar en busca de señales por parte de la novia.

~Vuelvo enseguida.~ dijo Javier.

~¿Adónde vas?~ le dije deseando salir de allí.

~Quiero hablar con el padre Matías, a hacerle una pregunta sobre su cargo.~

~Al final te harás monje y todo.~ comento Antonio con una risa.

~Iré contigo, me gustaría confesarme antes de la ceremonia.~ dije.

Javier y yo nos levantamos y avanzamos por el pasillo que llevaba al interior de la iglesia, los dos sabíamos a donde nos dirigíamos, a la sacristía.

~¿Preparado?~ le dije.

Javier tosió en un volumen elevado y aprovechó ese ruido para forzar la puerta.

Cuando íbamos por nuestra segunda botella de vino del año del 67 empezamos a escuchar a la orquesta tocar, nos levantamos, nos miramos y comenzamos a reírnos.

~Como padre nos pille así nos mata.~

Volvimos a nuestros asientos y vimos que la novia ya estaba recitando sus votos.

~¿Ya os habéis confesado?~ preguntó en voz baja Antonio.

Parece que a Javier le hizo mucha gracia esa pregunta porque comenzó a reírse en voz muy alta. La gente nos miraba, Rosa y Rafa se dieron la vuelta para ver qué estaba pasando y el cura estaba todo rojo de vergüenza.
Concha comenzó a pegarle golpes suaves en los brazos para que se callase pero eso solo le generó más risas.

~Espera déjame que te ayude.~ dije toda confiada.

Me levanté y Javier se levantó, nos miramos a los ojos por unos segundos y... Acabamos riéndonos los dos. Al final el cura tuvo que intervenir entre nosotros, nos cogió por la camisa del cuello y nos llevó a una especie de calabozo que tenían en la iglesia.

Finalmente acabamos durmiéndonos uno encima del otro como si fuésemos hermanos.

Llegó la noche y era la hora del banquete. Cuando llegamos Javier y yo, todo el mundo estaba feliz, pude distinguir a mis abuelos y bisabuelos bailando, a Luis charlando muy animádamente con una mujer y a Miguel y a Melissa hablando en una mesa.

Decidimos sentarnos en una mesa porque estábamos muy cansados, lo de reírse y dormir en el suelo de la iglesia no nos había hecho más jóvenes.

Cuando ya iban por la sexta jota Xilogunesa (que es un baile tradicional del pueblo donde vivíamos, Xilogu) vi al sheriff del pueblo correr hacia un lado. Decidí ir a ver qué pasaba.

Cuando llegue hasta donde estaban vi al sheriff muy nervioso y sudando.

~Señor agente, hoy es un día de celebración, ¿Por qué está hoy así?~ le dije a modo de broma.

~Es el señorito Luis.~ dijo señalando a lo lejos.

Por lo que podía ver Luis estaba con una navaja amenazando a Miguel, mientras que Melissa estaba detrás de este llorando.

~Deberíamos intervenir, ¿No le parece?~ le dije.

~Uno de nuestros agentes ya ha ido y el señorito Luis ha dicho que como alguien más se acerque que no tendrá problemas en ir a la cárcel acusado de doble asesinato.~

~¿Y que hacemos?~

~Solo hay una cosa que podamos hacer.~ dijo mientras sacaba su revólver.

Un miedo me subió por la espalda, jamás había visto un arma de verdad pero era como si en otra vida la hubiese utilizado.

~¿Que piensa hacer? ¿Disparar a Luis?~ dije utilizando el sarcasmo para ocultar mi nerviosismo.

~La idea sería disparar a la navaja que tiene en este mismo momento el señorito.~

~Pues ánimo. Espero que no le tiemble el pulso.~

El sheriff cogió su revólver y apuntó a la navaja y soltó un suspiro.

~No puedo.~ dijo finalmente.

~¿Cómo que no puede?~

~Llevo años sin utilizar un arma, en fin esto es un pueblo y el mayor delito que se ha cometido aquí fue cuando encontramos a un cochinillo en la cama con Eleanor Calder.~

Debí poner una cara extraña al imaginarme esa escena en mi mente.

El sheriff me ofreció su revólver.

~Tengo dieciséis años, jamás he manejado un arma que no sea la espada.~

~No tenemos nada que perder.~ dijo.

Cogí el arma y apunté hacia donde se encontraban discutiendo los causantes de mis próximas pesadillas.

El pulso me temblaba y pude ver como una lágrima se me deslizaba por la mejilla.

Javier y toda su familia se habían percatado de lo que estaba pasando y habían venido a ver qué pasaba.

Por el rabillo del ojo vi a Hed mirándome desde una esquina.

En ese momento me concentré y pensé que estaba jugando al Call of Duty, solo tenía que apuntar y disparar. La vida virtual es diferente a la realidad, con el videojuego se me pondría el apunte automático, dispararía y después me darían una medalla. Pero aquí no, si aquí acertaba salvaría una vida, pero si fallaba se perderían dos vidas, entre ellas la mía.

Aparté esos pensamientos y lo hice. Disparé.

Melissa chilló acompañada de un sonido sordo cayendo al suelo.

El Legado OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora