Capítulo IX: Despedidas

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La navaja de Luís había caído. Unos policías se acercaron rápidamente para noquearlo.

~Tiene usted una excelente puntería señorita, pero creo que debería usted intentar pasar más desapercibida.~ comentó el sheriff.

~¿A qué se refiere?~ pregunté.

~Me refiero, bueno, no sé si sabrá que están reclutando gente para la gran guerra.~ dijo titubeando.

~Algo he escuchado.~

~Si los generales al mando se fijan en usted, la reclutaran sin pensárselo dos veces.~

~Pero no pueden reclutarme, tengo dieciséis años, no debe ser ni legal.~ le expliqué.

~Señorita, estamos en guerra, lo legal ya no importa y me temo que lo moral tampoco.~ dijo un tanto apenado.

Íbamos a continuar con nuestra conversación cuando empezamos a escuchar una marcha militar.

~¿Esto es normal en las bodas?~ pregunté.

~No, no, esto solo tiene una explicación, vienen a por vosotros.~

Oh no. Esto no podía estar pasando. Todo esto era una terrible pesadilla. Debería estar en casa con Arantxa y no con todos mis parientes a los que nunca había conocido y a algunos odiaba.

Un hombre vestido con un traje verde y con varias medallas descansando en un lado de su pecho, se acercó al centro de todo el bullicio.

~¡Atención! Vengo a comunicaros todas las personas que serán reclutadas para la gran guerra.~ gritó el hombre de las medallas.

Otro hombre también vestido con un traje verde pero sin medallas, sacó una lista y comenzó a leerla.

~Florencio Abad, Roberto Castella, Damián Darío, Francisco Fernández, Diego Gálvez y Javier Otis.~ dijo finalizando.

Concha se lanzó sobre su hijo y comenzó a abrazarle.

~¡Alto! Usted también vendrá a la guerra.~ dijo... señalándome.

No me habían nombrado en la lista, ¿por qué ahora si que debía de ir?

~Disculpe sargento, pero el nombre de la señorita no estaba en la lista.~ dijo defendiéndome Hed, que se había acercado a nosotros al ver lo que estaba pasando.

~¿Y usted es?~ dijo el sargento mirándolo de arriba a abajo.

~Una vez fui el coronel Hedrich y estuve obligado a participar en estas guerras que solo hacen que arruinar nuestro futuro. Yo también fui reclutado con dieciséis años y me prometieron que harían de mí un hombre mejor, pero no hay ni un solo día en el que no me arrepienta de mis acciones. ¿De verdad quieren manchar el futuro de estos jóvenes en una guerra que no es la suya? Esta guerra les pertenece a ustedes, no a ellos.~

Parecía que el discurso de Hed había causado mucho revuelo, ya que daba la sensación de que todo el pueblo estuviese (por una vez) de acuerdo con él.

~Lamento lo que le sucedió Coronel, pero me temo que son órdenes de arriba, no se crea que yo estoy a favor de reclutar a mocosos que ni siquiera saben atarse el nudo de los zapatos. Pero al parecer ahora vienen a por los más jóvenes porque ya no saben a quien más reclutar.~ expresó el sargento.

~¿Está insinuando que esta guerra es una causa perdida?~ preguntó astútamente Hed.

Hubo un silencio entre ambos que finalmente se rompió.

~Mañana a las nueve pasará un tren a recogerles a todos ustedes, traten de traer solo lo necesario y sean puntuales.~ con eso el sargento le hizo un saludo a Hed y se fueron dejando a todo el pueblo sin palabras.

Antonio me hizo un gesto para que fuese con ellos, era tarde, y ya era la hora de descansar para algunos.

Cuando llegamos a casa nadie habló de lo ocurrido, cada uno se dirigió a su habitación y no nos volvimos a ver hasta la mañana siguiente.

Nos despertamos temprano y comencé a hacer el equipaje, preparada para vivir los horrores más atroces de la humanidad.

Una vez que todo estuvo listo, Javier y yo comenzamos a dirigirnos a la estación del tren. Yo no quería despedirme de nadie y parecía que a Javier le pasaba igual.

~¿Adónde creéis que vais?~ preguntó Concha que estaba con toda la familia y Hed detrás suya.

Toda la familia se nos tiró encima, literalmente.

Una vez que la cosa estuvo más tranquila, decidí susurrarle algo a Concha.

~No te preocupes, cuidaré de Javier.~ le dije, y a modo de respuesta fui sorprendida con un gran abrazo.

Hed que se había quedado apartado al ver tantos sentimientos a su alrededor, me lanzó una mirada que claramente se podía leer como: "quiero despedirme de tí pero no con esta panda de locos mirando".

Me acerqué a él y le miré a los ojos esperando que me dijese algo. Mientras esperaba noté como se me humedecían los ojos.

~Oye, intenta no morir. Sé que esperabas algo más ingenioso de mí y no semejante sandez, pero no soy bueno con las despedidas, ¿quién lo es? Lo que quiero decir es...~ no pudo continuar ya que se le quebró la voz.

~Hed, estaré bien, no nos pasará nada, en fin he sobrevivido a viajes inesperados, duelos de esgrima y de tiro, ¿que más da ahora una guerra?~ le dije con un tono de broma para animarle.

Estuve a punto de decir viajes temporales pero me contuve, en fin toda mi familia estaba mirando y no sería bueno alterar las líneas del tiempo.

Javier y yo nos pusimos en marcha, pero antes de que pudiésemos dar un paso más. Hed me llamó por mi nombre, por mi verdadero nombre.

~¡Martina! No lo olvides, debes regresar a por mi sombrero y a por algo más que te dejaste olvidado aquí hace mucho tiempo.~ dijo dejando en el aire lo último.

Levanté los pulgares en el aire, para indicarle que volvería a por todo lo olvidado.

No entendía muy bien lo que había dicho sobre algo que me había dejado olvidado en el pueblo. Decidí despejar esos pensamientos y seguir adelante.

~Oye, ¿por qué te ha llamado Martina si tu nombre es Anitra?~ me preguntó Javier una vez que ya estábamos sentados en los asientos del tren.

~Bueno, no sé si recordarás cuando nos pidió nombres en clave para apuntarnos al duelo, tú decidiste llamarte Pieter y yo Marti, desde ese día de vez en cuando me llama por ese nombre.~ expliqué.

Parece que había sonado bastante convincente porque no volvió a preguntar nada acerca de eso.

~Javier, si en algún momento necesitamos utilizar nombres en clave utilizaremos estos, ¿entendido? Aparte debes prometerme otra cosa.~

~Lo que quieras.~ dijo.

~Que no volverás a dejarme.~

Javier no debió comprenderlo ya que él nunca me había dejado, yo realmente me refería en el futuro, pero a pesar de eso dijo:

~Te lo prometo.~

Ahí empezaba todo, había llegado a Xilogu sola y perdida pero había acabado encontrándome con mi familia. Descubrí que Melissa, a pesar de que en mi época había cometido grandes errores, no se merecía mi odio ya que ella aún no había hecho nada. También pude conocer a Miguel el padre de Arantxa y el que pronto se convertiría en el marido de Melissa. Concha y Antonio se convirtieron casi en mis padres ya que por primera vez alguien que no era ni Arantxa ni los pirateados se preocupaba por mí. Rosa y Javier se convirtieron en mis nuevos hermanos, en los que pude confiar plenamente, y Rafa se convirtió en una especie de cuñado al ser el marido de Rosa. Y luego estaba Luis, él fue quien me presentó a toda mi familia e hizo que me ofrecieran un hogar, estaría agradecida toda la vida. Finalmente estaba Hed, el cual era un gran mentor lleno de sabiduría dispuesto a ayudarme.

Con todos esos pensamientos me dormí en el hombro de Javier esperando con mucho temor nuestra nueva vida.

El Legado OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora