Capítulo XII: Reencuentros finales

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Pasaron los años y más años y de nuevo el tiempo volvió a hacerme su prisionera.

Me gradué y formé una familia con uno de los pirateados y reforcé mi relación con mi hermano.

Durante años estuve buscando a Javier y a Luis, hasta que finalmente los encontré, aunque no de la manera más esperada. Dejé notas y esquemas para que mis descendientes pudieran llevar a cabo la misma investigación que llevaba en mi cabeza desde los dieciocho años.

A mis ochenta y cinco años sabía que mi hora había llegado y no por los diagnósticos del médico, lo sentía en mi reloj, lo sentía más lento, su agujas y engranajes se atascaban e iban con más suavidad.

En una de las múltiples veces que estaba tumbada en mi cama esperando el veredicto final, una idea apareció en mi mente, la mejor idea que había tenido desde hacía años.

Acaricié mi querido reloj del tiempo, con los años nos habíamos convertido en inseparables y es que había hecho muchos viajes tanto al futuro como al pasado.

~Llegó el momento.~ dije en voz alta.

A la mañana siguiente encontraron mi cuerpo inerte, sin moverse. Hubo llantos por doquier, hasta que llegó la hora del funeral, donde continuaron sin cesar en ningún momento. Todos se reunieron a mostrar sus respetos a una ataúd sin cuerpo. Desde luego había sido una gran idea.

Me vestí con una gabardina negra, me coloqué una bufanda tapándome parte de la cara y me coloqué el sombrero de Hed.

Otra vez reinaba ese sonido en mí, los engranajes se movían a una gran velocidad, ahora solo esperaba que todo fuese bien.

Estaba de nuevo en el futuro, año 10936, unos meses antes de que yo viniese aquí por primera vez.

Abrí la puerta de la tienda de Hed y esperé a su llegada. Él no me reconocería ya que en ese momento aún no nos habíamos presentado.

~Si no es otra que Martina, ¿o debería llamarte Anitra?~ dijo una vocecilla pegada a un montón de risas.

~¿Sabes quién soy?~

~Espero que tú también sepas quién eres, porque si vas a ir por ahí fiándote de las opiniones de los demás acabarás teniendo una opinión muy mala de ti misma.~

~Hed, debes hacerme un favor, dentro de unos meses vendrá aquí una versión mía más joven, guíala. Llegará aquí y acabará tumbada en el bosque, róbale el reloj que tiene y entrégaselo cuando sea el momento adecuado.~

~¿Sólo has venido para decirme eso? Ya lo sabía.~

~También he venido para devolverte tu sombrero, dáselo a ella.~

~Quédatelo, ya me lo darás en otra vida.~ dijo soltando una carcajada.

Nos despedimos con un último abrazo y con eso me dirigí a mi siguiente objetivo, mi yo de dieciséis años.

Año 2020, estación de tren, recuerdo que hubo una pequeña avería que me vino como anillo al dedo para hablar conmigo misma.

Y de pronto me vi, tan indefensa e inocente y sin conocer la verdad.

Me presenté sin decir en ningún momento quien era e incitándola a que descubriese ese asunto tan turbio que reinaba en nuestra familia.

Le entregué el reloj del tiempo, aquel que se había convertido casi en un amuleto para mí, todo estaría bien, ahora estaba en manos de su nueva dueña.

Siempre fui muy curiosa, y recordemos que la curiosidad podía llevarnos por el peor de los caminos igual que la venganza, dos factores que siempre estuvieron muy presentes en mi vida.

Una vez todo estuvo completado, decidí dejar que mis piernas me llevaran a algún sitio donde por fin descansar eternamente. ¿Y dónde me llevaron mis piernas? A lo que una vez fue mi segundo hogar, Xilogu, o más bien lo que quedaba de él.

Necesitaba sentarme y eso es lo que hice. Me senté en un banco de la plaza y recordé lo que una vez fue este pueblo, a sus habitantes, a mi familia, al banco de mi bisabuelo, las sonrisas de la gente, las risitas de Hed

Cerré los ojos y los volví a abrir, de repente noté como alguien me tocaba el hombro, me giré para ver quién era y me sorprendí mucho al encontrarme de nuevo con esa persona.

~Así que estás aquí. ¿Otra vez soñando despierta? Vamos, toda la familia nos espera.~ dijo mi bisabuelo.

~Antonio, ¿Qué haces aquí?~

~Te estábamos esperando.~ dijo señalando a una multitud que se acercaba

Antonio, Concha, Javier, Rosa, Rafa, Melissa, Miguel, Hed, Arantxa y los pirateados estaban todos parados mirándome fijamente.

Me acerqué a ellos y todos nos dimos las manos y avanzamos hacia un precioso amanecer, donde el tiempo no reinaba y nos liberó de su esclavitud.

Por fin volví a cerrar los ojos, y así se quedaron para toda la eternidad. Cerrados en el mundo de las pesadillas y abiertos en el mundo de lo fantástico.

Las tuercas y engranajes giraron con gran rapidez y juntos crearon una gran luz. Se distinguían nombres y fechas. El ruido de las agujas estaba presente en todo momento. El reloj del tiempo estaba llamando a su dueño. El dios del tiempo.

FIN

El Legado OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora