Duda.

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Se había comportado mal y lo sabía. Puede que en otro tiempo realmente no le hubiese importado, pero era distinto ahora. Se sentía culpable. Real o no, su contestación a las palabras de Crowley fue muy cruel. El demonio no era digno de su devoción, pero había sido de ayuda muchas veces, y dado su cambio de actitud Castiel no era quien para juzgar sus acciones pasadas. Lo pensó durante largo rato, y llego a la conclusión de que era necesario disculparse.

Se informó y supo donde encontrar al demonio. El bar en el que se encontraba estaba algo llenó y tuvo que esquivar a un par de hombres que le miraron mal, una mujer que quiso invitarle un trago y los camareros que pasaban colmados en bebidas.

Logró finalmente visualizar al demonio en una de las mesas. Coqueteaba con un hombre, quizá a punto de cerrar un trato. Crowley sonreía seductor mientras el tipo a su lado reía. Totalmente despreocupado de lo sucedido el día anterior. Castiel se vio a sí mismo en el reflejo de la barra, vio lo patético que era creer que el demonio hablaba en serio, creer que debía disculparse.

Dio media vuelta y se marchó.

Era Crowley. Tramposo, mentiroso y siempre buscando una ganancia. Y Cas era tan iluso a veces, creyendo que las mentiras eran un mito.

Su teléfono sonó sobre el asiento del acompañante.

- Dean. – Contestó.

- Hey, Cas. ¿Vienes al bunker?

- Si.

- ¿Podrías comprar pizzas o algo?

- Claro.

Hermosa monotonía. El amor no había sido hecho para los ángeles, era solo de humanos. Si el único tipo de sentimiento que podía conseguir era el de su familia, sería feliz con solo eso.

Crowley llamó luego, pero Cas no contestó.


El demonio se hundió en su sofá negro, pensando que eso lo relajaría, pero no era así. Uno de sus súbditos le había confesado haber visto a Castiel entrar en el bar en el que estaba. Mando al infierno, figurativamente, al tipo con quien intentaba cerrar un trato y salió de allí. Obviamente que la camioneta ya se había marchado. Por mucho que llamó, Cas no contestó.

Y ahora que lo pensaba, la forma en la que actuó fue estúpida. Casi arrastrándose por un poco de atención que recibía. Probablemente el ángel venía a decirle todas sus verdades, o a matarlo directamente. No existía un final patéticamente romántico como se lo imaginaba.

Vació una botella de su mejor licor en tiempo record, preguntándose porque el ángel se había ido. Cas no era del tipo que se arrepentía de las cosas; seguro, serio y sin ningún tipo de vergüenza. ¿Qué lo hizo dudar?

Muchas veces pensó que confesarse terminaría con el muerto o, al menos, muy malherido. Castiel no le dejaría pasar esto. Y tal vez, de esa manera, hubiese sido menos doloroso el rechazó.

Él también odiaba esto, odiaba sentirse así. Se arrancaría el órgano que hiciera falta para que su mundo dejara de temblar cada vez que el ángel aparecía. Soportaría cada tortura infernal de nuevo con tal de dejar de relacionar cada pequeña cosa con el morocho. Alzaría el fin del mundo con sus propias manos, solo para oscurecer el celeste del cielo que le recordaba cada día a los ojos de Castiel. 

Guerra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora