Escape.

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No quería terminarlo. Profundizando y mordiendo. Crowley nunca llegaría al paraíso, pero se sentía en él. Esa mano que acarició el costado derecho de su cuello le estremeció. No era un beso vacío como el primero que compartió con el ángel. Ni siquiera era por simple pasión. Estaba cargado de la necesidad de sentirse el uno al otro, lo más cercano al hambre que podrían sentir. Castiel ordenaba sus ideas sin estar realmente consciente de ello. Un sentimiento de calidez le inundaba. Se sentía extrañamente bien, pero tampoco se detuvo a pensarlo.

Un golpeteo en la puerta hizo que se separaran. Mirándose entre sí.

- ¿Señor? Disculpe la molestia pero tenemos un problema. – Dijo uno de los hombres de Crowley.

Se sorprendió al quemarse cuando tocó la puerta apenas con sus nudillos, y más de los símbolos en vertical sobre el pomo, pero no iba a interrogar a su jefe.

- ¡Abre la puerta! – Exigió Cas, a lo que su compañero lo miró con mala cara.

- ¡No te atrevas a abrir esa puerta! – Contradijo.

El demonio al otro lado se sorprendió al escuchar la voz del ángel, se supone que ya no estaba aquí. Pero entonces intervino su jefe, dándole una orden contraria y no estaba muy seguro que hacer.

- ¡Abre antes de que salga de aquí por mi cuenta y te maté! – Amenazó el mayor.

- ¡Si abres esa puerta, lo próximo que visitaras será una celda de tortura!

Ahora el demonio estaba realmente indeciso. Lo mejor era correr y desaparecer de la faz de la tierra.

- ¡Si no abres, torturare a tu jefe hasta que lo hagas! –

¡Oh! Eso ponía en perspectiva todo. Si su jefe salía de allí sin un brazo, probablemente también tendría que pagarlo él.

- Buscaré algo para romper el sello. – Anunció antes de salir corriendo a alguna parte.

Cas se giró hacia el demonio, sonriendo orgulloso de haber logrado su cometido. Mientras Crowley le observaba con odio.

- Torturarme, ¿Eh?

- Jack necesita cenar, tengo que salir de aquí. – Se excusó.

- ¿Y qué con esto?

- ¿Esto qué? –

Crowley no pensaba que preguntara en serio, pero su rostro de confusión reafirmaba su sinceridad.

- ¡¿El beso?! – Recordó el demonio con exasperación.

- ¡Oh...! Eso...- Comprendió el ángel. - ¿Qué tiene de malo?

- ¿Qué?

- ¿Es algo malo? – Interrogó en absoluta inocencia.

A veces, el demonio se preguntaba cómo es que mantuviera esa incomprensión del mundo que lo rodeaba cuando había vivido mucho más tiempo que la propia humanidad.

- ¡No! Pero, ¿Qué hacemos con eso? – Inquirió Crowley, rogando por una respuesta positiva.

- Si no es nada malo, ¿Por qué debemos hacer algo?

Maldita sea. Debía amar demasiado a este tipo como para soportar estas cosas.

Guerra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora