Mala suerte.

553 75 36
                                    

Castiel tenía mala suerte, su vida era la prueba absoluta de ello. Siguió su camino apresurando el paso, con las bolsas de sus compras bien aferradas, pero Crowley se apareció justo frente suyo.

- ¿Haciendo las compras, mamá pato? –

Las cosas parecían normal, Crowley burlándose de él como siempre. Pero Cas no iba a fingir que nada había pasado, porque sería mentir. Esquivo al demonio y siguió caminando hasta llegar a su camioneta.

- ¿Se puede saber porque no contestas cuando te llaman? – Rezongó el otro, perdiendo los estribos. - ¿Para qué mierda tienes teléfono?

El ángel lo ignoró, dejando las bolsas en el asiento trasero. A punto de abrir la puerta del conductor, Crowley puso su mano sobre ella para impedírselo.

- Mis demonios me informaron de tu paseo por mi área. ¿Qué hacías ahí, Castiel?

Una seriedad nada propia del más bajo, pero que no asustaba ni un poco al ángel.

- Nada importante.

- Habla.

- Oblígame. – Desafió.

Crowley asió la corbata azul y estampo sus labios con los del ángel. Era un beso cálido y suave, pero seguramente igual a todos los que el demonio daba. Cuando el menor se movió de su posición original, Castiel se dejó guiar por él. Crowley rompió el beso y se alejó unos centímetros. Los ojos azules seguían observándolo en ese vacío que solo alguien demasiado muerto podía entregar.

- Tus palabras mienten. Tus manos mienten. - Dijo Castiel, a la vez que alejaba con delicadeza el agarre en su corbata. – Tus besos mienten. No voy a caer en eso.

Apartó al demonio de la puerta de su camioneta y se subió. Pero cuando llevaba unos metros conducidos, Crowley apareció en el asiento del acompañante.

- ¿Por qué habría de mentirte con algo así? – Exigió una respuesta. –

- No lo sé y no me importa. –

- Tampoco me gusta esta basura de... - Sintió asco. – Sentimientos. Pero es lo que hay y discúlpame, pero no puedo evitarlo.

El ángel calló. El demonio suspiro.

- Estoy harto de tu maldita soberbia. – Se quejó. - Créeme si quieres, ya no voy a seguir arrastrándome.

Crowley desapareció, dejando un espacio vacío que antes no le había importando a Castiel. Frenó la camioneta y apoyó su frente contra el volante, cerrando los ojos.

- Si te hubieses callado, no estaríamos pasando por esto. – Dijo a la nada.



El Rey del infierno regresó a sus tareas diarias. Revisar contratos, condenar almas, verificar que todo estuviese en su lugar. Mantenerse ocupado hacia más fácil dejar de pensar en cierto ángel. Pero Crowley tenía mala suerte también.

Uno de sus demonios más cercanos se presentó ante él. El Rey revisó algo de papeleo que debía firmar y se lo pasó a su asistente apostado a su derecha, entonces le dio permiso de hablar a su súbdito.

- Señor, tengo una oferta que puede interesarle.

- No saques conclusiones y habla. – Apuró Crowley, mientras revisaba otra carpeta.

- Ofrecen una gratificante recompensa por la cabeza de un ángel. –

Crowley levantó la vista del papel y elevó una ceja.

- ¿Qué hay de nuevo en eso? Todos quieren un maldito ángel.

Maldijo, volviendo a recordar el que él quería.

- Es que es uno en específico.

- ¿Michael? No es muy difícil sacarlo, pero esta trastornado. – Sopesó.

- No, quieren al ángel Castiel.

Maldita sea. El Rey apartó los papeles, firmando en cualquier parte. Bajo los escalones que lo separaban de su súbdito y casi en una conversación privada, curioseó.

- ¿Y para qué lo querrían a él?

- No lo sé, señor. - Bajo el rostro, maldiciéndose por no saber más. – Pero la recompensa en muy grande, y todos los seres sobrenaturales están enterados.

Crowley cruzó sus manos hacia atrás, convirtiendo su gesto curioso en uno pensativo. Subió los escalones hacia su trono, volviéndose a sentar.

- Pónganse en marcha entonces. Quiero que atrapen a Castiel ahora. 

Guerra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora