Cita a la fuerza.

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Velas aromáticas iluminaban el ambiente. La cena estaba servida, y el mantel rojo pasión caía en seda hasta casi tocar el suelo. Los utensilios de oro y el vino caro combinaban con el dorado de las servilletas. Todo en medio de la amplia habitación del Rey del infierno.

Castiel y Crowley tenían sus esposas bien cernidas a las sillas, y Acatriel estaba feliz de su trabajo.

- ¿Les gusta? Fue un poco improvisado pero quedo bonito. – Esperaba una respuesta que dos bocas amordazadas no podrían darle. – El punto de esta cita es que hablen, sin discusiones ni golpes. – Aclaró.- Compórtense como seres sobrenaturales decentes y civilizados. – Rio antes de desaparecer.

Las mordazas desaparecieron con él, dándole la oportunidad a una nueva pelea.

- Vaya amiguitos que tienes. – Se quejó Crowley, mientras intentaba liberarse como el ángel.

- Esto es tu culpa. Eres muy obvio. – Replicó el otro, buscando algo que le sirviera para escapar.

- ¿Soy obvio? ¡No te diste cuenta en años! – Objetó. – Si no te lo hubiese dicho, jamás lo sabrías.

- Pues hubiese sido mejor así. – Olvido por completo liberarse, poniendo toda la atención al demonio. – Saberlo solo me ha traído problemas.

- ¡¿Problemas?! Disculpe, princesa, pero he soportado esto demasiado tiempo. –

Castiel ignoró al demonio, concentrándose en romper el reposabrazos de la silla. La madera estalló, pero las esposas ni se movieron. Sin embargo, Cas ya había visualizado las llaves sobre la mesita de luz.

- Me debes una silla. Es antigua e invaluable. – Se quejó, mientras el ángel se arrepentía de haberle quitado las esposas.

El más alto intento abrir la puerta, pero sus manos ardieron en contacto con el pomo. Protegida contra ángeles y demonios, ¡A Acatriel no se le pasaba nada!

- Estamos atrapados. – Refunfuñó, pateando la puerta.

- ¡Oye! Esa puerta es cara también.

Crowley meditaba sobre como contactar con sus hombres para que lo sacaran de allí, y Castiel masajeaba sus sienes, barajando la posibilidad del suicidio. El ángel parecía tan cansado, como devastado por algo tan simple. Su cabeza era un revoltijo de pensamientos sin mucho sentido y la causa de su estrés.

- Vamos a salir de aquí, no llores, Magdalena. – Dijo el demonio, revisando entre sus cosas algo que sirviera.

- Conozco a Acatriel, no nos va a sacar de aquí hasta que ocurra lo que él quiere. – Lamentó. - ¿Por qué tenías que fijarte en mí? - Reclamó, con una voz demasiado quebrada para enfadarse.

El demonio se quedó observándolo. Así se veía él a solas, cuando no había trabajo y el millón de preguntas acerca de Cas se arremolinaban en su mente. Torturándolo. Había dejado de importarle lo que el ángel pensara, pero ahora el problema era de Castiel. Caminó hasta el mayor, y se apoyó en la columna del dosel de la cama.

- ¿Por qué tienes que ser tan malditamente luminoso? La gente se fijaría menos en ti si dejaras de destellar tanto. ¿No has pensado en quemarte la cara con aceite santo? Creo que eso... - Fue silenciado.

Silenciado por un beso. Suave y sin pretensiones como Castiel solo sabía besar. Las palabras del menor le hacían sonrojarse y aceleraban su corazón, confundiéndolo de nuevo. No tenía idea de lo que sentía o si realmente correspondía los sentimientos del demonio. Pero esta sería una buena forma de comprobarlo. Crowley correspondió el beso en cuanto fue consciente de lo que estaba pasando, atrayendo al más alto por la cintura y disfrutando de su sabor. 

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