Capítulo 4: ¿un dibujo?

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El resto del fin de semana pasó volando, fue tan rápido que el lunes a primera hora de la mañana Donghae se dirigía a la escuela con un odio mañanero irremediable. Tomó la misma ruta de siempre, pero se llevó una gran sorpresa cuando llegó al supermercado, quizás se había desviado unas calles de su ruta habitual con la esperanza de encontrarse a alguien en particular por allí, sólo quizás. Sin embargo, nada de lo que planeó durante todo el fin de semana lo preparó para aquello que lo estaba esperando. Sus ojos casi salieron de sus cuencas cuando lo vio: había un graffiti dibujado con aerosol sobre un muro de los baldíos, era él. Se acercó tanto como pudo para apreciar mejor lo que tenía enfrente, en la parte inferior había una leyenda que decía:

Te debo una o varias... Y una gema con las iniciales HJ dentro.

Con una sonrisa gigante en el rostro, que por supuesto no pudo ocultar, siguió hasta su destino, pero antes de siquiera empezar a caminar, sus ojos vieron al autor de su dibujo, tenía una lata de aerosol en la mano mientras miraba con detenimiento algunos trazos que ya había postrado sobre otra barda, allí estaba de nuevo Hyukjae. Mientras Hae se acercaba cautelosamente, un policía se detuvo junto al graffitero y Donghae contuvo la respiración, su corazón se detuvo un segundo y su cerebro se mantuvo alerta esperando el momento para tener que huir.

— Mierda—gesticuló Hyukjae mientras se agachaba para recoger todas las latas esparcidas por el suelo y meterlas a una maleta. Donghae se tensó

— ¿Otra vez tú?— dijo el policía cuando llegó hasta él.

— Hey, ¿cómo estás?— saludó alegremente Hyukjae.

— Sabes qué es lo que pasará si no tienes permiso, ¿verdad?— preguntó el oficial sin un ápice de molestia.

— Es una fortuna que lo tenga aquí mismo— y como dijo sacó una hoja arrugada de la maleta, el oficial la examinó, sonrío y se la devolvió, luego le dio unos ligeros golpes en el hombro y se fue.

El ambiente se destenso de inmediato, aunque Donghae se quedó parado sin entender la situación. Caminó a pasos lentos hasta que sus ojos pudieron contemplar todas las líneas trazadas: eran unas alas, como de ángel, embelesado se detuvo frente al muchacho y le sonrío emocionado.

— ¿Te gustó el dibujo?— preguntó Hyukjae

— Sí, es muy lindo, ya que esté terminado seguro...—Donghae volteó a ver a su acompañante pero él lo miraba con el ceño fruncido, en ese momento recordó su rostro plasmado en la pared y sus mejillas se colorearon de rojo.

— Vaya, con esa cara no hace falta respuesta.

— ¿Qué? ¿Cuál cara?— preguntó el castaño saliendo se sus pensamientos.

— Esta— y le picó una mejilla. 

Si Donghae dijera que ese simple toque no lo hizo sentir nada, mentiría.

— ¿Cómo conseguiste una foto mía?—reclamó

— ¿Una foto? Yo no tengo fotos tuyas— respondió Hyukjae con suficiencia

— ¿Entonces cómo lograste dibujar mi rostro?— el otro se llevó un dedo a la sien

— Mi memoria es un lugar privilegiado, siempre recuerdo todo, más aún si son cosas bonitas— y le guiñó. Era cierto, no podría olvidar su rostro aunque quisiera y la verdad no quería, así que estaba bien con ello.

Donghae supuso que estaba frente a un chulo de primera, coqueteando descaradamente en medio de la calle. A pesar de que lo ponía nervioso, decidió que ese juego lo podían jugar los dos y aun cuando él no saliera victorioso de cualquier manera podía intentarlo.

Posteriormente, como si fuera un acuerdo tácito, comenzaron a transitar siempre por los mismo caminos, se encontraban, se miraban, se sonreían, a veces hasta charlaban, aunque el intercambio de palabras era mínimo, cada encuentro era tan intenso que a veces no necesitaban nada más. 

Ambos se sentían como si se conocieran de mucho más tiempo y mucho más profundamente. Donghae comenzó a recibir mucho regalos: dibujos por todo el vecindario, cada uno contenía pequeños pasajes de sus encuentros y leyendas encriptadas que sólo ellos dos entendían. Él en cambio ofrecía paseos largos en el Impala o compañía en las fiestas donde se reunían, tiempo y ahora también cariño. Hyukjae le había enseñado a apreciar los pequeños detalles, a desacelerar en ocasiones y correr en muchas otras, Hyukjae, el vago corredor, lo tenía al borde del precipicio, de la locura, del amor y Donghae estaba realmente agradecido por ello. 

 

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