Charlie (13)

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Charlie releyó una vez más la nota escrita por Elmar, antes incluso de cruzar el vestíbulo hacia la biblioteca, donde lo esperaban Poppy y Nazareth. La mezcla de aquellos nombres le produjo una extraña sensación de ambigüedad, tal cual si fuera apoteósica. Dobló la hoja que la hija de Kramer le había confiado y se la guardó en el pantalón de mezclilla. Hacía tanto calor, que se mostró firme cuando le dijo a Carice por la mañana que no pensaba ir por el castillo, moviéndose tan aprisa, vistiendo como un catedrático; de modo que se puso jeans, su chaqueta preferida y mocasines.

Se pasó los dedos por los rizos frontales del pelo, y abrió la puerta con un movimiento sinuoso. Dentro, tres voces femeninas lo embargaban todo de sutileza. La más llamativa, sin embargo, era la de Poppy Adie, la que en su tiempo había sido la mejor amiga de Jane. Pupila de su padre y una de las pocas personas que aún creían en los ángeles. Charlie se negaba a admitir que le tenía aprecio a la pelirroja, pero no pudo evitar sonreír apenas mirarla.

Ella se levantó de un salto. Vestía una falda larga con holanes y su blusa era holgada, como un enorme suéter; sobre moda para mujer no sabía casi nada, pero era obvio que las formalidades no iban con ella. En cambio, Nazareth, iba vestida con un pantalón que no le cubría los tobillos, de color gris; camisa de botones, en seda, y aperlada, que le resaltaba la piel pálida, y se había quitado la chalina, que llevaba en la mano. A pesar de haberse puesto de pie, no alcanzaba a Poppy en estatura. Parecía años luz más bonita aun así, y eso que Poppy, en la ciudad y en los alrededores, era considerada una ninfa.

—Espero que el viaje no las haya abrumado —resolvió decirles. Estaban en mitad del saloncito; la empleada que les había dejado café se retiró al despedirse de él.

Nazareth dijo, con toda educación—: El viaje estuvo bien. —Sonaba más austera que en el primer encuentro. Charlie miró a Poppy para buscar explicación. Ella lo evitó, mientras Naza agregaba—: Espero que tú estés mejor...

Era una consideración aristocrática.

Charlie la odió.

Odiaba las formalidades. A esas alturas, ya debía de haberle dicho que podían tratarse como si se conocieran de siempre. Es decir, él casi se había muerto y ella casi le había salvado la vida con su insistencia. O al menos era lo que argumentaba Eco. Se sacudió aquella incomodidad al tiempo que les señalaba las sillas que estaban alrededor de la mesa del café.

—Me encuentro muy bien. Gracias.

Formalidades...

Te he traído lo que me pediste —intervino Poppy.

La observó hurgar en su morral tejido.

Hasta ese detalle hizo que Charlie se sintiera más a gusto. Volvió la mirada a Naza y le extendió la hoja que Alex le había entregado.

—Carice dijo que querías hablar conmigo —musitó Nazareth, por lo bajo.

—Sí; hay algo en lo que tengo duda —comentó. Poppy le extendió un viejo libro de tapa dura, cuya cubierta estaba adornada por el símbolo antiguo del clan Mornay—. Le pedí a Poppy que viniera porque necesito corroborar un detalle... Si no te molesta que pregunte, Nazareth, ¿sabes qué es La Clavícula?

La aludida carraspeó, lanzando una mirada furtiva hacia Poppy, que sonreía. La luz matutina del sol entraba, también furtiva, a través del vitral trasero en la biblioteca. Charlie vislumbró hasta las esporas del polvo en el aire. De pronto tenía la grave necesidad de preguntar si algo, lo que fuera, había cambiado en dos días.

Hombres OscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora