Consciente de su participación en aquellos horrores, Charlie avanzó sin detenerse por el pasillo; la luz también se había cortado en esa parte de Dunross, por lo que tuvo que fiarse, únicamente, de su sentido de la orientación para no ir a tientas; la lámpara de baterías no era de mucha ayuda y no conseguía mirar a todos lados. Así que, cuando por fin llegó a la segunda puerta tras el salón del té, dio un suspiro de alivio. En ese instante, se vio a sí mismo preguntándose si había alguien en aquel castillo que conociera a la perfección sus rincones.
Jane no contaba, a pesar de que Charlie había reconocido que tal vez no se había ido del todo y que su presencia resonaba con mayor estrépito que la tormenta de afuera; no estaba seguro de qué hora era, ya que había pasado cierto tiempo en su alcoba, dando vueltas de un lado para el otro y llevándose las manos a la cabeza. Hasta que recibió una visita inesperada de Eco, con el que quedó de reunirse dentro de unos minutos. Al salir de su pieza, se arregló el pelo con los mismos dedos de las manos y se marchó, seguro de que, a esas alturas, había una sola cosa que podía hacer para dar inicio, al menos.
Tocó tres veces a la puerta de Nazareth.
Un par de horas antes, había enviado a Poppy a que le hiciera compañía; hubiera querido darle la noticia en persona, pero lo cierto era que tenía el corazón magullado de tanto sentir y su ritmo cardíaco lo traía más mareado que de costumbre. Por fortuna, Alex había aparecido justo antes de que él se tirase al suelo y empezara a llorar como un niño.
Qué débil se sentía.
Qué miserable...
Sabía que tenía un aspecto terrible; no llevaba puesto nada adecuado, debido a que, luego del accidente de Nazareth, todo lo que se propuso e hizo giraba en torno a ayudarle a Alex en lo máximo que pudiera. No poseía fuerza alguna para indagar en ninguna cuestión paranormal. Y sus ansias iban en aumento cada vez que sonaban los relojes de las paredes, con sus tintineos incesantes, el fiel recordatorio de que su propio reloj se detendría en cualquier momento. Era algo que había presentido nada más arribar a Escocia. Pisó su suelo, el que lo vio nacer, y de inmediato lo entendió. Estaba muriéndose muy lentamente, cobijado por una exigua capa de vida que, al encontrarse con su padre, había tocado su punto más álgido.
Charlie pensaba, para esos momentos, que estaba vivo de puro milagro. Y gracias a ese pensamiento se llevó la palma derecha al pecho, al lado izquierdo; su corazón latía con debilidad. En ese ademán fue que se vio obligado a enfrentar a Nazareth, que abrió la puerta vistiendo ropa de dormir. A él, en lo particular, le habría encantado darle gusto a Carice y demostrar un poco de educación, sonrojándose o apartando la mirada, mientras ella se colocaba encima una bata o una cobija que le cubriera los hombros desnudos. Su pijama era un vestidito de tirantes, y le llegaba hasta las rodillas; la tela, no obstante, ni siquiera podía hacer pasar sus pezones desapercibidos, ya que los notaba en sus pechos, erectos a causa del frío.
Si era una prenda de moda en América no lo sabía, pero la verdad era que, con la luz de los relámpagos como fondo, Nazareth parecía una escultura, erótica y blanca; hasta hubiera podido elegir una colección de la basta que había debajo de sus pies, en la galería secundaria de Dunross.
Por si fuera poco, no se la veía avergonzada.
Y eso hizo que Charlie recordara por qué estaba ahí, por principio.
—¿Te desperté? —la cuestionó, cerrando los ojos brevemente.
Ella se acarició la clavícula.

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Hombres Oscuros
TerrorEl padre de Nazareth ha desaparecido; para encontrarlo, debe seguir una serie de instrucciones que, al parecer, tienen mucho que ver con el oscurantismo. Tras intentar hallarlo por su cuenta, decide acudir al nombre que reza la primera instrucción:...