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Estaba cansado de vivir así pero, en cierta manera, me gustaba.
Había perdido lentamente el valorar el dinero que poseía mi familia y, por lo tanto, yo. Había terminado el instituto y mis días se basaban en despertarme cuando salía el sol, o cuando el cuerpo me lo pedía, desayunar, vestirme y escribir, o tocar el piano, o dibujar, o leer.
Siempre era igual. En mi casa inundaba un silencio, para mí cómodo, que me acompañaba todos los días. El minimalismo de aquel lugar me gustaba y la tranquilidad que me proporcionaba, también.
Mis padres habían decidido el ponerme un piso para mí solo cerca del centro de la ciudad. Pequeño pero suficiente para mí. Ellos lo pagaban y, además, me proporcionaban dinero para que comprase comida y cualquier otra cosa que me fuese necesaria.
¡Que lujo! Diréis. Pensaréis que soy el más afortunado del mundo. Que tengo la suerte que nadie tiene y que mi vida es como un sueño.
Pero la realidad está muy lejos de eso.

Me pidieron que, o buscase trabajo, o me matriculase en una universidad. Y no, ese no es el problema. El conflicto estaba en que yo era una persona muy compleja.
Había días en que me despertaba a las seis de la mañana y estaba en la cama hasta las seis de la tarde. No comía ni salía. Es más, hacía todo tipo de compras por Internet. Apenas salía a la calle a no ser que fuese estrictamente necesario. Por esa misma razón mi condición física era pésima: piel pálida, delgado, sin músculo y con ojeras bajo los ojos.
Otras veces me despertaba por la tarde tras haber estado despierto toda la noche componiendo.
No tenía amigos ni conocidos. Mis padres me llamaban de vez en cuando para preguntarme qué tal. Me malcriaban hasta el punto en que les parecía bien que tuviese un año sabático, sin hacer nada.
A pesar de que sabía que era un terrible error el pasar 365 días encerrado en mi casa y limitándome a mirar las estrellas y leer novelas, me resignaba a ello. Era lo más cómodo y me permitía atrasar un poco más lo inevitable.
No era capaz de salir y conocer gente.
Por un lado quería hacer ese momento lo más lejano posible. Por otro lado, sabía que, de esa manera, me costaría aún más salir de ese oscuro pozo.

A menudo solía sentarme en la ventana a mirar el cielo, observando las pocas estrellas que se veían debido a la contaminación lumínica. Había algo en aquel simple gesto que me hacía sentir extraño. Mucho.
Jamás he creído en el destino y esas cosas. Sin embargo, me sentía raro. Como si hubiese el presentimiento de que algo iba a pasar. Como si, al mismo tiempo, estuviese esperando algo.

Una tarde de verano, tan calurosa como insoportable (fuera de casa. Dentro había encendido el aire acondicionado hasta el punto en que debía ponerme camisetas de manga larga.) llamó a la puerta el repartidor que me dejaría la comida del supermercado en la puerta.
Fui arrastrando los pies hasta esta, esperando ver al hombre de siempre. Sin embargo, esa vez fue diferente.
En cuanto la abrí pude divisar a un chico joven y sonriente, demasiado, que se abanicaba con la gorra que formaba parte de su uniforme. Era más o menos de mi misma altura. Pelo castaño, dientes perfectos, ojos que se hacían pequeños al sonreír y varios pendientes en las orejas.
El calor me sacudió de golpe en la cara, al igual que el frío para el chico, que colocó en su rostro una expresión de placer en cuanto sintió el frescor del interior del apartamento.

ㅡWua, que gusto. Me está dando hasta frío. Verás la factura de la luz este mes...

Murmuró entre risas.
Sabía de sobra que era una frase simple con la que comenzar una corta conversación. Sin embargo, no dije nada. Me quedé de pie, con la misma expresión en el rostro, esperando a que me entregase el papel que tenía que firmar como prueba de que había recibido la compra.

Aún en silencio me hice a un lado para que dejase las bolsas en el recibidor de mi hogar, sintiendo esas repentinas ganas de desaparecer o cerrarle la puerta en las narices.

El chico se apresuró a terminar su tarea. Dibujé mi firma en el pequeño papel y murmuré un "gracias" antes de cerrar la puerta. Él hizo lo mismo, pero con más entusiasmo y añadiendo un "Que tenga buen día".

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Pasada una semana, el timbre de mi casa volvió a sonar. La compra de nuevo.
Me apresuré a abrir la puerta, únicamente porque tenía antojo de los fideos que había pedido por Internet. Estaba ya con la mano en el pomo y con la idea de encontrarme al hombre fornido que siempre traía mi comida cuando me topé por segunda vez con aquel chico.

¿Otra vez tú?

Murmuré para mis adentros. Aunque no dije nada, mi rostro parecía reflejar una especie de rechazo hacia él. Por dos razones: una, él no era EL hombre que traía mi comida. Y dos, era demasiado arcoíris y amabilidad para mí.
Estaba acostumbrado a un trato diferente por parte de mi repartidor y aquel joven parecía no estar al corriente de mi serenidad.

ㅡHola de nuevo. Aquí tienes todo. Hace calor, ¿eh?

De nuevo aquellas típicas frases. Si bien era educado y su sonrisa era agradable, para mí era extraño y no sabía si me entusiasmaba. Me limité a hacerle espacio para que pasase y a firmar el papel, repitiendo además la acción de murmurar un agradecimiento antes de cerrar la puerta.

A menudo solía dejar las bolsas en la entrada por pura pereza hasta que finalmente sacaba fuerzas para colocar la compra en su sitio. Tampoco era tan trabajoso, pero mis energías y ganas de hacer ese tipo de cosas eran nulas.
Por suerte para mí la casa solía estar limpia y ordenada. Y cómo no iba a estarlo si con suerte pasaba por el salón o me tumbaba en el sofá.

Ese día opté por terminar el libro que me estaba leyendo y por tocar la canción que llevaba aprendiéndome desde hacía algunas semanas.
No me gustaba tocar leyendo la partitura, prefería aprenderme cada nota a la perfección para luego poder exponerlas sin un papel delante. Sin embargo, aquello tenía un gran inconveniente. Si no me salía una canción, no hacía otra cosa que intentarlo una y otra vez. Podía pasarme horas frente al piano y no me daba ni cuenta. Me olvidaba de comer y dormir y más de una vez me encontraba con un oscuro cielo aún cuando había empezado a tocar con el más radiante sol.

Mi melodía favorita - YoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora