Capítulo 22

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"Abrí de par en par las puertas a un agridulce destino."

📍Maratón 3/?

Una fuerte opresión en el pecho del pelinegro lo asustó, la molestia aún seguí instalada en su pecho.

Tomó su teléfono y marcó el número de TaeHyung sin recibir respuesta.

Lo siguió intentado por 10 minutos más hasta que se cansó. Tomó su chaqueta y salió del departamento. Sabía que algo malo había pasado. Pero aún no tenía el poder suficiente para poder ver con sus propios ojos el pasado, presente y futuro. Siendo únicamente los Dioses quienes podían ver aquello.

No podía ir a buscarlo porque si TaeHyung estaba en medio de matar a Lisa o apuntó de ser asesinado por HoSeok, él intervendría. Tomó la salida más fácil, ver a su padre.

— Hades, ¿que a pasado con TaeHyung?— habló JungKook entrando apresurado a la oficina de Hades

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— Hades, ¿que a pasado con TaeHyung?— habló JungKook entrando apresurado a la oficina de Hades.

— Él no a muerto por si te lo preguntas.—

— ¿Entonces?

— Sufrió un accidente automovilístico.— paró en cuanto vio cómo su hijo lo recriminaba. — Yo no fui, a mi no me vengas con cuentos.—

El pelinegro se acercó y abrazó a su padre. Las lágrimas bajaron por sus mejillas. Podía ser hijo de Hades, el pecado en persona, el mejor jugador, el plus de todo, pero amaba a TaeHyung con cada célula de su cuerpo.

— Tengo miedo. Algo no esta bien. Esto no estaba en los planes. —

— Hable con Dios segundos después del accidente. Él no fue...eso nos deja a un responsable.—

— El destino. Cariño, sabes perfectamente que a veces ni nosotros somos capaces de controlarlo al cien.— besó su frente, el pelinegro asistió.

Su pecho dolía, su garganta tenían un nudo, su vista estaba nublaba. Quería salir y correr desesperadamente con TaeHyung pero tenía que ser fuerte frente a su padre.

— Iré a ver a TaeHyung.— se apartó de su padre, limpiando las lágrimas.

Su padre le dio la ubicación del hospital.

JungKook camino hacia la puerta, una vez cruzaba corrió por los pasillos, salió del infierno y siguió corriendo en busca de TaeHyung.

Todos jugaban, teniendo sus apuestas claras, sus cartas sobre la mesa (aunque las mejores eran guardadas), pero ninguno contaba con este giro repentino en la historia. Todos ignoraron el mayor enemigo en esta historia, que incluso a veces era impredecible: el destino.

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