Melodías internas

960 49 94
                                    

Luego de unos minutos, donde Ryou fue capaz de calmar a Bakura lo suficiente como para que atendiera a sus palabras, los hikaris decidieron apresurarse en alistarse para su salida con sus amigos.

Yugi le ofreció a Malik que se fuera con él y Yami a su casa, para que Ryou pudiera seguir lidiando con el pequeño momento de debilidad de su pareja, y el albino menor se los agradeció en silencio. Sabía que ya bastante mortificado se sentía su novio por haberse permitido 'tal desliz' frente a otras personas.

— ¿Crees que Ryou y Bakura sí nos alcancen? —preguntó Malik, con genuino desconcierto, sentado al estilo indio sobre la cama de Yugi. Yami estaba tumbado a su lado, ya con ropa informal y los brazos tras la nunca, en obvia relajación.

Yugi estaba frente a su espejo, acomodando su cinturón doble —No lo dudo, Ryou fue quien escogió el lugar, de ninguna manera va a dejar de ir —afirmó el oji-amatista.

Malik iba a añadir algo cuando Yami se irguió de golpe, sentándose a la par del moreno con su usual porte elegante —además, Bakura no es alguien que vaya a esconderse después de lo que pasó —añadió el ex-faraón, cruzándose de brazos —para él, sería lo mismo que dejar que piensen que es débil, y eso no es algo que él se permitiría —concluyó, cerrando los ojos. Yugi lo miró a través del espejo, proyectando esa aura aristocrática que lo caracterizaba.

El oji-amatista trató de ahogar una risa. Luego Yami y Bakura aparentaban no soportarse el uno al otro, pero en realidad se consideraban rivales y se conocían bastante bien el carácter del otro.

El oji-vino miró curioso a su compañero, Malik sin embargo parecía haber compartido el pensamiento del menor y también ahogó una risilla.

Yami frunció el ceño en confusión.

Yugi negó con la cabeza ligeramente, con una pequeña sonrisa en sus labios, y se volvió hacia el tocador de su habitación para buscar algún accesorio que ponerse. El oji-vino se levantó en el acto. Echó una mirada rápida y tomó una cinta azul oscuro la cual anudó en el cuello de su pareja, libre de su usual gargantilla, tomó también un par de brazaletes plateados y los deslizó por la mano izquierda de Yugi, finalmente le ató una manilla tejida con los colores de la bandera de El Cairo, en la muñeca derecha.

Malik observó como Yugi se dejaba hacer por las manos de Yami, como si fuera un muñequito, y no pudo evitar sonreír.
Para un faraón, decorar a su amante con accesorios -en su caso, joyas- era una demostración de afecto, de que estaba orgulloso de su pareja y la presumiría sin recato.

Malik no sabía si el sonrojo en las mejillas de su amigo se debía al conocimiento de esto último, o si era su reacción natural a ser mimado y atendido por su pareja... decidió preguntárselo en privado más tarde y, si era el caso, hacerle saber a Yugi cuanto significaban esas pequeñas acciones para el oji-vino.

—Listo —musitó el tricolor egipcio, depositando un tierno beso en la frente de su hikari.

— ¿Nos vamos? —el menor desvió la mirada a Malik, con una pequeña sonrisa apenada.

El pelicenizo simplemente asintió, correspondiendo la sonrisa, y salió de la cama de su amigo para ir con ellos.

Platicaron amenamente mientras se dirigían a la estación. Aún faltaban cuarenta y cinco minutos para la hora acordada con el resto de la pandilla, pero Yugi y Ryou habían acordado irse temprano para evitar que ninguno de sus amigos los alcanzara y viera a Malik antes de tiempo.

Se formaron en la línea que los llevaría al centro comercial y Yugi estuvo a punto de llamar a Ryou para avisarle, cuando lo vio caminando hacia ellos, prendido del brazo derecho de Bakura.

Cuando solo falta unoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora