Capitulo 32

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Roger no estaba bien.

Por suerte, y según dijo el médico, las lesiones que había sufrido no llegarían a causarle algo tan drástico como la muerte, algo que Freddie se había encargado de preguntarle en numerosas ocasiones, pero debido a la gravedad de las mismas tardaría mucho tiempo en recuperarse.

Había pasado un día y seguía sin despertar. Elizabeth y Freddie, aunque en especial el último, se habían encargado de limpiarle toda la tierra y la sangre seca que cubría todo su cuerpo, le pusieron un pijama limpio y suave con muchísimo cuidado y le cepillaron el pelo. Pero lo peor de todo fue revelar las heridas y los golpes al realizarle la curación. Su rostro estaba completamente cubierto por un sinfín de heridas y hematomas, uno de los peores rodeaba su ojo derecho bajando hasta el pómulo, y una gran herida en la cabeza, al iniciar la línea del cabello, estaba cubierta por una gasa para evitar infecciones. El resto de su cuerpo no se quedaba atrás, pero lo peor de todo era la mancha violácea, grande y oscura, que recorría buena parte de su abdomen, justo sobre las costillas. Porque según el médico, Roger tenía rotas varias de ellas.

Así que sí, se podría decir que Roger estaba vivo de milagro.

Eso era algo con lo que Freddie seguía martirizándose con el paso de las horas. El sentimiento de la culpabilidad era irrefrenable y por mucho que John y Jim se molestaran en negarlo, era incapaz de pensar lo contrario. Había pasado un día completo y Roger seguía en esa casa. No era del agrado de Freddie pues convivir bajo el techo de una de las personas que ahora mismo más odiaba en el mundo le sacaba de sus casillas, pero la salud y seguridad de su mejor amigo no era tema a poner en duda, y debían quedarse allí hasta que al menos Roger fuera capaz de caminar por su propio pie.

Y sin embargo, Brian era incapaz de entrar en esa habitación.

Algo se lo impedía, algo que no era exclusivamente Freddie le frenaba. Era él mismo. Incapaz por mil razones de ver a Roger de nuevo. La horrible imagen de él en los brazos de Jim era algo que le carcomía los pensamientos desde el día anterior, sintiéndo terriblemente culpable por lo que le podría haber pasado. Nadie le decía en realidad lo que sucedió, aunque claramente ya se lo imaginaba. Él mismo vio lo que estaba sucediendo en esas mismas calles semanas antes.

Pensar que había llegado el turno de Roger le revolvía el estómago al mismo tiempo que le daban ganas de buscar por cielo y tierra al culpable. Cosa que haría en cuanto el rubio se recuparara al menos un poco. Porque a pesar de no haber sido capaz de comprobar su estado por sí mismo, de no haber podido ayudar en su curación o de haber ido simplemente a visitarle, preguntaba cada media hora a quien fuera cómo se encontraba.

Sus principales puntos de información eran Elizabeth y John, especialmente este último, porque tampoco quería que su mujer sospechara algo por toda la preocupación acumulada que retenía sin mucho éxito en cada una de sus preguntas. Le tranquilizaba saber que no empeoraba, aunque tampoco mejoraba.

Era frustrante no poder hacer nada, tanto que ni siquiera había podido dormir en toda la noche.

-Te he hecho café -escuchó la voz de John tras su espalda. Su amigo rodeó el sofá en el que estaba sentado y tomó asiento a su lado, dejando el café en la mesita de centro y observando a su amigo con una expresión un tanto preocupada.

-Gracias -suspiró y lo tomó con ambas manos. La taza estaba calentita y tuvo que soplar un poco antes de dar un pequeño y primer sorbo.

-También traje esto de mi casa -dejó sobre la misma mesita tres libros de midiano tamaño y bien cuidados. Aquello le hizo sentirse tanto confundido como dolido. Confundido por no saber la razón de que los trajera, y dolido porque los libros a lo único que le recordaban era a Roger.

Intocable • maylorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora