Intocable • maylor

Capitulo 8

Habían pasado tres días, tres interminables y aburridos días. Brian no había podido salir de su casa. Debido a las heridas de los golpes que le habían propinado aquellas personas se había pasado todo ese tiempo vigilado tanto por sus padres como por el médico que venía cada día a curárselas. Él no dejaba de verlo extremadamente exagerado, era algo que con un poco de tiempo se acabaría curando solo pero sus padres se empeñaron y no le dejaron otra opción.

Y claro que sus padres le habían echado la bronca cuando regresó de casa de John a la suya. Pero tras contarles la historia que previamente le había dicho a Elizabeth parecieron creerle e incluso se preocuparon por su salud, puede que incluso demasiado.

Brian agradecía al cielo que no hubiesen querido darle más vueltas. Habían insistido en denunciar lo que había pasado pero tras explicarles que no recordaba nada de esas personas se dieron por vencidos. Tampoco dijo nada de que lo que ocurrió fue en Smithfield. De eso sí que no podían enterarse.

-¿A dónde vas? -eso fue lo primero que escuchó tras bajar las escaleras de su gran casa. Su padre estaba sentado en el sofá de la sala de estar, con un té caliente en una pequeña mesa y el periódico entre sus manos. Levantó la mirada del papel y la puso sobre su hijo. 

Brian intentó actuar con normalidad, se le daba bien mentir.

-A la biblioteca.

-¿No dijo el doctor que debías descansar? -internamente, Brian puso los ojos en blanco. Las heridas ya las tenía completamente cicatrizadas y los moratones habían empezado a difuminarse poco a poco, ya no le dolía nada. De verdad que odiaba cuando sus padres lo trataban como a un niño pequeño. Esa era una de las principales razones por las que estaba deseando casarse, para dejar de vivir en esa casa.

-Sí pero ya estoy bien. De todas formas es la biblioteca, está a dos manzanas de aquí.

Tomó su chaqueta que estaba colgada en un perchero a un lado de la puerta ante la mirada penetrante de su padre. Desde luego, si ese hombre no fuese su padre tendría miedo. Incluso ya lo tenía siéndolo, Charles podía ser muy persuasivo y demandante tan solo usando su mirada, pero claro, un empresario de su talla daba esa impresión siempre. 

-No tardes -concluyó al fin y Brian se permitió soltar un pequeño suspiro de victoria. Ya se estaba imaginando a sí mismo de nuevo encerrado en su habitación sin hacer nada. Ni siquiera John le prestaba tanta atención, no como cuando eran más pequeños que se pasaban el día juntos. Pero claro, su amigo ya estaba casado y esperaba un hijo, algo que supuestamente él ya debería haber hecho también.

Avanzó con rapidez por las calles de Londres. Obviamente lo que le dijo a John no iba en serio. Aunque por un momento pensó en cumplirlo, en no ir más a Smithfield, pero simplemente no podía. Había algo que lo ataba a ese lugar demasiado fuerte, aunque quizás ese algo en realidad era un alguien.

Dios, ¿a quién podía a engañar? Tenía ganas de ver a Roger, demasiadas. Recordaba poco de la tarde en la que se emborrachó en la casa del más pequeño. Bueno, en realidad no recordaba casi nada, solo imágenes. Y se sintió tan mal al día siguiente que se prometió a sí mismo no volver a hacerlo. ¿En serio era así como se sentía la gente cuando se emborrachaba? Era horrible, no entendía por qué lo seguían haciendo. 

Pronto llegó al mercado. A lo lejos divisó el pequeño puestecito al que se había vuelto, inconscientemente, adicto. Lo observó durante unos segundos sonriendo ante la imagen de Roger hablando con clientes amablemente y mostrándoles los libros. Se veía tan bien... Tan guapo y tan adorable al mismo tiempo. 

Con una pequeña sonrisa avanzó hacia el puestecito. Lo hizo con las manos tras su espalda y con la mirada puesta sobre Roger. El rubio no se dio cuenta de que Brian estaba ahí hasta que lo tuvo delante. Al sentir a una persona frente al mostrador mostró una sonrisa y miró hacia arriba para atenderle, sonrisa que desapareció nada más reconocerlo.