Diecinueve.

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Las decoraciones colgaban por todas partes, la chimenea estaba prendida y un árbol vestido por los niños descansaba en el centro de la sala. Hoy era el día, hoy era la tan ansiada Navidad. Eran apenas las ocho de la mañana, pero el bullicio había comenzando media hora antes. Los más pequeños se despertaron por la curiosidad y ansias de abrir sus tan esperados regalos. Desde temprano el establecimiento se volvió un caos de chillidos y expresiones que solo desbordaban pura felicidad, todos, realmente, esperaron eso.
  
   Bueno, no todos. Un azabache, con el rostro cubierto por una capa de indiferencia, se apoyaba contra la pared en la esquina de la habitación. Cualquiera que lo viese, se amargaría simplemente por su expresión, pensarían que lo estaba pasando demasiado mal. Pero, aunque todo en él parecía mostrar eso, no era lo cierto. Jungkook era muy bueno engañando a las personas exteriormente, jugando con sus mentes al hacerle creer algo totalmente opuesto, mientras que por dentro podría estar saltando de alegría. Sí, todo un dolor de cabeza, un jodido cubo Rubik.
  
   Ahora, con los brazos cruzados frente su pecho en una forma aburrida, sus ojos estaban clavados en TaeHyung, y es que, desde que bajaron por el llamado de Sook, JungKook no había sido capaz de despegar su atención del castaño. Este, a su duro pesar, se hallaba ayudando a los niños con los envoltorios de los regalos. Por instantes, una pequeña sonrisa surcaba los rojizos labios del acechado, como si el contento de la criatura frente de él lo invadiera un poco.
  
   Jeon amaba como, sin buscarlo, TaeHyung se volvía alguien diferente con los niños, bueno, diferentes para los demás; para el pelinegro, el verlo despreocupado y con la guardia baja ya era un hábito, uno que agradecía tanto de poder tener. El porte del mayor se transformaba en uno cálido y, si fuera posible tocarlo, seguramente sería suave. Los pequeños conseguían agitar su corazón.
  
   —No has abierto tu regalo —la voz grave de TaeHyung lo hizo salir de su burbuja—. ¿Lo harás?
  
   —No estaba enterado de que tenía uno, no me acerqué al árbol —respondió, inclinando la cabeza a un lado y recuperando su concentración.
  
   —¿Cómo lo harías si tenías tu mirada clavada en mí? Sé que te encanto, pero sé un poco más discreto —bromeó el castaño, apoyándose junto al otro—. Y sí, tienes un regalo.
  
   —¿De quién? Dudo que el viejo gordo se volviera existente solo para dejarme un obsequio.
  
   Una baja risa llegó a los oídos de JungKook, haciendo vibrar sus adentros. Jamás se acostumbraría a lo que le provocaba Tae.
  
   —En cambio de un viejo gordo, es de parte un joven bastante atractivo, pero delgado —se paró en frente del cuerpo formado—. ¿Algún problema con eso?
  
   —¿Tú me tienes un regalo? —el matiz de asombro no pasó por alto, es que ¿cuándo pudo hacerlo?
 
    —Así es —afirmó Kim—. Tuve ayuda a decir verdad y el regalo no está aquí, Sook me hizo el favor de dejarlo sobre tu cama mientas nosotros hablamos.
  
   —¿Debería ir a abrirlo? —sonrió ladino.
  
   —Deberíamos.

                                  ☁️

   El frío se colaba por maderas ligeramente separadas, los vidrios estaban empañados por la baja temperatura y TaeHyung se encontraba hecho bollito en su cama, durmiendo su amada siesta. Después del almuerzo, se despidió de JungKook que iba a hacer ejercicio y subió a la habitación para poder dormir unas buenas horas. Sinceramente, no tenía sueño, solo no quería estar despierto. Porque, aunque tratara de bloquear su mente de alguna manera, esta acababa impregnada de un desorden de conflictos, prioridades y sentimientos.
  
   Fuera de eso, sabía que estaba más que jodido. Porque, bueno, sí podía conseguir marear su mente, engañarla y desenchufarla por momentos, pero solo cuando se hallaba con JungKook a su lado. El azabache lograba crear una burbuja, una cápsula donde solo ellos estaban, sintiéndose seguros y sin interesar en lo más mínimo el exterior. Y, mierda, se sentía tan bien poder distraerse de esa forma, mandar todo a volar entre mimos, besos y confesiones preciosas. Se sentía tan bien tenerse el uno al otro.
  
   La puerta de la habitación se abrió silenciosamente, la luz metiéndose un poco, y una voz agradable sonó, llegando a los oídos del castaño y provocando que se despertara confundido.
  
   —Feliz cumpleaños, feliz cumpleaños —TaeHyung intentó abrir los ojos—. Feliz cumpleaños, querido TaeTae.
    Le estaba cantando por su cumpleaños -el cual aseguraba que había pasado por alto- y se incorporó en la cama, frotando su rostro de una forma perezosa. Un bostezo escapó de su boca y, por fin, consiguió mantener sus ojos abiertos.
   
   Mordió su labio inferior mientras veía a la persona frente suyo. No lo creía, su corazón ardió en sentimientos buenos, inexplicables. Jungkook estaba, con un pastel en sus manos y una hermosa sonrisa, frente de él.
  
   —Tú, tú... ¿Qué? —balbuceó el mayor.
  
   —Tendría que estar enfadado por no decirme algo sobre este día —el pelinegro juntos las cejas, pero las separó al momento. Sus pupilas brillaron como si, dentro de ella, alojaran estrellas—. Sin embargo, es tu cumpleaños y no puedo hacer eso. ¡Felicidades, hyung!
   
   Extendió el postre para que TaeHyung soplara la velas, cosas que hizo para después sonreír igual. Se sentía feliz, agradecido y, sobretodo, amado. Ni siquiera era capaz de recordar por qué se esforzó por quedarse dormido hace unas horas atrás, ni por qué su cabeza le dolió tanto el día anterior hasta verse obligando de tomar algo, ni por qué se sentía tan afligido al quedarse solo.
  
   En esos instantes, JungKook ya había dejado el pastel y lo estaba abrazando tan fuerte como para poder dejarlo sin aire. TaeHyung sonrió aún más contra el cuello ajeno, respirando hondo por el aroma conocido que hacía vacilar a su consciencia y el calor corporal que le brindaba seguridad. Sonrío y permitió a una solitaria lágrima descender por su mejilla y acabar en camiseta contraria sin ser percibida. Una lágrima que representaba el peso de su alma en estos momentos, aquel que quería dejar ir, pero, miserablemente, no podía.
   
   Sonrió aferrándose, sonrió susurrando en el oído de JungKook. Sonrió tanto hasta que le dolió.

                                    ☁️

    Dicen que el amor es ciego, que te enamoras tanto de la otra persona como para ser tan iluso y no ver su defectos, como para creerla perfecta. Y tal vez lo sea, probablemente más de lo que los demás crean. Pero menos de lo que el afectado asegura.
   
   Se le da muchas vueltas al amor, demasiados se vuelven locos por sentirlo, por experimentar aquel sentimiento agridulce. Los humanos, conscientes de que los destruirá de mil maneras posibles, se arriesgan a sentirlo, a tirarse al abismo por hacer bombear su corazón, por desesperantes estragos en el estómago y pensamientos agotadores la gran parte del tiempo.
  
   Muchos otros, ni siquiera lo buscan, no desean encontrarlo y experimentarlo. En el fondo, quizás tengan temor de lo que puede llegar a alcanzar, de el desastre que puede llegar a causar si todo sale mal. En el fondo, es posible que tengan miedo a querer demasiado, a dar más de lo que reciben, a no ser correspondidos. Les aterra saber que ese alguien puede desaparecer en un parpadeo. Se crean problemas idiotas -que, siendo sinceros, quizá una pizca de coherencia tengan- que los dominan. Deciden huir, mareando y terminando por bloquear a la posibilidad de enamorarse. Dicen que no lo necesitan - y tal vez algunos digan la verdad-, pero todos deberían ser capaz de darse la oportunidad de pasar por el amor.
   
   Ahora, mientras su largos dedos se pierden entre las hebras oscuras, TaeHyung, ignorando el dolor y la exasperación, no se arrepentía de haberle concedido el camino libre a JungKook, de dejarlo derribar las gruesas barreras y conocerlo sinceramente.
  
   El pálido rostro relajado le regaló una sensación de paz y armonía, un solo momento más de tranquilidad. La luna fue testigo de un castaño velando por su amor, velando al apreciar la belleza atrapadora que porta, velando porque el tiempo se mueve en demasía como para perderlo.
   
   Bajó las yemas de sus dedos hasta la suave mejilla contraria, con tanta delicadeza y cariño, con tanto miedo por causar que se despierte.
   
   —Si debes odiarme, hazlo, Kookie —susurró, su voz sonando tan baja y rota—. Lo entenderé, pero espero que seas consciente que yo jamás lo haría, no podría —los ojos se le cristalizaron—. Gracias por regresarme lo que di por perdido, gracias por traerme de vuelta la vida. ¿Sabes algo? Estoy seguro que nunca conoceré a alguien como tú, carajo, ninguna persona podría siquiera parecerse a ti. No cambies, no lo hagas, eres perfecto así. Tu sonrisa enorme y deslumbrante, la capacidad que tienes de confesar lo que sientes por tus ojos, como si fueran espejos reflejando directamente tu alma, y tu forma de ser que llega a desesperar te hacen perfectos. Por favor, no te niegas a amar, no niegues a los demás a probar lo completo que se vuelve uno al ser querido por ti. Simplemente, Jeon JungKook, sigue siendo tú.
   
   TaeHyung sabía que no estaba siendo escuchando, que la persona, la cual abrazaba casi de una manera histérica, estaba plácidamente dormida. Pero necesitaba tener la esperanza de creer que, por alguna estúpida forma, el azabache fuese conocedor de todo lo que había dicho.
  
   También sabía que se encontraba siendo egoísta, que lo que pedía era excesivo, pero no podían culparlo. TaeHyung, aún con una voz en su interior diciéndole lo contrario, quería lo mejor para JungKook.
   
   Y deseaba tanto poder cargar con las consecuencias solo, porque, si alguien debía sufrir, si a alguien le debía arder hasta consumirlo, era a él. Pero no era factible, no sin tener magia y usarla para borrar la memoria al menor, o algún método raro y extremista.
  
   Secándose las lágrimas traicioneras, besó los labios ajenos, un roce dulce y plagado de todo aquello que no lograría expresar ni en mil años. Tenía tanto por decir, pero eso se frenaba violentamente en su garganta y no salía por más que luchara por ello. TaeHyung era débil, y lo reconocía, convirtiéndose incapaz de revelar aquellas realidades que lo despabilaban y lo hacían querer comportarse como un bobo. Jungkook le permitió soborear lo que era tocar el cielo con las manos, muy cliché, pero cierto. Le permitió disfrutar tocar un hermoso y oscuro cielo estrellado.
  
   —Todo estará bien, pronto lo sabrás —el tono no se podría clasificar como susurro, tal vez como nada. Es probable que ni siquiera hablara en realidad—. Espera un poco más... Y mantente fuerte como sé que eres. Te amo tanto.
   

  
    

Sigiloso Tormento. •» KookV / KookTaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora