VI

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El eco del silbato se oyó como el grito desesperado de un aguilucho perdido en busca de su madre. Luego vino un momento de sordera en el que no fui consciente de nada más que el retorcer de mis entrañas durante un encuentro crudo con la imagen fantasmal de Skyler: su rostro pálido, sus ojos sin luz y su cuerpo tieso entre la tierra y las ramas.

Mi mente imaginó lo peor.

Volví a Dreeven. Su perfil apuntaba en la dirección del silbido, donde las figuras diminutas de las personas se agrupaban en el hallazgo igual que una tropa de hormigas junto a los restos del cadáver de un insecto. Debió percibir por el rabillo de sus caídos ojos que le observaba, pues giró hacia mí mostrando su expresión apacible. ¿Cómo era posible que se viera tan tranquilo? Se suponía que él era el novio desesperado que buscaba sin reparos a la chica, pero frente a mí su papel era... diferente.

Rompí la tensión entre mis cejas y me negué a creer lo que veía. No quería estar un momento más de pie sin saber qué habían hallado, así que reuní el valor necesario para ser una hormiga más en el inmenso bosque.

Dreeven me impidió el paso una vez más.

—Escúchame, Harrell, hay algo que necesito decirte.

Por un instante, y sin explicación alguna, sentí escalofríos.

—Un silbato sonó, tenemos que ir.

—Lo sé.

—Puede ser Skyler.

—También lo sé.

—¿Entonces?

Hizo una pausa. Dio un paso y me miró. La diferencia de estatura y la cercanía de nuestros cuerpos me recordó a lo que había ocurrido días antes de la desaparición: el roce caliente de sus labios sobre los míos, el tacto de sus dedos fríos sobre mi piel... Dios, ¿qué pasaba conmigo? Recordar aquello en un momento tan inoportuno debía sentarme fatal, y peor sabiendo el motivo de esa desventura.

—Ella lo supo —se atrevió a pronunciar con lentitud—. Le conté que tú y yo...

—Cállate.

—Se lo dije la noche que desapareció, en la fiesta. Ella no se lo tomó bien, bebió mucho después de eso. Y yo tampoco me lo tomé bien.

«Claro que no lo hiciste», pensé en soltar.

Apreté mis dientes para contener la bilis rabiosa que se atoró en mi garganta.

—Pues felicidades —me tuve que limitar a pronunciar—, ahora sabes que las infidelidades no se aceptan con una sonrisa.

—El asunto es que ella estaba borracha por lo que tú y yo hicimos. Si algo malo le ocurrió, parte de la responsabilidad la tendremos nosotros.

—La diferencia es que tú querías vengarte, yo lo hice porque de verdad me gusta...

¿Gustas o gustabas?

No pude decidir por cual irme.

—Ya no importa.

Dreeven en lugar de decir algo se volvió hacia el camino. Mi rígido andar mientras le seguía me llevó a observar su espalda, sus hombros anchos, su porte, su cabello y a maldecirme por dejarle entrever la alteración que desafiaba en mí.

Las personas que ayudaron en la búsqueda se reunieron en el punto justo donde el silbato sonó. Divisé al padre de Skyler y a Henry pidiendo hacer espacio y a papá buscarme entre las cabezas de los demás. Los murmullos sobre el hallazgo se convierten en la sinfonía macabra de una película de terror. Alguien gritó, otros se apartaron para vomitar.

Cuando Norwick Hill vistió de rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora