XXIII

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Salimos de la cabaña con el anhelo de inspirar todo el aire puro que nos regalaba el bosque. Y no era una exageración, pues el ambiente dentro de la cabaña, además de ser algo denso, era como el de una aspiradora: llena de polvo. Mis pobres pulmones debían parecer pasas, arrugados y pequeños.

Caminamos por el bosque en silencio durante unos minutos, yo por delante y las chicas atrás. Cuando de la cabaña no quedaba más que lejanía, me volteé a las chicas con una sonrisa tranquila. Quería saber que estaban bien, porque era extraño que estuvieran tan calladas, sobre todo Rita.

—No estuvo tan mal, ¿verdad?

A juzgar por la cara que Rita me enseñó, todo andaba mal.

—Habla por ti —Noté que sus manos eran dos puños muy cerrados y su cuerpo tenía ese semblante amenazador que adoptan las personas cuando quieren iniciar una pelea.

Yo no entendía nada.

—¿Ocurre algo?

—Sí —afirmó en un tono más alto que antes. La estaba molestando más, y ni siquiera sabía los motivos—. Pasa que Voll no estuvo ni la mitad del rato que pasamos ahí, y cuando llegó, solo se fijó en ti.

Oh, no...

—Pero por la predicción —le resté interés a la situación, pero había dado justo en el punto que a Rita más fastidiaba.

—¡Exacto! —apuntó casi histérica, con los ojos saltones y las cejas muy arqueadas. Se había transformado completamente. Lo peor fue que dio un paso, todavía más alterada, y creí, por una fracción de segundo, que podría hacerme daño—. Si yo no te hubiera dado mi cigarro, ¡él me habría hablado a mí!

Aquel grito alarmó a Shellay.

—Rita. —La sostuvo del brazo para detener lo que sea que intentara hacer.

—Me ignoró completamente —se lamentó Rita y su voz se quebró al igual que la expresión en su rostro—. Igual que los otros chicos. —Tomó aire y continuó diciendo—: No sé qué carajos les hiciste, pero eso era un harem inverso muy raro. Si nos invitaste para presumirlo...

—¿Que dices? —La detuve— Tú querías venir. Dijiste «sí a todo» —le recordé. Al parecer había olvidado que la más ansiosa por conocer a los hermanos era ella—. Yo las invité porque estamos juntas en esto.

—Parece que tú estás más junta a ellos.

Mi confusión aumentó. Necesitaba un respiro, un momento para procesar toda la mierda que Rita estaba diciendo, porque yo no comprendía nada, ni siquiera el motivo de su enojo.

—Mira. Lo que pasó en esa cabaña fue muy raro y, sinceramente, creo que tú nos estás ocultando algo. —Antes de preguntarle a qué se refería—. Y eres extraña... Sabes demasiado de estas cosas turbias que, no gracias, ya no quiero venir.

Me dio una última mirada que me hizo asumir que nuestro inicio de amistad había quedado hasta ese punto y se desvió del camino que yo estaba formando. En ese momento Shellay la llamó, pero su amiga no quiso responderle o mirar atrás. Supuse que esto le complicó las cosas, pues alternó la mirada entre su amiga y yo.

—Lo siento, Harrell —dijo al decidirse ir tras Rita.

Sola en el bosque, me sentí traicionada y confundida, con un vacío en mi pecho que se hacía cada vez más grande. Recordé por qué le temía al bosque, a su inmensidad siendo yo tan diminuta. Y me sentí patética por hacerme falsas ilusiones. También pensé que eso era karma y muchas cosas más.

Llegué a casa de Skyler poniendo la mejor de mis caras, porque para no preocupar a papá le había dicho que pasaría la tarde en casa de Shellay, una mentira más que se comió con patatas.

Cuando Norwick Hill vistió de rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora