IX

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La charla entre las chicas y yo no fue relevante en absoluto. Íbamos de temas en temas sin tener una conversación profunda. En realidad, pocas interacciones podíamos tener con el volumen de la música retumbando. Las personas en la pista de baile daban gritos, se reían y todo de manera poco discreta, a menos de que se tratase de alguna canción más lenta. Me tuve que acostumbrar a estar envuelta en el extraño ambiente, pues aunque me recordaba a algunas fiestas a las que asistía con mis amigos, todo aquí parecía más oscuro y turbio... Creí que en algún momento algún sujeto loco aparecería a matarnos a todos o, no sé, que entraría el típico grupo de personas misteriosas que les cierran en pico a todos.

Nada de eso pasó. Welkenny ya era demasiado denso para que alguien más le diera nuevas descripciones. Pero me equivocaba. El sitio ya tenía a alguien especial, me percaté de ello tras volver a la mesa con las chicas luego de pedir unas bebidas. Al sentarme en mi asiento me había vuelto completamente invisible para Rita y Shellay. Me guié por una línea invisible hacia su centro de atención, descubriendo que se trataba de un chico pálido, de mentón alargado, cabello revuelto y oscuro. Me recordó a lo que yo llamaría un «vampiro moderno», nombre inspirado de cierta película. El chico estaba sentado en lo que parecía un trono, rodeado de sus seguidores y admiradores, quienes lucían como reales sirvientes que cumplirían cualquiera de los caprichos que a él se le antojase. Ese lugar era como una zona exclusiva, lejana y acomodada, diferente a nuestra pequeña mesa.

—Dios... —Rita se mordió los labios en un gesto lleno de lascivia contenida—. Hoy luce genial.

Shellay le dio la razón.

—¿Quién es? —interrogué. Le di el primer sorbo a mi bebida para aclararme la garganta dado a que las chicas no respondieron—. ¿Quién es él? —insistí, ya con el volumen de mi voz en alto.

Mi pregunta fue como el chasquido de dedos que un mago le hace al hipnotizado para que vuelva del trance.

—Voll Reveck —dijo Shellay y luego se bebió su cerveza al seco—. O como solemos llamarlo: El chico de los cigarros.

Con eso ya tenía toda mi atención.

—¿Los vende?

—No, debes darle uno para conseguir alguna predicción.

—¿Una... predicción?

—Es como un don que tiene él —dijo—. Le ha predicho muchas cosas a Rita.

Rita regresó a la mesa y empezó a jugar con una servilleta arrugada.

—Vivo dándole cigarros esperando que en una de sus predicciones diga que nos casaremos.

—¿Y realmente acierta en sus predicciones?

—Es bastante preciso con lo que dice. La primera vez que le di un cigarrillo me dijo que perdería a un familiar cercano y señaló mi corazón, dos meses después mi abuelo sufrió un infarto. Falleció, tal cual lo había dicho Voll.

Shellay asintió y se dirigió a mí:

—A mi hermana le dijo que los ojos que la miraban por la mañana reflejaban los de otra mujer. Le pareció extraño, luego, cuando se enteró de que su conviviente la engañaba, entendió que se trataba de una infidelidad.

—Y se dice que a Skyler le dijo que veía su rostro en muchos sitios —añadió Rita, encorvándose hacia la mesa en un gesto de confidencia—, que su nombre sería pronunciado una y otra vez por Norwick Hill. ¿Coincidencia? Yo creo que no.

Había la posibilidad de que no, que la singular habilidad de Voll Reveck sea solo una buena investigación de los habitantes. Luces Rojas, lo llamaron en la película de mismo nombre, en la que dos parasicólogos investigan a psíquicos falsos. En esta se demuestra que muchos investigan a las personas que asistían a sus eventos y seleccionan en secreto a algunas para invitarlas al escenario, todo con el fin de demostrarles que sabían cosas muy personales gracias a sus imaginarios poderes. Pero que alguien hiciera tal cosa en Norwick Hill, y además por unos cigarrillos, era absurdo.

—¿Por qué los Reveck tienen esa atracción extraña que combina tan bien con el misterio? Es que yo no lo entiendo. —Rita levantó su perfil al cielo en busca de alguna explicación divina. Suspiró sonoramente y regresó a poner su atención en Voll—. Todos los hermanos Reveck tienen algo especial, desde Thorne hasta Mazz.

Pensé en Dreeven.

—Los chicos con un pasado trágico tienden a ser atractivos —argumentó su amiga—. A todos nos gusta resolver acertijos, y ellos son uno. «Huérfanos adoptados por el hombre más rico de la ciudad tras incendio en orfanato», eso llama mucho la atención.

—Una tragedia que los llevó a ser hijos legales de Arun Reveck, el desenlace no me parece nada triste. —Rita se encogió de hombros.

—El dinero no hace la felicidad.

—Pero las comodidades sí.

Había olvidado lo del incendio.

Se dice que en el bosque había un famoso orfanato. Una noche se inició un incendio que mató a muchos niños y a todos los adultos que los cuidaban. Fueron ocho niños los que sobrevivieron a la trágica noche, a quienes llamaron como Los niños del bosque. Arun Reveck, el multimillonario perteneciente a una de las familias más antiguas de Norwick Hill, adoptó a los ocho niños dándoles un hogar y cuidándolos como si fueran de su propia sangre.

Algo así me contó papá. Yo estaba demasiado pequeña para recordar una de las peores catástrofes ocurridas en Norwick Hill.

—Lo que más me causa curiosidad es que a los hijos Reveck se les enseña en casa. —La charla sobre los Reveck continuó—. Si tienen profesores privados o algo así, ¿cómo lo harán para la universidad?

—Su padre debe mover algunos hilos por ahí.

—Es que, hasta el momento, al único que he visto en clases es a Dreeven. Xiel y Azir dejaron de asistir. Mazz es otro cuento. Voll, ni idea. Y Thorne es demasiado mayorcito para saberlo. Ah, y a ninguno se le ha visto ayudando a buscar a su cuñada, solo a Dreeven. Raro.

—Supongo que no quieren meterse en problemas. Me siento mal por Dree, estar solo, sin el apoyo de tu familia, buscando a tu novia con quien precisamente discutiste la noche que desaparece.

Una corazonada cargada de curiosidad me empujó a preguntarles qué pasó la noche de la desaparición. Rita, quien parecía más entusiasmada con el tema, se acomodó en su silla para responder. Hizo un gesto para que nos acercáramos a la mesa. Shellay y yo, encorvadas como Cuasimodo, nos arrimamos hacia el centro para que la voz de Rita no se perdiera.

—El curso se organizó para hacer una fiesta en el hotel La Cumbre aprovechando la semana sin clases por las lluvias —inició—. Camille, que es la mayor de todos, reservó la habitación. Los demás nos encargamos de llevar algo para comer y beber. Todo normal. Música, juegos, bailes... Es raro porque, por primera vez, sentí que todo el curso se unía por una causa en común. A eso de las tres de la madrugada, vi a Skyler y Dreeven discutiendo en un rincón. Él se veía muy molesto y ella a la defensiva, tenía los brazos cruzados. Dreeven se marchó. Después de eso, vi a Skyler bebiendo muchísimo. Becca tuvo que ayudarla en varias ocasiones para que no cayera.

—Yo vi a Skyler borracha y chillando —agregó la morena—. Sentí mucha lástima de verla así, creo que Dreeven y ella cortaron.

—Es lo más probable, Shell. La situación más extraña viene a eso de las 3:30, cuando Becca y Zachary acompañaron a Skyler a la entrada. Llegaron minutos más tarde. —Rita se carcajeó de la nada, exhalando su aliento a cerveza entre nosotras—. Skyler había vomitado sobre Rebecca y ella estaba ardiendo de rabia...

—Rita, no te rías —regañó su amiga, dándole un golpecito en el brazo—. Es un momento delicado.

—Perdón. Es que ese tipo de cosas sí dan gusto de ver. Resumiendo la historia, la mejor amiga de Skyler la dejó sola en la entrada del hotel. De ahí, Skyler se hizo humo.

Humo era buena forma de decirlo para alguien que, tal parece, poco conoce de las mierdas que Skyler arrastraba. Cualquiera pudo verla en un estado vulnerable y aprovecharse.

—¿Revisaron las cámaras de seguridad? —pregunté yo— Alguien pudo recogerla.

Rita me respondió sacudiendo los hombros.

—Lo intentaron. Supuestamente, las cámaras exteriores la mostraron salir sola, tambaleándose en busca de algo a qué sostenerse. Mucho más no hay, y ahora con el incendio que hubo en el hotel ninguna evidencia queda, solo grabaciones que compañeros hicieron con su celular —dijo Shellay—. Extraño, ¿verdad?

Llamarlo "extraño" era poco.

Cuando Norwick Hill vistió de rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora