XVII

7.2K 1.3K 874
                                    

—¿Esto lo hizo tu hermano?

Thorne prefirió que el silencio respondiera por él. Era un completo y gritón «sí» que me heló la sangre. ¿Qué clase de persona enferma era su hermano?

En medio de tantos árboles y hojas de búsqueda, una cabaña de tamaño pequeño se presentó.

—Aquí vamos —le escuché murmurar al Reveck, y colocó punto aparte a sus palabras con un suspiro. Haciendo amago de continuar, yo lo detuve por el codo. Mi desconfianza era palpable. Él parece haber leído mis pensamientos—. No te pases película, chica. Tengo mala pinta, pero no soy así.

—¿Y qué hace una cabaña en mitad del bosque? No soy estúpida, sé que hay personas con buenas intenciones y otras con muy malas.

—La encontramos de niños, ahora Mazz la usa como refugio. Casi vive aquí. Y no, esto no es una película donde te noqueamos y haremos cosas. ¿Eso es lo que te preocupa?

—Sí.

—Ya estás aquí, ¿por qué el berrinche tardío? —Callé. Los ojos vivaces de Thorne, molestos por mi desconfianza bien fundamentada, se rodaron en desaprobación—. Carajo, está bien. —Se metió la mano dentro de la chaqueta y sacó una navaja. Apretando un botón, la cuchilla se mostró reluciente bajo la humilde luz que lograba atravesar por ramas y hojas—. Úsalo en caso de que alguien te quiera hacer algo.

Ocultó la hoja. Extendí mi mano para agarrarla, pero Thorne fue rápido y la dejó caer al suelo.

—No dejaré que la lleves, mi culo no estaría a salvo si lo haces. Memoriza dónde está, si te sientes insegura, la tomas. Prometo que te dejaré correr.

Guiñó su ojo.

Me pregunté si sus obstinadas insinuaciones alguna vez terminaron enganchando a alguien, porque para mí eran como un repelente.

Bajamos entre los árboles hacia la cabaña, la cual no debe medir más de cuatro personas de anchura. Los crujidos de hojas fueron reemplazados por la tierra aplastada bajo nuestros zapatos. El terreno que rodeaba la pequeña cabaña estaba lleno de maleza y chatarra, y un delgado sendero nos llevó hacia la pequeña escalera. Subimos a la terraza bajo un tejado mal puesto, el cual apenas se sostenía por dos columnas de madera en las que pendían dos lamparillas viejas y negras. Dos ventanas de vidrios amarillentos a cada lado de la puerta pequeña le daban un aspecto simétrico. De cerca se lograba ver con mayor claridad la madera apolillada de los tablones que la componían: verdosos, frágiles, llenos de polvo y telas de araña. La puerta era de madera oscura, como si hubiera sido quemada, con un umbral viejo, también de madera.

Inspiré, nerviosa.

Thorne golpeó.

—Mazz, soy yo... Mazz, abre la jodida puerta.

Hubo silencio desde el otro lado. Miré al Reveck en una demanda por saber si me estaba tomando el pelo. Él pareció captarlo y golpeó con más fuerza.

—¡Mazz, abre o iré a contárselo a padre!

Logré escuchar la madera chillando dentro, pasos frenéticos que se detienen justo delante de nosotros. La puerta se abrió lentamente, enseñando un interior oscuro y luego un rostro pálido, pecoso y asustado. Miré los ojos del sujeto pensando en Skyler, en su diario, en los carteles pegados en los árboles.

«Tiene que ser él», me dije a mí misma.

—¿Qué crees que haces? —cuestionó Thorne, dando un paso hacia la oscuridad que medio abrazaba a su hermano—. Regresa la bicicleta. Ahora, Mazz.

Una negación acompañada de lenguaje de señas fue todo lo que obtuvo. No entendía un carajo.

—¿De Skyler? Déjame entrar... —Hubo forcejeo. Thorne quería entrar y Mazz quería cerrar la puerta—. ¡Vamos, hombre!

Cuando Norwick Hill vistió de rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora