6. Jugando con fuego

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Stefan había entrado al salón y, encendiendo su cigarrillo, cambió de canal para ver el fútbol. A Sarah no le gustaba su hermano. Le parecía que hacía lo que le daba la gana, y, para tener tan solo diecisiete años -un año más que ella- hacía cosas de chicos mayores que él. Para empezar, su mayor vicio era fumar. No podía evitar fumarse un cigarrillo cada dos horas. Siempre y cuando no lo vieran sus padres. Aunque no disimulaba muy bien, ya que fumaba muchas veces en casa. Y aunque intentara evitar el olor a tabaco que luego se quedaba en cada recoveco de la casa con colonia, siempre quedaba la esencia del humo que desprendían sus cigarrillos.

A Sarah no le gustaba que fumara al lado suyo. Muchas veces le habían enseñado en clase que los fumadores pasivos, sufrían casi como un fumador. Odiaba pensar que su hermano estaba desaprovechando la vida de ese modo. Por un simple vicio que era incapaz de abandonar.

Al ver cómo su hermano daba una nueva calada al cigarro, quiso dejarle algo bien claro.

- ¿Sabes que te estás quemando por dentro, verdad?

- No seas tonta, hermanita.

Y, provocándole, volvió a dar una calada más.

Sarah se marchó enfadada y, dando un portazo se dirigió a su habitación. Una vez allí dentro, lloró. Le daba mucha pena la situación en la que se encontraban. Antes se llevaban muy bien. Eran como mejores amigos. Ahora, en cambio, Stefan había crecido y no se detenía a ser tan comprensivo como lo solía ser antes. El simple hecho de que no volviera a recuperar a su hermano era lo que le hacía llorar. Más que nada en el mundo. Y al pensar en ello, un escalofrío le recorrió la espalda. ¿Y si le ocultaba todos los cigarros y mecheros que tenía en casa?

Sería un trabajo complicado, pero, no le pareció tan mala idea. Así, aunque Stefan fumara en la calle, cuando dejara sus numerosos cigarrillos en el salón, o en la mesilla de su cuarto, luego, a la hora de salir no los tendría. Se compraría otros, y le volverían a desaparecer. Y así, sucesivamente. Hasta que se le acabara toda la paga.

Era una pequeña travesura y, al mismo tiempo, una gran idea. O, al menos, hasta que su hermano se diera cuenta de que era ella la que le robaba sus cigarrillos.

Así que decidió ponerse a ello. Primero fue a la cocina, donde sabía que su hermano aguardaba las cajas de cigarrillos, y, las cogió todas. Sin dejar ni un solo rastro. Luego fue a su cuarto, e, intentando que no se diera cuenta de que alguien había entrado en su habitación, guardó en sus bolsillos uno de los mecheros que guardaban en un cajón de su mesilla y dejó todo como estaba.

Cuando se dirigió al salón, vio como Stefan había acabado la caja de cigarrillos que tenía encima de la mesa.

"Una caja menos"- pensó.

En ese instante, mientras observaba a su hermano desde el cristal de la puerta del salón, la vista se le nubló unos instantes, y, notó como alguien le estaba agarrando la nuca con fuerza, sin dejar que pudiera respirar. Alguien había entrado en casa. Y la estaba agrediendo. Lo malo era que ya era demasiado tarde para cambiarlo todo.

© Saga Elementos: Fuego (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora