Aquella mañana un frío invernal envolvía el pueblo de Halton. Llovía. Era como si de repente, hubieran entrado en la estación invernal, sin siquiera darse cuenta.
Morgan se despertó muy temprano. Lo primero que se preguntó al abrir los ojos fue dónde se encontraba.
Sinceramente, estaba muy desorientada.Al mirar el reloj que había en su cuarto, comprobó que éste, tal y como todos los relojes del pueblo, estaba totalmente parado. Así que, se limitó a mirar por la ventana para intentar adivinar la hora que sería.
La verdad era que al mirar al exterior, el cielo estaba tan nublado, que no se sabía muy bien si sería por la mañana, por la tarde o incluso por la noche.
Su habitación era bastante pequeña, pero aún así, muy acogedora. Tenía un precioso armario caoba y varias estanterías en las que le habían asignado algo de ropa y objetos variados. La cama en la que había dormido toda la noche no era muy cómoda. Sin embargo, se sentía orgullosa de poder haber dormido en un lugar caliente y reguardado en aquel frío lugar.
Todavía estaba en pijama por lo que abrió el armario y sacó una sudadera negra que tenía buen aspecto a pesar de haber estado mucho tiempo en ese armario cogiendo polvo. Se la puso, y, se miró en un espejo que colgaba del techo. Morgan se preguntó si realmente era ella la que se reflejaba en aquel objeto de cristal. La chica no había dormido bien ninguna de las dos noches que había pasado en Halton y ahora tenía unas ojeras horribles. Su aspecto, más pálido de lo habitual le recordaba al de un cadáver que estaba a punto de morir.
Odiaba verse así, al mismo tiempo que odiaba recordar que no podría recuperar su ropa habitual. Ni sus zapatos. Ahora debía agradecer poder estar vestida con algo decente. Por aspecto putrefacto que tuvieran aquellos trapos
que colgaban de su armario. Si tuviera la oportunidad de volver a casa para hacerse la maleta y volver a Halton, lo haría.Se preguntó si los demás chicos habrían dormido algo mejor que ella. O incluso que les hubiera tocado habitaciones más amplias y limpias que la suya.
Mientras estaba sumida en sus pensamientos, alguien llamó a la puerta.
-Adelante- dijo Morgan.
Detrás de la puerta apareció una señora gordita y rechoncha que traía consigo una bandeja que parecía contener el desayuno de Morgan.
-¿Quién es usted?- preguntó Morgan, curiosa.
- Soy Micha, su criada.
Entonces Morgan sintió una gran satisfacción en su interior. ¿En serio? ¿Iban a tener criados que les sirviesen todos los días el desayuno en su cuarto? ¡Qué genial idea!
-Ah, vale. Ya entiendo...
-¿Dónde le dejo su desayuno, Señorita Air?
¿Cómo? ¿Le había llamado Señorita Air? Ahí es cuando Morgan se dio cuenta de que su vida había cambiado por completo. En efecto, ya no volvería a oír su nombre. Morgan. Ya nadie la llamaría así, a no ser que se tratara de Aidan, Sarah o Logan.
***
- Hagan el favor de llamar a los chicos por el nombre de su Elemento.
Eso lo dijo el Señor Guten, que en ese momento estaba rodeado de cuatro criados que les miraban con caras aterradas.
Y es que, el señor Guten infundía miedo a todos los habitantes de aquel pueblo- incluidos los chicos, ahora también llamados, Los Elementos-.
Los criados eran bastante mayores. Uno de ellos era un señor calvo y que vestía con una corbata muy elegante. Se llamaba Freitz. Así lo ponía en una chapa que llevaba colgada de su camisa.
El segundo criado, más bien bajito y regordete, mascaba en ese momento un chicle azul transformando su lengua en aquel color marítimo. Éste tenía el pelo blanco y vestía una camisa de cuadros de colores que le daba aspecto de payaso de circo. Su nombre era Dont.
Las otras dos criadas eran completamente diferentes. Una de ellas, delgadita y joven y, la otra en cambio, era la copia de Dont pero en mujer. Era gorda y tenía su pelo canoso, por los años, recogido en un moño que le daba aspecto de anciana descuidada. Ésta era Greta.
La otra joven tenía el pelo rizado y era bastante bella para ir sin maquillaje ni ropa bonita. Llevaba un simple camisón a modo de bata en el que también se recordaba su nombre: Everdeen.
Los cuatro escucharon la órdenes del señor Guten, y subieron por las escaleras, rumbo a las habitaciones que correspondían a cada uno de los Elementos.
***
Morgan se comió todo el desayuno. Si había algo positivo en aquella extraña mansión era la comida. Ojalá siempre fuera tan rica y elaborada como la que había probado en de esa bandeja. La bandeja contenía de todo: huevos, bacon, buñuelos con nata, bizcocho de chocolate y de limón, tarta de manzana y una tableta de chocolate.
No sabía si era por el hambre que había pasado aquellos dos días o por el simple hecho de que la comida estuviera tan buena. Pero la verdad era que había sido el mejor desayuno de su vida.
Lo único que dejó sin comer fue la tableta de chocolate que guardó en el bolsillo de su pantalón por si acaso no volvía a probar comida así en varios días.
Se sentó un rato para hacer la digestión, y cogió un libro para leer de los que había en una estantería. Y, entonces fue cuando un fuerte viento entró en la habitación, tirando varios de los libros que aguantaba aquella estantería. Morgan corrió hacia la ventana y no pudo creer lo que veían sus ojos. Un descomunal tornado se levantaba sobre el pueblo de Halton arrasando todo a su paso.
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© Saga Elementos: Fuego (I)
FantasySe acercan las tormentas. El Sol cada vez esta más cerca de la Tierra. Pero cuatro chicos con poderes sobrenaturales se encargarán de salvar el mundo. Fuego, Agua, Aire y Tierra se tendrán que unir para conseguir frenar la catástrofe que acecha al m...