Chapter 4

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Reginaa permaneció bajo la lluvia mirando la oscuridad mucho tiempo después de que el coche de Emma hubiera desparecido. Allí estaba plantada viéndola marchar. Otra vez.

Como una idiota.Otra vez.

La morena soltó un taco y juró que no iba a dejarse trastornar por una mujer de costumbres ligeras como Emma Swan. Se negaba a atribuirle el sueño de la semana anterior, el primer sueño que recordaba haber tenido en los últimos diez años. Debía ser la comida, se dijo, sin dejar de mirar la oscuridad. No estaba acostumbrada a una cena decente y la felicidad de su estómago se había trasladado a su cerebro provocando un sueño.

Una explicación lógica, puesto que no había vuelto a soñar y puesto que el sueño nada tenía que ver con Swan. Había soñado con amapolas, con un campo inmenso lleno de amapolas. Mills resolvió olvidarla y apartarla de sus pensamientos, apartar el sabor de sus labios, el aroma de su pelo. Nunca más. Así debía ser.

Se dio la vuelta y al mirar al suelo ante ella, la luz proveniente de la bombilla del porche le hizo fijarse en un objeto junto a sus pies. Se fijó más y maldijo en voz alta.

La noche no había terminado.

Emma volvió a inspeccionar el camino del coche a casa mientras mecía a Henry. Le había alimentado de nuevo y había pretendido acostarle al llegar a casa.

Pero le faltaba una parte importante de su rutina para dormir. Cada vez que creía haberlo agotado y le dejaba sobre la cuna, el niño se agitaba y lloraba. El llanto se convertía pronto en un grito angustiado que alcanzaba un punto en que la rubia creía que le estaban arrancando el corazón. Estaba a punto de ponerse a sollozar ella también.

Volvió a la casa, moviendo la cabeza. Tenía que haber comprado otro chupete de repuesto. Era muy tarde para salir a buscar una farmacia o un supermercado abierto, se dijo mientras paseaba intentando dormir al bebé.

—Duerme, mi amor —le dijo—. Verás cómo te sientes mucho mejor —tragó una risa amarga—. Y yo me sentiré mucho mejor…

Una llamada en la puerta la sorprendió. Debía ser Neal, claro, y abrió sin pensar.

Se quedó muda ante la visión de Regina Mills parada ante su puerta, vestida con vaqueros y una chaqueta de cuero, despeinada y mirándola con seriedad. El corazón de Emma dio un vuelco.

—¿Hola?

—Pensé que podías necesitar esto —alzó la mano y le mostró el chupete perdido.

—¡Oh, Dios mío! —la ojiverde se sentía como si acabara de enseñarle el santo Grial —. ¡Muchas gracias! —Tomó el chupete y se sintió tan feliz que no supo que decir. Lo que no la impidió hablar—. Debió caerse junto al coche. No sabes lo importante que es. No tengo otro y no hay forma de dormirlo sin chupete.

Como la dueña de los caballos seguía mirándola sin decir nada, la rubia sintió una punzada de ansiedad en el estómago.

—Bueno, entra y siéntate…

—No hace falta —dijo Regina.

—Claro que sí —insistió la otra—. Has venido de lejos para traerme esto. Déjame que te ofrezca un café antes de volver a casa.

La morena empezó a negar otra vez y Emma perdió la paciencia.

—¿Vamos a pelearnos por una taza de café?

Regina se detuvo y rio sordamente.

—Supongo que no.

La rubia se dio la vuelta y sintió que la ojimarron la seguía a la cocina dónde encendió la cafetera y se cambió de brazo a Henry para lavar el chupete.

Una Chica con ProblemasWhere stories live. Discover now