Chapter 10

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Regina no hubiera sentido más dolor si le hubieran golpeado en el estómago. La miró, intentando recuperarse del golpe inesperado.

-¿De qué estás hablando? -estaba realmente confundida

-Lo has oído -dijo Emma y se movió como si intentara escapar. Por instinto, Regina la apretó con más fuerza.

-¿Qué significa todo eso de que no buscamos lo mismo? Emma respiró profundamente.

-No buscamos lo mismo. Yo necesito una relación estable. Pensé que tú también, pero me equivoqué. Es culpa mía -dijo rápidamente, en voz baja-. No te lo reprocho. No voy a intentar forzarte o cambiar tu forma de ser, pero quiero otra cosa que lo que he tenido en el pasado -hizo un gesto de determinación-. No voy a conformarme con menos. Ahora tengo que pensar en otra persona. Henry. Conformarse. Ahora Emma comprendía lo que había querido decir Ruby. En silencio soltó un taco. Emma formó una sonrisa cruelmente forzada, y soltó algo que pretendía ser una risa. -Y puedes llamarme idiota, pero quizás exista alguien ahí fuera que quiera ver en mí otra cosa que una diversión pasajera. El cuerpo entero de Regina se sublevó ante la expresión.

-Eres más que una diversión... Emma alzó la mano, casi con dolor.

-Regina, por favor, no hace falta. Sé que vas a intentar ser amable, pero no necesito cortesías. Yo no te reprocho nada. Entiendo muy bien lo que quieres. Simplemente, eso es algo que yo no puedo dar y como todo esto es muy incómodo para mí, prefiero irme -miró a la puerta y esperó unos segundos-. Por favor. No podía dejarla marchar. Las manos de Regina, su cuerpo y su mente se rebelaban ante la idea de que se fuera. Era inaceptable. Era insoportable. Negó con la cabeza, rechazando cada una de sus palabras.

-No, yo... La puerta se abrió de golpe, obligándolos a moverse. Roland entró gritando: -¡Estoy en casa! Emma aprovechó la ocasión para escapar de los dedos de Regina que aprisionaban sus brazos. Regina la vio forzar una sonrisa en dirección a su hijo, mientras decía: -Tengo que marcharme. Te veo la semana próxima. Cuídate.

Se deslizó por la puerta abierta y corrió escaleras abajo. Puso en marcha el motor y su ronquido despertó a los pájaros del árbol cercano. Luchando contra la necesidad de detenerla, Regina apretó los puños y supo con mortal claridad que estaba dejando que lo mejor que le había ocurrido en su vida se deslizara entre sus dedos.

-Mamá, oye, mamá -dijo Roland por tercera vez-. ¿Qué pasa entre tú y Emma? Pensé que estabais... Apartando a duras penas su mirada del rastro de polvo que dejaba Emma en el camino, Regina miró a su hijo y leyó la inquietud y las mil preguntas reflejadas en su rostro.

-Yo también creí que salíamos juntos -dijo y cerró la puerta.

-¿Y qué pasó? ¿Las has dejado o algo así? -preguntó Roland siguiendo a su madre a la cocina. La ironía de la pregunta le hizo reír amargamente.

-No, ella me ha dejado a mí. Roland pareció asombrado.

-¡No me digas! A Regina le dolía el pecho y sentía un vacío que definió como hambre, aunque no se engañaba.

-Pues sí. Me ha dejado.

-Maldita sea, mama. ¿Qué has hecho mal? Emma es muy tranquila. Tienes que haberte portado fatal para enfadarla, ¿no? La verdad aparecía con dolorosa claridad ante Regina. Emma le había abierto su corazón y le había dejado entrar en él. Se había mostrado entregada y cariñosa y amante, como nadie antes lo había sido. Emma no había hecho nada mal.

-Lo he echado a perder -dijo. Era así de simple. Regina rechazó la idea amarga, angustiosa, de que aquella pérdida podía tener un impacto para el resto de su vida. Regina dejó de soñar. Ni siquiera era agraciado con la más mínima visión nocturna. Sus noches volvieron a ser desiertas negras, vacías. Como un interminable invierno. Temía acostarse por la noche y odiaba el sentimiento abyecto con el que se despertaba. Se dijo a sí mismo que había ventajas en recuperar su vida tranquila y silenciosa. Ya no tenía que cambiar ruedas bajo la lluvia. Ni llevar chupetes en la noche. No pasaba noches en vela durmiendo a bebés enfermos. Hacía semanas que los pájaros del árbol no mostraban señales de ataque cardíaco ante el sonido del motor del coche de Emma, puesto que las últimas cenas habían sido entregadas por su hermano. Incluso el perro parecía más tranquilo. No más sobresaltos.

Una Chica con ProblemasWhere stories live. Discover now