Chapter 2

920 71 10
                                    

Todo estaba en paz en el rancho Mills aquella tarde. Regina leía el periódico sin prestarle mucha atención. Los únicos sonidos eran sonidos de
impaciencia, el ruido de las páginas del periódico al pasarlas, los pies de su hijo que taconeaba en el suelo de la cocina mientras hacía los deberes, el paso nervioso de su perro junto a la puerta.

Estaba acostumbrada al silencio. Si se hubiera permitido pensar en la sensación que la falta de ruido provocaba en ella, Regina hubiera reconocido que le producía un sentimiento aborrecible de vacío. Pero no pensaba en ello: Regina era una mujer muy ocupada, que debía sacar adelante un rancho y cuidar de un hijo adolescente.

No tenía tiempo para pensar en lo que había dejado atrás. Por encima del periódico miró a Roland. Sospechaba que su hijo le veía como una mujer terca, severa, carente de humor y fría. Una duda le hizo estremecerse al pensar si no se habría convertido precisamente en eso.

Apartó el pensamiento desagradable de su mente, y regresó al periódico, procurando olvidar la frialdad de sus relaciones con su hijo. Pero el silencio, el silencio y el vacío, la atormentaban.

El perro, Major, comenzó a agitarse y gruñó.

-Quieto -ordenó Regina.

Major obedeció unos segundos y luego volvió a gruñir y a moverse. Roland levantó los ojos de su tarea.

-¿Qué le pasa?

Mills se puso en pie encogiéndose de hombros, con la intención de abrir la puerta y dejar salir al perro.

En ese momento escuchó el sonido reconocible de un motor averiado. El motor de un coche que se acercaba al rancho por la carretera.

Regina abrió la puerta, intentando distinguir alguna forma en la oscuridad, mientras el perro metía la cabeza por el quicio. Por fin vio el coche gracias a las luces del porche. Le resultaba vagamente familiar, pero no recordaba...

El coche amarillo se detuvo de un frenazo frente al porche de la casa. Un segundo después se abrió la portezuela y el llanto de un bebé acompañó el escándalo que estaba organizando Major.

Roland se unió a su madre en la puerta.

-¿Qué es lo que...?

Los dos Mills observaron con asombro como Emma Swan colocaba a su bebé en una mochila que llevaba en el pecho, agarraba dos bolsas
repletas y se dirigía con paso resuelto hacia ellos.

-Hola -dijo con alegría, los ojos brillantes de humor-. ¿Se acuerdan de mí? Hace dos meses nos conocimos en la autopista, cuando estaba de parto. Prometí una cena semanal durante un año y vengo a cumplir.

-¿Cómo dice? -Mills la miró con incredulidad. Emma no podía suponer seriamente que la había olvidado. Era evidente que llevar en moto al hospital a una mujer a punto de dar a luz no le pasaba todos los días.

-Comida -dijo Roland lleno de alegría-. Ha traído comida, Mamá.

-Pero no hacía falta...

Swan se encogió de hombros.

-Ya está hecho.

Como el niño empezaba a llorar de nuevo, Roland y Regina se inclinaron para ayudarla con las bolsas.

-Pero es que no hace... -comenzó de nuevo la morena.

-¡Hay una tarta! -exclamó el adolescente como si llevara años sin ver algo similar.

-Entra -invitó Regina al observar que el bebé lloraba con más fuerza.

-Calculé mal lo que tardaría en dar contigo -explicó la rubia entrando y siguiéndole hasta el sofá-. Me perdí y tuve que preguntar a uno de tus vecinos, el señor Gold. Es un tipo extraño, ¿verdad?

Una Chica con ProblemasWhere stories live. Discover now