Capítulo 2

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El agua fría del lavabo hacia que la mujer sintiera punzadas heladas en el rostro.

Pensaba que sería una buena idea para quitarse las lágrimas y despejarse un poco, pero salió al contrario; ahora le dolía la cabeza y el rostro lo tenía entumecido. Se secó con una toalla blanca que había a su derecha y se miró el rostro en el espejo.  

¿Cuánto hacía que no dormía? ¿Un día, dos?

Desde que habían enterrado el cadáver de Valeria no había podido pegar ni un ojo, ese mismo día habían confirmado que se trataba de su cadáver, las muestras no mentían, echando por tierra las esperanzas de su familia porque se tratara de otra persona. Eran esperanzas un tanto crueles, pero aun así las mantenían, hasta ese momento.

El ambiente se sentía demasiado opresivo en la casa de su abuela, por lo que optó por quedarse en una posada cercana al pueblo.

Tomó la cartera que estaba sobre la cama y la abrió. Dentro estaba el diario de su difunta prima. Lo había logrado extraer de su habitación justo después del entierro. Ese día habían sucedido cosas extrañas.

Leyó varias páginas, recordando vagamente algunos de los recuerdos en los que ella participó.

A medida que las páginas iban pasando su contenido se volvía más oscuro. Ya no hablaba de juegos y de amigas; ahora hablaba de secreto y otras cosas. Cerró el libro de golpe al oír a alguien llamar a la puerta, tocando con insistencia.

Dejó el libro sobre la cama y caminó hacia la puerta, no sin antes mirarse en el espejo, comprobando que su cabello y su maquillaje estuvieran en orden. Se alisó la ropa con ambas manos y abrió la puerta.

No había nadie…

¿Qué demonios?” se dijo a sí misma, confusa.

Cuando iba a cerrar la puerta se percató de que había una caja, envuelta en papel de regalo con un gran moño rojo en la tapa, en el suelo. Pensó que se trataba de una equivocación hasta que vio el nombre escrito en un trozo de papel.

Para: Claire Mormont.” Y un gran corazón dibujado con pintalabios.

Se llevó la caja a la habitación y la subió a la cama. Los nervios y la confusión creciendo en su interior. Una vez había leído algo sobre cajas que contenían explosivos que detonaban al ser abiertas.

Dejando los pensamientos de lado, abrió la tapa de la caja. Dentro, rodeado por trozos de cartón y papel había una máscara idéntica a la de su difunta prima… o mejor dicho, era la misma. Las manchas color escarlata brillaron a la luz de la habitación. Sus manos comenzaron a temblar, mientras sus uñas raspaban las manchas, deseosas de arrancarlas de aquel delicado material. Respiró profundo y revisó los restos de pintura sobre su uña.

No era pintura.

Dejó caer la horrible máscara sobre la acolchada cama y tomo el móvil. Marcó el número de la policía local; estuvo a punto de pulsar el botón de llamar hasta que unos golpes secos hicieron que se detuviera. La puerta sonaba con insistencia, y una voz familiar resonó al otro lado.

Antes de abrir la puerta guardó todo el contenido de vuelta a la caja y la escondió bajo la cama. Seguidamente respiró profundo y abrió.

Allí parada estaba su hermosa prima, Sasha. Claire creyó reconocer algunas prendas que eran de Valeria, pero no le dio más importancia.

—¿Cómo sabías que estaba aquí? —Las palabras salieron de su boca antes de incluso considerar si era correcto hacer aquella pregunta—. Me.. Me refiero…

—No seas tonta —dijo, con tono un poco juguetón—, es el único lugar cercano al pueblo en donde quedarse.

—Oh.. Vale.

Su prima entró con paso decidido a la estancia, luciendo su hermoso cabello rubio en una coleta y unas abrigadas ropas. Aun así se veía hermosa.

—Entonces, aquí es donde te quedas —dijo, mientras echaba un rápido vistazo a su alrededor, y se sentó en el borde de la cama.

La mente de Claire no se decidía sobre si mostrarle el presente que le habían dejado minutos atrás, pero,  ¿quién decía que no había sido ella la que había dejado eso allí?

Antes incluso de plantearse la respuesta se agachó y buscó la caja debajo de la cama. La colocó sobre el acolchado colchón, mientras su prima la miraba con cara rara.

—Supongo que reconoces esto —dijo, al tiempo que abría la caja y sacaba la pieza.

La otra mujer vio la máscara con los ojos como platos. Parecía que sus hermosos ojos iban a salir de sus cuencas.

—¿De.. De dónde sacaste eso? —preguntó, mientras se movía con nerviosismo en la cama— Eso es… era, de mi hermana.

—No lo sé, simplemente lo dejaron en la puerta de la habitación. No es la clase de regalo que me gustaría que me dieran —echó un vistazo a la caja y guardó de nuevo la máscara dentro.

—Dámela —dijo, con una sonrisa y una voz tan dulce que Claire creyó por un momento que le saldrían caramelos por la boca— Me haré cargo de ella.

—Sasha… no lo sé. Es mejor llevarla a la policía, estas manchas no son de pintura. —Señaló a la máscara, mientras negaba con la cabeza— No, no voy a dártela.

La mujer apretó la mandíbula y su expresión cambió repentinamente. Se levantó de la cama y se dirigió a Claire, clavando sus helados ojos en los suyos.

—Bien —dijo, con una sonrisa amarga en el rostro—. Solo asegúrate de no andar a solas en la noche; es peligroso, y no quiero que nada te suceda. —Salió de la habitación.

Las últimas palabras de su prima le habían dejado un mal sabor de boca. Incluso había sentido escalofríos mientras ésta las pronunciaba. Más que preocupación, parecía una advertencia. Tenía que salir de aquel pueblo, pero no sin llevar la evidencia antes.

Sasha siempre había sido extraña. Distante y con una actitud altiva, aun así, nunca había actuado de aquella forma.

Ordenó todo en su lugar y salió de la habitación. El frío clima seguía igual que siempre, las nubes bloqueando el sol y todo a su alrededor de colores pálidos. Subió a su auto y condujo hasta la plaza del pueblo.

Dos minutos era lo que había tardado en llegar. La plaza era hermosa, decorada con flores de todos los colores y con hermosos caminos de piedra que llevaban a un centro decorado por la estatua de un hombre a caballo. Frente a ella se veía las luces y las personas en constante movimiento a través de las ventanas de la estación de policías. Caminó con paso decidido y cuando estuvo a punto de llegar a la puerta su teléfono soltó un leve zumbido. Revisó el mensaje, de nuevo no tenía remitente.

Sería una pena que el juego acabara tan pronto. Entrega esa máscara y me aseguraré de que sea la última cosa que hagas.

Las manos le comenzaron a sudar. El nerviosismo se apoderó de ella, esto era una amenaza real.

Miró a su alrededor, en busca de alguien cercano que le pudiera estar jugándole una broma. ¿Pero, quién aparte de ella y su prima sabían sobre aquella máscara?

Las palabras de su prima resonaron en su cabeza. Recordó el nerviosismo en su rostro al decirle que aquello no eran manchas de pintura.

No puede ser”, se dijo, con el corazón a punto de salirse de su pecho y las manos temblorosas y sudorosas.

Regresó a su auto, buscando con la vista la caja con el moño, sin éxito. El temor crecía en su pecho... la caja ya no estaba. La máscara había desaparecido en tan solo un segundo.

ValeriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora