Capítulo 7

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Se despertó en mitad de la noche, con el sudor cayéndole copiosamente por la frente. Se sentía enferma. Parecía que tenía la temperatura demasiado alta, pero no lo pudo comprobar. Miró su móvil, que estaba junto a su cabeza. Eran las cinco y siete de la mañana, la hora en la que la ciudad entera estaba dormida.

Se levantó de su cama, con pesar. Quería seguir durmiendo, pero se sentía demasiado mal.

Caminó con paso pesado y tembloroso hasta el cuarto de baño que tenía la habitación. Se miró al espejo, percatándose de que tenía los ojos rojizos. No sabía decir si eran por el sueño o por las lágrimas que se le habían escapado antes de dormir.

Entró a la ducha y abrió la llave de agua caliente. Las primeras gotas corrieron sobre su cuerpo desnudo, haciéndola sentir extrañamente bien; a decir verdad, era la primera vez que se sentía bien desde que había llegado a la ciudad.

Un deseo fugaz le pasó por la cabeza mientras se lavaba el cabello en el agua caliente de la regadera. Quería marcharse de aquel sitio, quería salir en su auto y ver a su madre de nuevo. Quería que esas vacaciones terminaran. Quería volver a su trabajo. Quería volver a su vida normal.

Salió de la ducha y se vistió con la ropa limpia que tenía sobre un estante.

Recogió todas sus cosas y las guardó en la maleta, dispuesta a abandonar ese horrible y loco lugar, pero antes tendría que despedirse de su familia.

Salió de la habitación, arrastrando su maleta tras de sí. El pasillo frente a ella estaba a oscuras, iluminado únicamente por algunas lamparillas de color azul que colgaban del techo. Un escalofrío le recorrió la espalda al recordar la corta persecución de la otra noche.

Siguió caminando por el pasillo, acompañada únicamente por el ruido que hacían las ruedas de la maleta al rodar sobre la alfombra rojiza que cubría cada pasillo del lugar.

Creyó oír una risa detrás de ella, aun así, no logró averiguar el género del dueño.

Con el corazón en un puño siguió el camino, tratando de disimular el temblor de sus piernas.

El color azul que la luz daba al largo pasillo hacía que se sintiera mareada y soñolienta, no sabía bien porqué, pero tampoco quería averiguarlo.

Alcanzó a ver la recepción del hotel al final del pasillo. Aún faltaban unos metros para llegar.

Una figura delgada pero imponente apareció en su campo de visión. El color blanco de su máscara se tornaba azulado cuando una de las luces le alcanzó.

A Claire el corazón le dio un vuelco. Segura de que no tenía escapatoria y que si no se apresuraba moriría, echó a correr a su habitación.

Lamentablemente no era demasiado rápida.

La sombra le alcanzó justo antes de abrir la puerta de la estancia. La tomó por el cuello, sin apretar demasiado, pero lo suficiente para que no se escapara. Con una mano le tapó la boca, evitando que gritara.

Todo lo que sucedía a su alrededor era demasiado confuso, pero creía oír su nombre en la boca de alguien, alguien que la llamaba.

Era la voz de un hombre.                                         

—Claire… Claire, soy yo. Soy David. Tranquila, no te haré daño.

Ciertamente era la voz de David, pero no quería creerle.

La mujer seguía pataleando y removiéndose en los brazos del hombre. Éstos a su vez, le transmitían una sensación de seguridad, pero seguía queriendo que la soltara.  

ValeriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora