Epílogo

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Bueno, aprovechando que este es el epílogo: la culminación de mi primera historia, quiero dedicar esta última parte a una escritora muy especial. Es más, sin ella lo más probable es que jamás hubiese publicado esta historia. Ella me dio el empujón que necesitaba y, a la vez, me enseñó a valorarme a mi mismo. Sin duda además de una excelente escritora eres una magnífica persona, espero que podamos seguir compartiendo historias por un largo tiempo.

Espero que disfruten esta última parte.

Cinco días atrás.

Podía oír las voces a lo lejos. Amortiguadas y distorsionadas, voces de personas a las que quería, personas de las que no quería apartarse.

La joven estaba en un hospital de paredes blancas, cortinas blancas y sábanas blancas. El color comenzaba a hacerla sentir mal. Tenía una vía de suero en la muñeca izquierda.

La madre de Claire, Amanda Lancaster, apareció en el campo de visión de Claire.

Estaba sentada en un sillón, con la mirada fija en un grueso libro el cual Claire no pudo distinguir.

Amanda tenía el cabello rubio y corto, suelto. Sus ojos eran iguales a los de su abuela. A diferencia de su difunta tía, la madre de Claire guardaba mucho más parecido físico a Esther. Tenían los mismos ojos azules en los que te podías perder durante horas. El cabello rubio que destellaba con cada rayo de sol y un rostro bondadoso.

—Mama —Logró decir, en un murmullo ahogado.

La mujer levantó el rostro lleno de pecas y miró a Claire, con esperanza. Se levantó de su asiento, dejando a un lado el grueso libro y abrazó a su hija, su querida hija.

Se separó de ella, no sin antes estamparle un beso en la frente herida de la mujer.

No pudo evitar sentir una punzada de dolor en la cabeza. Justo allí era donde se había golpeado. Aun así, no sabía que había pasado la otra noche.

Le preguntó a su madre, a lo que esta dio una rápida respuesta.

—Los bomberos te encontraron sobre los escombros de una casa en llamas. También encontraron un cadáver. Dicen que es de un hombre. —Amanda no quería presionar a su hija para que hablara de lo sucedido ese día. El médico le había recomendado que tratara ese tema cuando la dieran de alta.

Claire estaba confusa. No sabía ni recordaba lo que había sucedido aquella noche; estaba todo muy borroso.

Su madre le dijo que iría a comprar un café, a lo que la joven respondió con un asentimiento de cabeza.

Le ardían las manos por razones que no entendía. Suponía que se había quemado pues las tenía vendadas.

La puerta se abrió y una mujer que iba con un carrito de servicio entró con toallas y sábanas limpias.

Tenía el cabello rubio, los ojos de un color gris azulado, como el hielo.

Un escalofrío le recorrió la espalda al ver el rostro de Sasha frente a ella, con la mirada insondable.

Trató de decir algo pero no pudo.

De pronto, el rostro de la mujer era diferente. Ya no era Sasha, aunque gracias a aquella visión había recordado todo lo que había sucedido la otra noche.

El grito de su madre la sobresaltó.

Al otro lado de la puerta Amanda Lancaster había emitido un grito agudo.

ValeriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora