El primer amor no se olvida, el primer amor se recuerda. Cuando la gente me habla de su primer amor lo hace con los ojos brillantes, una deslumbrante sonrisa y con la cabeza llena de hermosos recuerdos que hablan de un romance apasionado pero efímero, o de un amor gradual que se transformó en un vínculo de toda la vida e incluso un amor secreto que terminó de forma trágica.
Por desgracia, mi primer amor no fue más que un conjunto de historias graciosas que me producen una mueca de vergüenza ajena que, mientras esté escribiendo esta parte de la historia, voy a poner muchas veces. Me pido perdón a mi misma por los errores de mi propio pasado, juro por Dios que fue sin querer.
Siempre considero que con Cristian B cometí todos los errores grosos, pero no por eso me echo toda la culpa a los hombros y me victimizo. Él también tiene su parte en el asunto.
Cristian es el hermano de una de mis mejores amigas, la amistad más longeva que conservo y que aún mantengo. Tenemos la misma edad, un sentido del humor que construimos juntos, pero éramos aceite y agua. Más precisamente yo era aceite y él agua: yo era densa, pensada, cargada de emociones que no comprendía desde una corta edad y él fue ligero, incoloro, asaboro y se dejaba fluir con las cosas.
Cuando me pedían que hablara de él, o cuando contaba nuestra historia, lo definía como "mejor amigo". Sin embargo, fácilmente, puedo decir que fue "peor amigo". Nos conocimos gracias a su hermana, Mary. Rápidamente nos hicimos cercanos en la escuela. Jugábamos a la escondida, en la escuela esperábamos que nos recogieran juntos y de vez en cuando yo lo visitaba en su casa. Fue el primer chico que de verdad me gustó.
Pasaron los años de la primaria y a mí de verdad me gustaba, pero eso él nunca lo supo. No sabía cómo ponerlo en palabras y de eso nunca lo había hablado en voz alta. Ni siquiera a su hermana, menos a ella. Era un secreto que había enterrado de forma instantánea, pero no por eso me privaba de su compañía.
Tuve que haberme dado cuenta que me iba a quedar en el rango de amiga, cuando un fin de semana me quedé en su casa. Yo estaba saliendo del baño y nos sentamos a ver algo encima de la mesa de su comedor, iluminada por los últimos rayos de sol de un día de primavera, el olor a chocolatada que su madre nos estaba preparando y el aire fresco primaveral.
Me senté a su lado, sonrió, una de las pocas que me iba a dedicar en su vida, y dijo: "vos sos como una hermana más para mí, siempre fuimos impares hasta que llegaste".
Efectivamente, señores. Sentí todo el poder de la friend-zone encima mío. Desde luego, lo tomé como si fuera la declaración de sentimientos más hermosa. Como si fuera Cenicienta y él un Príncipe Azul. Si lo pienso bien, él era así al principio y para ser sincera no sé qué pasó después.
Al finalizar la primaria, por algún motivo, sentí que tenía que decirle las cosas y nunca pensar en un lugar privado, una charla a solas o al menos una carta. Era la primera confesión que iba a hacer, pero surgió este fiasco.
- Cristian, ¿te gusta alguien? -pregunté temblando y con la cara roja. Por suerte, él no se percató de nada de esto, estaba oscuro y, para ser sincera, él nunca se daba cuenta de las cosas.
Se quedó pensativo durante unos segundos, como si dudara contármelo o no. Me hizo una sonrisa tímida y respondió.
- Si, una chica de mi barrio que juega con nosotros por las tardes.
Silencio. No dije nada. No recuerdo siquiera si respondí ante aquello que me decía, pero sí que me di cuenta cómo el mundo se me venía encima. Lo siguiente que recuerdo es que estaba llorando a las tres de la madrugada en mi cama, pensando que el amor de mi vida se había escapado de mis manos aunque, técnicamente, pasaban dos cuestiones:
Tenía 11 años. 11 AÑOS. Nadie, ni siquiera el más suertudo, encuentra el amor a esa edad. Y menos el amor de su vida. Así que si vienen e intentan contradecirme al respecto, los invito a retirarse.
b- Quiero destacar cómo lo había catalogado: el amor de mi vida. Parecía como si hubiera ignorado, de repente, los años de amistad y todas las cosas que habíamos pasado juntos. Por otra parte, tampoco está bueno querer poseer a alguien o llamarlo "tuyo" sin siquiera ser algo más que simplemente amigos.
Con esto tengo un punto que ustedes más tarde podrán considerar relevante o no. Las personas suelen buscar a una persona con la que pasar el resto de sus vidas por cierta "presión". La sociedad te hace pensar que, si no tenés a nadie, te podés sentir solo y, con el tiempo, esa presión se hace una carga y te vuelve algo que no sos: huraño, amargado, con un sentido muy poco agradable de la vida. Llegás a considerar el amor de dos formas: con asco, desagrado e incluso desagrado ante la posible idea de llegar a encontrar a alguien que podría ser bueno; o te volvés desesperado por encontrar a una persona y vas a ir por la vida, desesperado, viendo cosas que no son, teniendo un miedo secreto a la soledad.
Así es como la gente comienza a autodefinirse según la persona con la que se encuentran al lado. El compañero o compañera del momento es quien define su felicidad, su personalidad y su futuro camino a seguir en la vida.
Sin darme cuenta, me volví desesperada ante esa idea y tuve la suerte de darme cuenta, a temprana edad, que esas cosas no deberían suceder y es importante recalcar que por más cliché que suene, el amor propio es tanto e incluso más importante que el amor de pareja e incluso cualquier otro tipo de amor que pueda existir en la vida. Ni la familia, ni los amigos, ni siquiera una pareja por mucho que la ames va a estar al lado tuyo del modo en el que estás vos en soledad.
Tampoco crean que esto me pasó automáticamente. Tuve que pasar penurias para entenderlo y tuve suerte de saberlo ahora, sin embargo no me di cuenta de eso en plena adolescencia.
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Enamorarse: a veces sale mal
De TodoUna noche, Carla se sienta frente a su computadora y narra las historias de amor que pasó durante su adolescencia, con más errores que aciertos. Junto a sus anécdotas, se suman las historias de sus amigos y familiares.