Capítulo VIII

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Aclaración: tanto en este capítulo como en el Interludio VIII se tocará un tema que podría ser sensible a algunas personas, por lo tanto pido discreción del lector. No tengo ninguna pretensión de adoctrinar o imponer opiniones, sin embargo me veo en el derecho de pedir respeto por parte de quien sea que esté leyendo, no sólo por una cuestión de tolerancia ante quien piensa distinto, sino también por decoro a las historias reales que inspiraron los sucesos que a continuación van a leer. Agradezco la colaboración en este aspecto. 

Carla estaba nerviosa por volver a su pueblo. Volvía a ver a sus padres cada tanto, sí, pero no solía ver a tanta gente de su pasado. Esa gente que la había visto en sus mejores, pero también peores momentos. Sabía que no tenía que importarle la opinión ajena, pero siempre sintió que el ojo de sus conocidos estaban ahí para juzgarla, no para alentarla. Ella quería decirles que estaba haciendo lo que podía y que le estaba saliendo todo bien, pero siempre había una voz dentro suyo que le decía "igual, en algo estás fallando", por lo que no respondía cuando le decían sus familiares que algo en su vida estaba faltando, era erróneo o simplemente no cuadraba según sus visiones.

Para su sorpresa, ese pequeño nerviosismo la acompañó un par de días luego de la partida de Andy devuelta al pueblo. No sabía por qué, después de todo, faltaban alrededor de cuatro meses para el casamiento. El nerviosismo, sin embargo, se fue y lo reemplazó la sorpresa cuando Mely, después de muchos años, se había aparecido en las puertas de la agencia de publicidad Bellar con un termo bajo el brazo y el equipo de mate en una mochila sobre su otro hombro.

Ante la atónita mirada de la pelirroja, ella creía estar viendo una ilusión óptica. ¿Era? No, tenía que ser, ¿era posible? Caminó lentamente hasta ella hasta que se quedaron frente a frente, después de muchos años.

- Un arito en la nariz, ¿eh? -comentó Mely, entre risas. Carla se quedó perpleja hasta que recordó que sí, se había perforado la nariz hacía bastante tiempo.

- Fue una locura del momento -trató de explicarse ella. Mely soltó una suave carcajada y le dio un abrazo.

- ¿Plaza y mates? -preguntó su amiga, recordando su plan más típico de la adolescencia cuando tenían que ponerse al día o conversar algo importante.

- No tenés que repetirlo dos veces -contestó Carla. Mandó un mensaje a Josefina, pidiendo que la cubriera, le dio un abrazo a Mely y, al igual que con Andy, sintió que no pasó un día.

Tuvieron que caminar bastante hasta que encontraron una plaza donde prepararon el mate, la yerba, la bombilla y comenzaron a cebarse la infusión, las primeras en silencio, hasta que Carla preguntó.

- Te envié un mensaje, pero era para preguntarte cómo estabas, de última podías llamarme y hablábamos... ¿por qué estás acá?

- Necesitaba ver a alguien que pudiera entenderme y... que pueda ayudarme -Mely hizo una pausa para tomar aire, como si estuviera soltando una bomba junto con sus palabras- estoy embarazada... y quiero interrumpirlo.

...

Carla se pasó la siguiente hora y media escuchando a su amiga del colegio, quien escuchó su historia en silencio y con los ojos abiertos. En síntesis, Mely había conocido a alguien que pensaba era estupendo, pero terminó siendo alguien no apto para ella: era manipulador, celoso y llegó a levantar la mano a la joven. Al enterarse de su embarazo, recibió el mensaje de Carla y su instinto le dijo de viajar hasta allí. De paso, alejarse de su ex pareja era el aire que precisaba y que, luego de mucho pensarlo, le hicieron llegar a la conclusión de que su pareja no podía ser padre y ella, de momento, no podía hacerse cargo de un hijo.

- Sé que no estoy en posición de pedirte nada -dijo Mely, con lágrimas en los ojos y la voz rota- pero en el pueblo no puedo recurrir a nadie y vos y yo siempre fuimos más abiertas... no te pido que te compadezcas, pero...

- Voy a hacer lo que haga falta para que estés bien -la cortó Carla y acto seguido abrazó a su amiga.

En tres días y con la ayuda de Josefina, quien tenía los contactos para realizar el procedimiento, pudieron ayudar a Melina. Un día miércoles, Carla la acompañó hasta unos departamentos que parecían de gran antigüedad y muy lujosos del barrio porteño de Recoleta. Entraron tomadas del brazo y las recibió una muchacha de alrededor treinta años que las hizo esperar en una salita con pisos de madera y paredes empapeladas amarillentas por los años y la humedad. Escucharon una puerta abrirse y salió otra chica, que no podía tener más de dieciocho años, abrazada a su madre y tambaleándose, vestida con una chomba blanca, una pollera cuadrillé roja y blanca y medias tres cuartas color blanco... una colegiala saliendo de su escuela católica. Carla y Mely intercambiaron una mirada rápida, pero no dijeron una sola palabra. Siguieron con la vista a la niña y a su madre hasta que salieron a la calle.

Minutos más tarde, las dos jóvenes se despidieron con un abrazo cuando llamaron por su nombre a Mely.

La siguiente hora que pasó fue eterna para su amiga, quien no dejaba de mover los pies a causa de los nervios que la situación le causaba. El doctor era recomendadísimo en su trabajo, eso le había dicho Josefina cuando le pasó su tarjeta profesional. Era un hombre grande, experto en su labor y además fue muy amable con la situación que estaba atravesando Mely. Pero, desde luego, siempre estaba ese miedo tan latente que paralizaba y llevaba la mente a los peores escenarios posibles. Lo que estaban haciendo allí era ilegal y, de salir mal, podía costarle la vida a Mely, al doctor y a Carla misma por querer ayudarla incluso. Intentó alejar sus pensamientos negativos escuchando música por los auriculares, eso relajó un poco y, antes de que pudiera volver a maquinar con sus ideas, una enfermera morocha le hizo señas a la pelirroja para ayudar a sacar de allí a su amiga.

Mely estaba atontada, movía su cabeza de un lado al otro, preguntando si estaba viva y si todo había salido bien.

- Va a estar todo bien -le susurró Carla al oído, mientras le ayudaba a quitarse el camisón quirúrgico azul que ella llevaba puesto.

Por la puerta apareció el médico, con una media sonrisa. Le explicó a Carla que el procedimiento había salido como era de esperarse y brindó algunas indicaciones para los días posteriores. Con amabilidad, pero mirando su reloj constantemente, les pidió a ambas que se retiraran aduciendo que tenía otra paciente y recalcando que "actuaran normalmente".

Para ese momento, Mely recobró un poco más la conciencia y ya no estaba bajo el sopor de la anestesia, por lo que salieron a la calle y tomaron el primer taxi que se cruzó por la avenida. Tras unos diez minutos de viaje, pagaron al chofer y subieron al departamento de Carla, que volvió a desvestir a su amiga y le prestó un remerón de Pink Floyd y la metió en su propia cama, sentándose a su lado para hacerle compañía.

Pasadas unas cuantas horas, la pelirroja se quedó dormida y la despertaron unos sollozos silenciosos, provenientes del otro lado de su cama y era Mely, quien miraba la televisión mientras derramaba lágrimas, una tras otra. Cuando Carla estaba por preguntarle a Mely algo arriesgado, ella dijo:

- No me arrepiento... estoy tan aliviada y por eso lloro.

Se quedó en casa de Carla por unos días más y, así como llegó a Capital, se fue. Abrazó a su amiga y le prometió volver a visitarla en un par de meses. Mientras la veía alejarse en el pequeño auto que la llevó hasta allí, Carla se preguntó qué hubiera pasado si no mandaba un mensaje a Mely. Si alguien en el pueblo la hubiera ayudado o tendría que haber acudido a medidas mayormente desesperadas. Su mente estaba tan acostumbrada a pensar lo peor para estar preparada ante cualquiera de esas eventualidades, pero en ese caso no podía porque no quería que eso sucediera y, afortunadamente, no fue así.

Mely tuvo suerte y Carla tuvo aún mayor suerte de poder verla vivir bien después de aquello.

Enamorarse: a veces sale malWhere stories live. Discover now