Capítulo IV

2 0 0
                                    

Por algún extraño motivo, en cuanto Carla vio a Leo en el portal de su departamento recordó todas las ocasiones en las que le rompieron el corazón y, aún más extrañamente, recordó aquel corazón roto del 2012. Deseaba estar escribiendo aquella anécdota en aquel preciso instante, pero ahí estaba, con cara de póker viendo cómo Leo intentaba encontrar las palabras para justificarse.

- ¿Te perdiste? -preguntó ella, con tono sarcástico.

- No -contestó Leo, con cierta dificultad, le costaba mirarla a los ojos por obvias razones- te mandé un ramo de flores, ¿lo...

- Si, lo recibí -lo cortó Carla con la voz todavía más firme- hay que tener bastante descaro para pedirle perdón a la amante célibe.

- ¿Amante célibe?

- Si, es como me llamé a mí misma cuando "estuvimos juntos" -dijo Carla, poniendo comillas con sus dedos en las dos últimas frases- físicamente nunca hicimos nada, pero las cosas que me dijiste cuentan como una cuerneada tremenda a... ¿cómo es que se llama?

- Florencia -contestó él en voz baja.

- Florencia -repitió Carla, con una sonrisa irónica dibujada en los labios- ¿no te estará esperando?

- Me echó de casa y, bueno... no me quedó otra que irme. Busqué este último bolso y...

- Querías ver si la otra boludita podía darte hospedaje, ¿no? -completó Carla.

- No sos ninguna boludita, Car -comentó Leo en voz baja. Por algún motivo, ese comentario hizo enojar a la pelirroja, cuyas mejillas se encendieron de la furia y la impotencia que sentía.

- Ah, ¿no soy una boludita? Repasemos: me dejé conquistar por un tipo que juega a dos puntas, me creí que estaba interesado cuando lo que estaba haciendo era engañar a una pobre mina que no tiene la culpa de nada. Te creí todo lo que dijiste, todas las mentiras... me parece que el término "boluda" aplica perfectamente acá. Guardate el ramo, o tiralo o hacé lo que quieras, pero espero no verte nunca más -sentenció Carla, con tono seco. Tras decir esto, cerró la puerta de un portazo y, para darle más dramatismo al asunto, apagó la luz del pasillo para que Leo se quedara a oscuras.

Se quedó pegada a la puerta, esperando escuchar algo más, pero finalmente oyó los pasos de aquel idiota alejándose de su departamento. La comida llegó unos diez minutos después y, mientras Carla engullía sushi, recordó la jugada a cuatro puntas que no le sucedió a ellas, sino a las amigas de su pueblo. Se sirvió una taza de té y siguió escribiendo hasta casi las dos de la madrugada. Para cuando terminó de corregir aquel capítulo, el asunto de Leo ya no le pareció tan trágico. 

Enamorarse: a veces sale malWhere stories live. Discover now