Interludio VII: El Chico (y la amiga) que no fue

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En aquellos momentos era de esas adolescentes que veían "El Diario de la Princesa" y esperaba encontrar a Michael Moskovitz a la vuelta de la esquina de cualquier lugar. En aquel momento, si hubiera sido más lista, más valiente y menos soñadora, podría haber sido Leo. Aunque, cuando lo pienso hoy, no sé si estaría en la misma situación en la que estaba su (ex) pareja. Todavía lo recuerdo con claridad.

Sábado de julio de 2014. Una humedad de locos, era de noche. El cumpleaños de Irene era uno de los eventos inesperados de ese año, pero que no me sorprendió porque aquella chica adoraba ser el centro de atención y tenía todos los elementos para hacerlo. El salón estaba decorado con pancartas gigantescas que lucían su melena rubia y sus dientes blancos, ella siempre acaparaba las miradas cuando salíamos a pasear, no era que me sentía un cero a la izquierda porque me creía menos, sino que ella me lo hizo creer. Fue la amistad tóxica que, al principio, me costó dejar pero que inició un nuevo período de libertad, de quererme. Pero diciendo esto me estoy adelantando demasiado.

Volviendo a la fiesta, no conocía a nadie. Estaba en la mesa principal llena de chicas que lagrimearon en una conmovedora entrada al son de "The Climb" de Miley Cyrus. Me pareció una ridiculez, pero tuve que abrazar a mi amiga y darle la rosa blanca, tal como sus deseos lo indicaban.

Pasaron la entrada, el primer y segundo plato, después el bals y ahí el baile. Me senté después de cumplir las obligaciones de amiga. No conocía a nadie y la verdad es que mi caparazón de timidez, mucho más fuerte entonces que hoy, no me permitía acercarme a un grupo para juntarme, hablar y al menos sentirme menos sola.

Pasadas alrededor de una hora y media encontré una forma de divertirme: comencé a imaginar las vidas y las historias de la gente que estaba en la pista de baile. Sonreía sola, pensando en cómo serían sus colegios, sus familias, sus casas. La introversión era mi mejor arma en ese momento y comencé a disfrutar de la música, pensando en que me gustaría mucho bailarla, pero no tenía con quién. Entonces, el grupete de la mesa principal se acercó a mí y me extendieron una amable mano amiga y no dudé en decir que sí. Me presentaron al resto del grupo, entre ellos estaba Leo.

Confieso que ya lo tenía fichado desde que había llegado al salón. Alto, delgado, con un pelo rubio platinado divino y los ojos celestes que hacían acordar al agua cristalina del Caribe que una mira en las propagandas de los cruceros a México. Su sonrisa era impoluta, con unos dientes blancos que alumbraban bajo las luces ultravioletas de la pista de baile. Sin saber cómo, terminamos bailando juntos y hablamos por muchas horas. Teníamos la misma edad, un montón de gustos en común. No pude conseguir su número, ni su apellido. Pero sentía que esto no podía quedar ahí.

Al día siguiente, Irene me mandó un mensaje, donde pude palpar su enojo:

"Leo dijo que eras muy linda".

"¿Ah si?", contesté.

"Sí, pero no sé si pasarle tu Facebook...".

"¡Pasáselo!".

"Mejor que se divierta buscándolo él". Tras tipear esas palabras, se desconectó.

Noté su enojo mucho después, pero no lo comprendía. Pasaron las horas y no me llegó ninguna solicitud de amistad y pensé que seguramente no había encontrado mi perfil, así que tomé las riendas de la historia y me importó un bledo lo que Irene pensara: lo busqué y tras una larga media hora (si, el trabajo de stalker profesional requiere de mucho tiempo, pueden reírse) encontré la cuenta. Envié la solicitud y a los pocos segundos fui aceptada, pero la amistad vino seguida con un mensaje privado.

"Al fin me encontraste", decía el mensaje.

"Una chica hace lo que tiene que hacer", respondí.

Estuvimos todas las vacaciones de invierno hablando sin interrupciones. Mensajito va, mensajito viene, comenzamos a tirarnos onda y me entusiasmé. Pensé que esta vez iba a ser la mía, que no había márgen de error y que tenía que salir bien. "Me gusta y le gusto, ¿qué hace falta?", decía en mi mente.

Después comprendí que, para cualquier relación, hace falta dar un paso muy importante: el de arriesgarse a estar con otra persona. Y yo, secretamente, tenía miedo. Estaba aterrada.

"Volví de ver a mi hermano de Capital", me dijo cierto día, en los últimos de las vacaciones de invierno.

"Qué bueno, bienvenido a casa".

"Gracias... che, tengo que ir a hacer un mandado al centro este viernes, ¿querés acompañarme?".

Mis amigas me habían relatado siempre sus besos, pero no era lo mismo que darlo yo misma y vivirlo.

Irene nunca se animaba a darse besos o a salir sola con chicos, así que decidía hacerles las ilusiones por chat. "Es más divertido así, no pasás nada de vergüenza", me decía mientras ganaba una nueva conquista por el chat con un chico que nunca iba a ver en su vida.

Nunca supe lo que era estar verdaderamente sola con un chico y no sabía si estaba lista para averiguarlo, tampoco sabía qué dirían mis papás si les decía que iba a encontrarme en el centro del pueblo con un chico que había visto una sola vez en una fiesta de quince.

Le terminé diciendo que no me animaba y no volvimos a hablar. Me arrepentí durante mucho tiempo, poco después de que comencé a salir del cascarón de la chica extremadamente tímida. Sin embargo, me sorprendió que nuestra interacción ya no existiera. Pese a todo, teníamos mucho en común y en el chat nos divertíamos y poco tiempo después me enteré que Irene le estuvo hablando con intenciones de salir con él, sabiendo que yo estaba interesada en él. Cuando le pregunté por qué lo hizo dijo, con la voz casi inocente y quitándole importancia:

- Yo sabía que no te ibas a animar a juntarte con él, así que no te lo quité ni nada.

Ahí comencé a darme cuenta que Irene me estaba frenando. Siempre hacía eso. Cuando yo quería animarme, ella ponía un "Alto" y yo, sumisa, me frenaba. Nunca supe por qué comenzó a ser mi amiga desde un principio y tal vez nunca lo sepa, pero eso no importa porque, pocos meses después, decidí dejar de hablarle. Ella me pedía explicaciones y no quise dárselas, porque sabía que no iban a servir de nada.

Pese a que nuestro pueblo fue (es) un grano de mostaza, nunca nos volvimos a cruzar cara a cara. No niego que me gustaría, digo, para que vea en todo lo que me convertí sin que ella estuviera ahí, haciéndome sentir menos. Yo siempre fui más, sólo necesitaba quitar lo empañado del espejo para poder verlo.

Siempre creí que estas dos historias podían ser algo parecido: un chico al que no pude querer porque no me animé a dar el paso, pero una amiga que quise pero que me lastimaba y por mucho que la quisiera, no podía seguir al lado de alguien que me hacía mal. El amor no es suficiente, sólo que no lo pude ver con tanta claridad en ese momento. Pensé que lo posterior que pasó entre Leo y yo fue una justicia por el tiempo que desperdiciamos en el pasado estando separados, pero creo que pueden darse cuenta que estaba terriblemente equivocada. 

Enamorarse: a veces sale malWhere stories live. Discover now