Capítulo 16.1

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—¿Se lo has comentado a tu psicólogo?

—Sí, pero no te puedes fiar de él. Es un psicólogo... cómo decirlo... políticamente incorrecto. Me ha soltado sin anestesia que Martina me está torturando, y que debo convencerla de encontrar otra forma de pagar por mi error. Pero estoy seguro de que, si me acerco a ella y le digo «oye, creo que te estás pasando», me deja del todo, me bloquea en todas las redes sociales y me pone una orden de alejamiento. Eso después de pisotearme las pelotas con tacones de aguja.

—Que conste que sé de la existencia del poliamor, pero... Se supone que la quieres, ¿no? Y que, aunque no te hubiera obligado a ser casto mientras se lo piensa, tú no estarías flirteando con mujeres porque solo la quieres tocar a ella.

—Eso son pamplinas, Luci —bufó él—. Yo me las quiero tirar a todas. Siempre. La diferencia es que con ella me gusta ir al Burger King, al cine, y a la vuelta de la esquina. Bueno, en realidad, iría al Burger King, al cine y a la vuelta de esquina con cualquiera, siempre y cuando sea simpática y le hagan gracia mis bromas.

Torció la boca, pensativo. Sin incorporarse, elevó sus bonitos ojos verdes hacia ella. Era tan inocente que le había resultado imposible no adorarlo con cada fibra de su ser.

—¿Debería querer salir solo con ella? —dudó—. ¿Es eso lo que espera de mí? Porque creo que es imposible. Por mucho que me esfuerce, nunca querría limitarme. Hay cientos de chicas monas y divertidas en Madrid, y yo tengo alcance internacional. Piensa en todas las personas que me estaría perdiendo si quisiera solo a Martina... —Hizo una pausa, pensativo—. ¿Debería saber por qué me gusta más que el resto?

Lucía lo observó con la cabeza ladeada, tratando de penetrar en su pensamiento. No era necesario, en realidad: Ricci no era un libro abierto, era un audiolibro. Uno rayado, repetitivo y bastante simple. Tratarlo era tan sencillo como el mecanismo de un chupete. Pero Lucía sospechaba que había mucha más profundidad en él de lo que él mismo podía sospechar. Que había sutilezas dentro de sus sentimientos de las que no se había percatado, y que en realidad no tenía ni idea de la verdadera razón por la que actuaba porque se analizaba muy poco.

—¿Estás seguro de que te gusta más que el resto? —indagó—. ¿Estás seguro de que no estás esforzándote por guardar voto de castidad porque te sientes culpable y te duele haber hecho daño a una amiga... pero nada más?

—Claro que me siento culpable de haberle hecho daño. Pero también la quiero —asintió, convencido—. Me mata de celos la complicidad que tiene con su ex, estoy desesperado por verla aunque sepa que va a meterse conmigo, y... No voy a decir que esté haciendo esto con orgullo y mucho gusto, porque no es verdad. Pero saber que merecerá la pena me consuela. Ella merece la pena.

Lucía se quedó pensativa. Le costaba no llevarse las cosas a su terreno, y esa vez no hizo la excepción. Se preguntó si era ese el motivo por el que Adrián la estaba aguantando en su peor momento: si era porque sabía que, después, cuando pasara la tormenta... volvería a ser la chica divertida y espontánea que conoció en la calle Preciados.

Ya no era esa chica, y estaba convencida de que, después del chocante regreso de su padre, no volvería a serlo.

Todo lo contrario.

No saber qué estaba esperando de ella la ponía nerviosa. Porque algo debía esperar. Se podía ser altruista una vez, pero llevaba ya una semana ahí, sin contar el favor que le hizo con el reportaje. Se estaba acostando con ella, así que el favor que esperaba que le devolviese no podía ser sexual. A lo mejor la había mandado a la psicóloga para que recuperase su voz y su talento para componer. Así podría lucrarse con sus creaciones de nuevo.

Tal vez estuviera siendo cariñoso y cercano porque sabía que, teniéndola contenta, se inspiraría para ayudarlo con su música.

Era la única explicación posible que encontraba. A no ser... que la quisiera. Pero ella no había hecho nada para que lo hiciese. No habían compartido suficientes experiencias para conocerse bien y llegar a enamorarse, ¿verdad? Aunque esas pocas fueran vitales, se necesitaba tiempo para querer a alguien. ¿O no?

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